Como integrantes de la educación, la pregunta que hoy debemos plantearnos, maestros, profesores, padres, funcionarios y políticos, para escucharnos y debatir, es si verdaderamente queremos un sistema que sea perfecto, en el que todo funcione, todo encaje, todo esté decidido y nada se encuentre fuera de lugar. Un sistema reductible a algoritmos que decidan lo más conveniente para quienes participan de este gran proceso, que determinen lo que cada alumno necesita saber y cuándo lo necesita, lo que cada profesor debe enseñar y cuándo enseñarlo. Un sistema a cuyos resultados estadísticos debamos confiarnos con la fe con la que el caminante se confía al suelo que pisa. Y debemos plantearla, extendiéndola a claustros, consejos y cuantos organismos correspondan, anteponiéndolo a todo lo demás, porque, sólo si todos convenimos que ésta es la educación que queremos, habremos de cruzarnos de brazos y dejar que la cosa siga como está.