Hay un materialismo que aboga por la idea de que la esencia de todo es la materia, o lo material. Desde este punto de vista, se niega la existencia de todo aquello que no sea susceptible de ser reducido a procesos o entidades cuantificables y calculables por la ciencia física. El materialismo, así entendido, niega cualquier forma de trascendencia, salvo aquella que lleve a postular una realidad algo misteriosa llamada materia.
Sin embargo, hay otro sentido del materialismo que nos parece más interesante y oportuno recuperar, especialmente en la era del imperialismo digital. Se trata de un materialismo mucho más concreto, que apela a lo concreto. Es el materialismo de las manos que toman y tocan; el de los olores que sentimos y el de los colores que vemos fuera de las pantallas. Es el materialismo que invita al cuidado y a ese sentimiento extraordinario por el que nos hacemos y sentimos próximos a los demás:
“El materialismo del que andamos faltos no es
teórico –casi contradictorio en sus términos-, sino el más concreto y, por
tanto, el más verdadero de todos. Si no lo recuperamos, entonces la era digital
sí será, sobre todo, la era de la evasión, el opio renovado para el pueblo. En
forma imperativa se podría decir: «Por favor, tocad tanto como podáis». Tocad
la tierra, los troncos de los árboles, las piedras, la fruta, los cuerpos
deseados…, acariciad el aire y abrazad a los hijos y agarrad las mantas y
haceos la comida. Tal vez Heráclito, cerca del fuego, aprovechase para cocer un
par de sardinas y tostar una rebanada de pan; el placer del primer mordisco
venía precedido por el olor que el pescado desprendía desde las brasas. Éste es
el auténtico materialismo de las cosas”. (Josep Maria Esquirol, La resistencia íntima)