Enero de 1.943. Cuando cambian las tornas el diablo pierde el juego y la paciencia.
Observas desde la última fila como va cediendo el dominó, la
espada se acerca, la pared se mantiene, bienvenido a la vanguardia.
El decrépito General sigue escupiendo órdenes y finge
controlar la situación pero cuando decide arrojar sus últimas fichas sobre el
tablero el pulso le delata y ya no te mira a la cara.
Tu batallón es un amasijo de chatarra y carne mutilada,
títeres timoratos y tres o cuatro suicidas en busca de una medalla. Y nada más.
Te ajustas el casco de campaña, buscas un espejo, no te
reconoces, el ritual resulta extraño y todo parece una pesadilla pero la
artillería enemiga zarandea las bombillas de la última guarida y es la hora de
salir.
En la antesala del matadero, cuando el enemigo pasa la
cuenta y tú eres la última moneda, el comandante ya no parece tan buena
compañía y borrosas van quedando las noches de tocata y fuga en el puesto de
mando.
Y no será Dios quien te juzgue, no habrá cumpleaños para
difuminar tus pecados, ni falso arrepentimiento en el último suspiro, el
enemigo maneja los tiempos.
Para ti la guerra empieza y acaba el mismo día, qué cosa más
rara.
El Alto Mando aguantará un poco más, han puesto precio a su
cabeza pero volarán primero la tuya.
Samuel Porcel