Cabe definir la personalidad de Woody Allen como antisocrática. Era Sócrates quien se desprendía de todo bien material con el fin de disponer de lo estrictamente necesario para cultivar el bien del cuerpo y la felicidad del alma. Con su ejemplo no sólo pretendía conquistar dichos valores, sino que sus conciudadanos hicieran lo propio, porque sólo así, pensaba el filósofo, podría fundarse una sociedad justa y bienaventurada. Contra las enseñanzas de este maestro, que ha impulsado los principales sistemas morales desde el período clásico hasta nuestros días, al menos en Occidente, Woody Allen aconseja cuidar los bolsillos y no empeñar la vida en cultivar la salud del cuerpo, siempre tan caprichosa, ni mucho menos la del alma, que la pobre no existe. De lo que se trata, más bien, es de saborear los buenos momentos, por insignificantes que parezcan, no vaya a ser que el futuro traicione nuestras esperanzas:
Mientras uno pasa por la vida, es extremadamente importante conservar el capital, y no se debe gastar el dinero en simplezas, como licor de pera o un sombrero de oro macizo. El dinero no lo es todo, pero es mejor que la salud. A fin de cuentas, no se puede ir a la carnicería y decirle al carnicero: "Mira qué moreno estoy, y además no me resfrío nunca", y suponer que va a regalarte su mercancía (A menos, naturalmente, que el carnicero sea un idiota.) El dinero es mejor que la pobreza, aunque sólo sea por razones financieras. No es que con él se pueda comprar la felicidad. Tomad el caso de la hormiga y la cigarra: la cigarra se divirtió todo el verano, mientras que la hormiga trabajaba y ahorraba. Cuando llegó el invierno, la cigarra no tenía nada, pero la hormiga se quejaba de dolores en el pecho. La vida es dura para los insectos. Y no creáis que los ratones se lo pasan muy bien tampoco. La cuestión es que todos necesitamos un nido en el que refugiarnos, pero no mientras se lleve un traje bueno. Para terminar, tengamos presente que es más fácil gastar dos dólares que ahorrar uno. Y, por amor de Dios, no invirtáis dinero con ninguna agencia de Bolsa en la que uno de los socios se llame Casanova. (Woody Allen, 'Sobre la frugalidad' en Cuentos sin plumas)