La validez no es un concepto que admita grados. De hecho, ningún concepto admite grados. Cuentan con un quantum de energía, o de emoción, que los sostiene hasta que devienen en palabra, que es término, en sentido literal. El término agota cualquier intento de intensificación. Una vez terminado, el edificio no hace más que descomponerse. Ya lo advirtió el sabio Empédocles: las cosas no pueden más que componerse y descomponerse. Es su sino. Si no, ya no serían cosas.
¿Hacia dónde se dirige hoy aquel quantum? ¿A dónde hay que mirar para saber de qué está hecho nuestro tiempo? ¿Al edificio de enfrente hecho de andamios, grúas y obreros? ¿Adentro de nosotros dejándonos llevar por los nuevos chamanes y hechiceros? Quizá no tan lejos. Quizá en el recorte de periódico donde se advierten noticias como que la obesidad es el problema del siglo XXI. ¿Cómo ha llegado la obesidad a ser noticia universal? ¿Cómo ha llegado el pesado cuerpo a llamar la atención de todos? ¿A dónde hemos llegado que se ha hecho de la salud norma y del pecado enfermedad?
Quizá el quantum de nuestro tiempo sea «hacer noticia» de lo sobrante, lo insoportable o inaguantable, como aquellas barrigas que aprisionadas por cinturones y otros aranceles invaden espacios reservados sólo al aire y su transparencia, o ensañamientos entre vecinos y familiares que día a día llenan nuestras pantallas, o desaires de adolescentes en edad de experimentar el ruido de las cosas.
Quizá el quantum de nuestro tiempo sea que ya no sepamos ver tras los letreros ni advertir a escondidas la ceguera de los otros.