La
obstinación por llegar a tiempo se está convirtiendo en un verdadero suplicio,
en una manía persecutoria a la que no ayudan precisamente las nuevas
tecnologías y aplicaciones perpetradas para impacientar a usuarios y
consumidores. La experiencia de la espera, de la expectación, del encuentro,
está siendo abruptamente desplazada por poderosos mecanismos que actúan ya desde
dentro de nosotros. En nuestros días ya solo sabemos impacientarnos,
estar preparados para recibir o enviar el mensaje, el Whatsapp, el aviso, y captarlo a golpe de vista, porque ya no podemos aguardar. Si antes del móvil y de Internet eran los relojes los que ponían
bridas a nuestro tiempo, y sentíamos la necesidad de liberarnos de ellos viendo
aquellas pelis setenteras como Easy Rider
o Cowboy de medianoche, ahora la
imposición a llegar a tiempo viene de dentro. Es el mundo el que se alimenta de
nuestra impaciencia. Es un mundo impaciente, impacientado, el que estamos
labrando cada vez que anteponemos lo urgente a lo importante y olvidamos que
hay río al otro lado.
El
caso es que la actualidad confirma la sospecha del filósofo Jean-François Lyotard cuando se
preguntaba si lo propio del hombre no es estar habitado por algo inhumano,
porque las nuevas políticas transhumanistas ya invitan a la comercialización de
seres híbridos que llevarán implantadas en el cerebro aplicaciones con las que
recrear en 3D videojuegos, recibir a golpe de vista la noticia casi en tiempo
real, o dejar que algún algoritmo tome decisiones o “piense” por nosotros. ¿Por
qué esa obsesión por dejar de ser? ¿Por qué esa manía de privarnos del camino?
¿Por qué ese afán de dar a la técnica el poder de gobernar lo humano? ¿De dónde
viene el extraño embrujo de someter lo humano a las mismas exigencias
que se le hacen a la máquina?
“¿Qué
perturbadora burla puede incubarse en el seno de un hombre harto de sí mismo?
¿Qué fuerza le lleva a someterse temerariamente a una computadora más
inteligente y poderosa? ¿De dónde nace la obsesión por dar a la técnica el
poder de gobernar a la humanidad? ¿Qué influencia ha extirpado de la conciencia
humana el principio de dignidad, soberanía y autonomía que glosa la filosofía
kantiana? La mentalidad colonizada por la doctrina mecanicista anhela el ocaso
de lo humano y ver cumplido el vaticinio distópico que consuele el espasmo
narcisista del hombre resentido, acabe de una vez con la disyuntiva del libre
albedrío y borre de la memoria cultural la dimensión espiritual de un ser
alumbrado por la transcendencia.” (Basilio
Baltasar, “El espasmo narcisista del hombre resentido”)