Ahora
resulta que la tendencia política a convertir todo en anglosajón, como si lo
hispano no fuera suficiente bien para tener que dedicarnos a ello, se
traduce en programas pedagógicos que, como uno de los últimos de los inventos
bilingües implantados en nuestra educación, exigen para su desarrollo que los
alumnos participantes del programa vean mermada su libertad de elección
conforme avanza su itinerario. La ocurrencia legislativa de poder
convertir cualquier materia (optativa o troncal) en lo que ahora se denominará una materia bilingüe,
explica el hecho de que los alumnos de un mismo curso y de un mismo centro,
sujetos todos ellos a las mismas necesidades educativas, no puedan optar al
mismo elenco de asignaturas que por currículo les corresponde. Mientras que a
los alumnos castellanizados se les abre una opción amplia de asignaturas,
los alumnos “bilingües” topan, por ejemplo, en 4º de ESO con que no
pueden elegir Filosofía o Cultura Científica (ni en castellano ni en extranjero) porque no son materias “bilingües”.
Y, digámoslo con mayúsculas, LA LIBERTAD SE FUNDAMENTA EN LA POSIBILIDAD DE
ELECCIÓN. ¿Será entonces que los alumnos “bilingües”, hermanados en
la conquista hacia ese título de inglés, francés o alemán, merecen menos que
los alumnos no bilingües? ¿O será que el reclamo que han de pagar por llevar en
sus espaldas el sello “bilingüe” es, precisamente, el daño moral de ver
mermada su capacidad de opción?
Sí, el autoritarismo de la voluntad todo lo justifica, y también esto. Como los padres eligieron voluntariamente matricular a su hijo en el programa, se dice, cualquier itinerario es legítimo, incluso aquel que contraria el principio de libertad de opción y de igualdad de oportunidades. Pero, ¡ay!, ¿cómo podría ser legítimo un itinerario educativo que, violentando la optatividad del alumno, no responde a ninguna necesidad educativa, sino al capricho de unos claustros temerosos de quedarse sin el sello de “centro bilingüe” o de unos padres ilusos de que la angloesfera dará trabajo a sus hijos? ¿Cómo podría justificarse que un programa, basado en un modelo inclusivo y de igualdad de oportunidades, violente estos mismos principios y siga, a pesar de eso, su marcha hacia adelante? ¿No será que lo que impera es la feroz lógica del poder, «haciendo todo lo que se puede hacer» y deshaciendo lo que, gracias a Dios, todavía indigna a algunos corazones?
Sí, el autoritarismo de la voluntad todo lo justifica, y también esto. Como los padres eligieron voluntariamente matricular a su hijo en el programa, se dice, cualquier itinerario es legítimo, incluso aquel que contraria el principio de libertad de opción y de igualdad de oportunidades. Pero, ¡ay!, ¿cómo podría ser legítimo un itinerario educativo que, violentando la optatividad del alumno, no responde a ninguna necesidad educativa, sino al capricho de unos claustros temerosos de quedarse sin el sello de “centro bilingüe” o de unos padres ilusos de que la angloesfera dará trabajo a sus hijos? ¿Cómo podría justificarse que un programa, basado en un modelo inclusivo y de igualdad de oportunidades, violente estos mismos principios y siga, a pesar de eso, su marcha hacia adelante? ¿No será que lo que impera es la feroz lógica del poder, «haciendo todo lo que se puede hacer» y deshaciendo lo que, gracias a Dios, todavía indigna a algunos corazones?