Descartes, partiendo del
argumento a priori de
san Anselmo de la existencia de Dios, escribe:
Por un instante quise buscar otras verdades, y, habiéndome propuesto el objeto de los geómetras, que yo concebía como un cuerpo continuo, o como un espacio infinitamente extendido en longitud, latitud y profundidad o altura, divisible en distintas partes que podían adoptar diversas figuras y magnitudes y ser movidas y trasladadas de todos modos (pues todo esto suponen los geómetras como objeto suyo), recorrí algunas de sus más simples demostraciones, y, al percatarme de que esa gran certeza que todo el mundo les atribuye sólo se funda en que se las concibe con evidencia, según la regla que enuncié hace poco, advertí también que no había en ellas nada que me asegurase de la existencia de su objeto; pues veía claramente que, suponiendo un triángulo, era necesario que sus tres ángulos fuesen iguales a dos rectos, pero no por eso veía nada que me asegurase de la existencia en el mundo de ningún triángulo; en cambio, volviendo a examinar la idea que tenía de un Ser perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en ella, de la misma manera que está comprendido en la de un triángulo el que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos, o en la de una esfera el que todas sus partes disten igualmente de su centro, y aun me parecería más evidente lo primero; por consiguiente, que Dios, ese Ser tan perfecto, es o existe, lo encontraba por lo menos tan cierto como pudiera serlo cualquier demostración de la geometría. (
Renato Descartes,
Discurso del método. Antonio Rodríguez Huescar. Editorial Orbis, Madrid, 1983.)
Podemos desmenuzar la prueba del siguiente modo:
El concepto de “triángulo”
debe ir referido a un objeto que reúna la propiedad de que la suma de sus ángulos sea dos rectos, porque si el objeto no reúne esta propiedad no nos podemos referir al objeto como un triángulo, sino quizá como un cuadrado, un rombo o un círculo. Es decir, para que el concepto de “triángulo”
sea el concepto de triángulo (y no el de cuadrado o el de círculo) debe ir referido a un objeto que reúna dicha propiedad.
Por lo mismo, la idea de “Ser Perfecto”
debe ir referida a un ser que, cuando menos, exista, porque si éste no reúne la propiedad de existir no puede ser perfecto, y, consecuentemente, no nos podemos referir a él como un ser perfecto, sino como un ser imperfecto o inexistente. Es decir, para que el concepto de “Ser Perfecto”
sea el concepto de Ser Perfecto (y no el de un ser imperfecto) debe ir referido a un ser que al menos exista.
Por tanto, si tenemos la idea de “Ser Perfecto” y ésta
tiene que ir referida a un ser perfecto, éste tiene que existir fuera de la mente.
¿Dónde está el círculo que invalida el argumento?
Estamos diciendo, por un lado, que lo que hace que el concepto de “Ser Perfecto”
sea el concepto de “Ser Perfecto”, y no el de “un ser imperfecto” o “inexistente”, es precisamente el ser perfecto al cual se refiere. Por tanto, estamos dando por supuesta la existencia de éste para determinar que se trata de la idea de “Ser Perfecto”. Pero es precisamente partiendo de la idea de “Ser Perfecto” como hay que demostrar la existencia de éste, y no al revés.