Os invito a la lectura de este poema trasquilado: una ocurrente reflexión sobre la fecundidad del arte y la infinitud del sentido.
La pieza que falta es, precisamente, el armazón del puzle.
Os invito a la lectura de este poema trasquilado: una ocurrente reflexión sobre la fecundidad del arte y la infinitud del sentido.
La pieza que falta es, precisamente, el armazón del puzle.
Hay momentos en los que las noches están en todas partes. Las flores saben más que todas las humanidades juntas y nadie ya es medida de nada. De pronto las cosas ya no son iguales o desiguales, y pierde sentido la teoría de la singularidad. ¿Respecto de qué podríamos ser singulares? La lógica, con sus leyes y numeraciones, pierde pie, y ni siquiera fluye el río de Heráclito. Los mudos ya no necesitan hablar ni los náufragos amarrarse. Tampoco hay espera ni pesar.
Pues bien, hallábame en una de aquellas noches cuando de pronto una luciérnaga se posó y se hizo el mundo.
"«Mira, mira...» es el origen de la palabra que dice el mundo.
«Mira, mira...» es hacer presente el mundo al otro y a uno mismo; es hacer el mundo común." (Josep Maria Esquirol, Humano, más humano)
Hay enfermedades que no se doblegan a los poderes presentes y persisten pese a la velocidad de los tiempos. Se instalan allí donde ya no sirven las medidas paliativas y amenazan con ocupar los puestos donde debería reinar el entusiasmo y la diligencia. Una de estas enfermedades, que desde hace décadas yace instalada en los corazones de tantos ciudadanos, es el quietismo de quienes profesan que el mundo va mal pero no hacen nada para cambiarlo. Se dirigen a él con la parsimonia del que mira a su ombligo y piensa cómo salvarlo de ser salpicado. Es el quietismo de quien con actitud derrotista ya sólo piensa en disfrutar del sol de los fines de semana mientras ve el mundo desmoronarse bajo sus pies. Es el quietismo de quien se ve ninguneado por las autoridades competentes y ni siquiera levanta la mirada para decir, o profesar, o gritar: ¡no soy un "0"!
Pero lo que no deberíamos olvidar, como siguen enseñando los grandes narradores existencialistas, es que también somos responsables de lo que no hacemos, ni decimos, ni sentimos. También somos responsables de agachar la cabeza y seguir comportándonos como unos perfectos obedientes, que entre queja y queja, se suman a loca marcha por ver quién llega antes a la meta y obtiene el mejor resultado. Porque, señores, en esto se han convertido las grandes sociedades del conocimiento de nuestro país: en auténticas fábricas de hombres y mujeres resolutivos, debidamente adiestrados para informar, rellenar y obedecer órdenes que palmariamente atentan contra el sentido común y el buen hacer de las personas.
Unas órdenes que, no lo olvidemos, están hechas solo para ser obedecidas.
Sin duda, nos define más aquello por lo que nos sentimos incapacitados, o imposibilitados, que lo que nos hace sentirnos poderosos. Y es llamativa la tendencia, creciente, a situarse desde el lado del poder, de la posición del podemos, cuando ésta es sólo una de las formas más precarias, y endebles, del existir. Leo de Víctor Gómez Pin que "no podremos nunca tener certeza alguna del origen del lenguaje", de Josep Maria Esquirol que "por mucho que avance la ciencia, nada de nada sabríamos sobre el hecho de que tú y yo estemos aquí", de mis alumnos de Valores que Eduardo Manostijeras "nunca podrá verdaderamente amar"; y, sin embargo, nos empeñamos en creer que todo lo sabremos y que es cuestión de tiempo que resolvamos todos los misterios. Me desconcierta, la verdad, que el hombre de hoy no vea todo lo que genera la experiencia de la imposibilidad y, en su lugar, siga empecinado en querer convencerse que todo lo puede.
Mientras ríos de hombres deambulan por las calles de la ciudad, un niño se sienta cada noche en la misma ventana, y espera, espera... hasta hacerse invisible con ella.
Sueño del 20 de Mayo
A veces, cuando subo en el ascensor me imagino a éste dejándome en una ciudad de casas desconocidas, todas iguales, blanquecinas, de tejados bajos, y sin ventanas. Y me imagino abriéndome paso entre ellas para buscar algo de luz, o de verdad, pero no como el prisionero de Platón, que ya sabía a dónde se dirigía en el momento de romperse las cadenas, sino como el niño que busca a una madre que no está.
Sueños de Mayo
Es llamativa la tendencia de los centros escolares a mortificarse imponiéndose nuevas y penosas ocupaciones que, para desgracia de quienes las padecen (y padecemos), asfixian todavía más a unos profesores cada día más atolondrados y exhaustos. Reuniones interminables, protocolos infumables, informes estadísticos, consejos orientadores, evaluaciones predictivas, atenciones virtuales, y tantos otros preceptos que de órdenes incomprensibles nos llegan siempre en horas intempestivas y cuyo polvo nos resulta cada vez más difícil sacudirnos. Adherencias de todo tipo que, como si cayeran del cielo, se pegan a nuestras ropas, traspasando la primera piel e instalándose, bien recostados, en los rincones más primitivos de nuestro ánimo. ¿Hacia una maquinización total? Podría ser.
Fotografía realizada por José Antonio Porcel
Pero de veras que por lo mismo que nos mortificamos podemos enterrar las armas y darnos un respiro, aunque sea de vez en cuando. ¿Os imagináis un curso siendo verdaderamente profesores? Con tu tiempo para atender las dudas de los alumnos, compartir conocimientos con tus colegas de departamento, acercarte a otros a ver qué están cociendo, abrir lo último en investigación o, sencillamente, respirar hondo dos veces y preguntarse por el sentido de la clase que voy a dar. Sería la leche. Sería como volver a nuestra profesión. Una exhalación de libertad. En realidad, por lo mismo que aprendemos a explicar podemos aprender a desexplicar, y a desmontar, y a deshacer, y quedarnos con la semilla para que recibiendo el cuidado que merece pueda germinar. En ALGO.
Éste es mi llamamiento de fin de curso, que no adjuntaré.