El científico y filósofo René Descartes, artífice de las Reglas para la dirección del espíritu, constituye un claro referente de cierta tendencia pedagógica actual. Es sabido que en dicho ensayo se plantea un método, riguroso y lógico, aplicable a todas las ciencias y garante de progreso científico. Lo llamativo de este planteamiento, que tantas disputas continúa generando, consiste en admitir la existencia de una serie de reglas aplicables a cualquier ciencia y por las que toda forma de conocimiento pueda progresar. El método es relevante en tanto que siempre es válido, con independencia de cuál sea su objeto de aplicación. Figúrense las consecuencias de este modo de pensar: los científicos habrán de acogerse a las pautas del método científico, no podrán desatender cada una de las reglas ni inventarse otras... Los detractores del método cartesiano argullen que éste, lejos de impulsar la ciencia, pone bridas a cualquier intento de creatividad o anarquismo intelectual, restando con ello posibilidades al progreso científico.
Como hoy día nos advierte el profesor e investigador Ricardo Moreno en su alegato recién publicado No es verdad que no sea verdad, advertencia que magníficamente recoge el blog Antes de las cenizas, existe en la actualidad española cierta tendencia de la pedagogía actual que, casualmente, se fundamenta sobre presupuestos similares a los cartesianos. Dicha tendencia, entre otras cosas, insiste en que los docentes nos convenzamos de que es necesario poseer una metodología de validez universal para ‘aprender a enseñar’, lo mismo que los alumnos, antes de ejercer su oficio de aprendices, deben ‘aprender a aprender’. Sobre ello opina Moreno:
En cuanto a lo de “aprender a aprender”, es una solemne majadería, por muy prestigiada que esté en ambientes pedagógicos. A aprender se aprende aprendiendo, igual que a andar se aprende tirándose a la piscina. No hay algo así como un “aprender a aprender a nadar” que luego te permita aprender a nadar (No es verdad que no sea verdad, Ricardo Moreno)
La idea que defiende Moreno, y que compartimos plenamente, es que no existen herramientas, reglas o habilidades de validez universal, aplicables a cualquier materia y necesarias para su aprendizaje. Ni el docente ni los alumnos deben acogerse a ellas. La única regla, si se quiere, es que no hay reglas, que son sólo necesarios el esfuerzo y la pasión por el conocimiento para que éste se desarrolle, tanto en las pizarras como en los pupitres. No existe ‘el aprender’ desligado de aquello que se aprende, como no existe ‘el percibir’ separado de una percepción concreta. Eso es sólo una abstracción, y como tal se la debe considerar. Porque, en cuanto se la toma como algo real, aparece el empecinamiento cartesiano de ciertos pedagogos actuales de someter la labor del profesor a las innumerables y vacías reglas de sus metodologías.
A través de la pedagogía, en el mundo de la Educación han entrando y con influencia unas personas a las que se podría llamar “anti-educadores”. Ya que los pedagogos no tienen una materia propia, tienen tendencia a socavar la importancia de todo conocimiento específico de materia, sobre todo lanzando la idea de que sería posible aprender a aprender sin aprender nada específico. En mis momentos de pesimismo me pregunto si estas modas no van a acabar con la civilización occidental tal como la hemos conocido, basada en el humanismo, el racionalismo y la ciencia, porque estos valores han sido transmitidos a través de la Educación y esta transmisión funciona ahora menos bien (“Los pedagogos socavan la importancia de todo conocimiento específico”, Inger Enkvist)
Como hoy día nos advierte el profesor e investigador Ricardo Moreno en su alegato recién publicado No es verdad que no sea verdad, advertencia que magníficamente recoge el blog Antes de las cenizas, existe en la actualidad española cierta tendencia de la pedagogía actual que, casualmente, se fundamenta sobre presupuestos similares a los cartesianos. Dicha tendencia, entre otras cosas, insiste en que los docentes nos convenzamos de que es necesario poseer una metodología de validez universal para ‘aprender a enseñar’, lo mismo que los alumnos, antes de ejercer su oficio de aprendices, deben ‘aprender a aprender’. Sobre ello opina Moreno:
En cuanto a lo de “aprender a aprender”, es una solemne majadería, por muy prestigiada que esté en ambientes pedagógicos. A aprender se aprende aprendiendo, igual que a andar se aprende tirándose a la piscina. No hay algo así como un “aprender a aprender a nadar” que luego te permita aprender a nadar (No es verdad que no sea verdad, Ricardo Moreno)
La idea que defiende Moreno, y que compartimos plenamente, es que no existen herramientas, reglas o habilidades de validez universal, aplicables a cualquier materia y necesarias para su aprendizaje. Ni el docente ni los alumnos deben acogerse a ellas. La única regla, si se quiere, es que no hay reglas, que son sólo necesarios el esfuerzo y la pasión por el conocimiento para que éste se desarrolle, tanto en las pizarras como en los pupitres. No existe ‘el aprender’ desligado de aquello que se aprende, como no existe ‘el percibir’ separado de una percepción concreta. Eso es sólo una abstracción, y como tal se la debe considerar. Porque, en cuanto se la toma como algo real, aparece el empecinamiento cartesiano de ciertos pedagogos actuales de someter la labor del profesor a las innumerables y vacías reglas de sus metodologías.
A través de la pedagogía, en el mundo de la Educación han entrando y con influencia unas personas a las que se podría llamar “anti-educadores”. Ya que los pedagogos no tienen una materia propia, tienen tendencia a socavar la importancia de todo conocimiento específico de materia, sobre todo lanzando la idea de que sería posible aprender a aprender sin aprender nada específico. En mis momentos de pesimismo me pregunto si estas modas no van a acabar con la civilización occidental tal como la hemos conocido, basada en el humanismo, el racionalismo y la ciencia, porque estos valores han sido transmitidos a través de la Educación y esta transmisión funciona ahora menos bien (“Los pedagogos socavan la importancia de todo conocimiento específico”, Inger Enkvist)