Comprender los mecanismos por los que funciona el intelecto sigue siendo una de las tareas fundamentales de la neurociencia, la epistemología y la filosofía de la mente. La tarea no es baladí, pues se piensa que conociendo dichos mecanismos podremos llegar a descubrir las posibilidades de nuestra mente. De hecho, me aventuraría a afirmar que ha sido este afán de vislumbrar la frontera del dominio de la razón lo que ha animado la mayoría de los grandes sistemas filosóficos desde la modernidad hasta nuestros días. Así, por ejemplo, algunos filósofos – pienso en Russell, Wittgenstein - han considerado que el pensamiento está sujeto a una serie de leyes, traducibles al lenguaje lógico, que determinan su actividad; los psicologistas, en cambio, atribuyen a los mecanismos psicológicos el poder de determinar las posibilidades la mente; otros, sin embargo, conciben ésta como un poder absoluto al que es absurdo tratar de fijar límites… En fin, sería innumerable la lista de científicos, filósofos y escuelas que sobre el asunto se han pronunciado. Podemos encontrar, sin embargo, en esta pluralidad de pareceres una nota común, y es que todos ellos coinciden en admitir que el entendimiento es la auténtica fuente de conocimiento cierto o, cuando menos, probable. Ninguno de los teóricos aludidos cuestionan el papel del intelecto en la construcción de teorías científicas. Es precisamente su firme convicción en la capacidad de la mente para la construcción de modelos científicos lo que hace que se planteen con tanta urgencia el problema de los límites del conocimiento.
Hay sin embargo otra tradición de pensadores, de poetas, místicos – pienso en Buda, Heráclito, Plotino, Shopenhauer, Jünger, o en el místico contemporáneo Osho - que aseguran haber descubierto otras formas de conocimiento mejores que la intelectiva, como la música, la poesía o la mística. Éstas comienzan a funcionar justamente allí donde finalizan las posibilidades del intelecto, que resulta insuficiente para dilucidar la naturaleza del universo. Lo propio del intelecto, afirman estos místicos, es cuestionar o plantear problemas en torno a otros problemas previamente definidos, de ahí que su acción fundamentalmente se reduzca a dos posibilidades: la confusión o el logro de certidumbres. Estas últimas satisfarán la sed de intelección, pero no el anhelo de claridad, de verdad, inscrito en lo más profundo de la naturaleza humana. El intelecto, por naturaleza, nos lleva a estar ciertos o confusos sobre algo, a nada más, alejándonos así del ser verdadero, que, lejos de prestarse a la intelección como las ideas, demanda otras formas de conocimiento por las que pueda manifestar su esencia, sin fisuras ni alteraciones. Por ello, auguran estos místicos, quienes cuenten únicamente con el intelecto en sus estudios tendrán cerrado el camino del ser, que permanecerá entonces oculto, vedado, disfrazado siempre de un eterno misterio.
La confusión es una gran oportunidad. Indica simplemente que no hay salida a través de la mente (…) Si estás sumamente confundido quiere decir que la mente ha fracasado, que ya no puede proporcionarte más certidumbres. Cada vez te acercas más a la muerte de la mente. Y eso es lo más grande que le puede ocurrir a un hombre en la vida; la mayor de las bendiciones, porque una vez que descubres que la mente es confusión y no hay salida a través de ella, ¿por cuánto tiempo seguirás aferrado a la mente? Tarde o temprano tendrás que desprenderte de ella y, aunque no quieras, se desprenderá por sí sola. La confusión llegará a ser tan grande y tan densa que caerá por su propio peso. Y cuando la mente cae, la confusión desaparece (…) Donde hay confusión puede haber certidumbre; cuando la confusión se desvanece, también lo hace la certidumbre. Simplemente eres claro: ni confuso ni seguro, solo una claridad, una transparencia. Y esa transparencia está dotada de belleza y elegancia; es exquisita.
El momento más hermoso de la vida es cuando no hay confusión ni certidumbre. Uno simplemente es: un espejo que refleja lo que existe, sin sentido ni dirección, sin proyectos ni futuro, solo plenamente en el momento, rabiosamente en el momento.
(El abc de la sabiduría, Osho)
La confusión es una gran oportunidad. Indica simplemente que no hay salida a través de la mente (…) Si estás sumamente confundido quiere decir que la mente ha fracasado, que ya no puede proporcionarte más certidumbres. Cada vez te acercas más a la muerte de la mente. Y eso es lo más grande que le puede ocurrir a un hombre en la vida; la mayor de las bendiciones, porque una vez que descubres que la mente es confusión y no hay salida a través de ella, ¿por cuánto tiempo seguirás aferrado a la mente? Tarde o temprano tendrás que desprenderte de ella y, aunque no quieras, se desprenderá por sí sola. La confusión llegará a ser tan grande y tan densa que caerá por su propio peso. Y cuando la mente cae, la confusión desaparece (…) Donde hay confusión puede haber certidumbre; cuando la confusión se desvanece, también lo hace la certidumbre. Simplemente eres claro: ni confuso ni seguro, solo una claridad, una transparencia. Y esa transparencia está dotada de belleza y elegancia; es exquisita.
El momento más hermoso de la vida es cuando no hay confusión ni certidumbre. Uno simplemente es: un espejo que refleja lo que existe, sin sentido ni dirección, sin proyectos ni futuro, solo plenamente en el momento, rabiosamente en el momento.
(El abc de la sabiduría, Osho)