jueves, 30 de septiembre de 2021

¡Conseguido!

Él y su bicicleta. Vaya par de inseparables. Titán y Titánide.


miércoles, 29 de septiembre de 2021

La fuente

En un reino no muy lejano llegó a oídos de un rey la noticia de un niño que cada día caminaba hasta una misma fuente. Los pastores de la noche le veían atravesar los mismos valles a la caída del Sol. Los ángeles aguardaban escondidos mientras bebía su sorbo de agua. Y las mujeres asomadas, mientras el río corría, lamentaban cada mañana que no entrara a su puerta.

Y el caso es que llegó a oídos del rey que aquel niño se había hecho hombre caminando cada día a la misma fuente. Siguió el curso de los años y el rey, siendo tan viejo que apenas podía sostenerse, mandó llamar al "hombre que acude a la misma fuente a beber de su agua."

¿Por qué cada día acudes a la misma fuente a beber de su agua? - Le preguntó.

El hombre, que ya era casi tan anciano como el rey, le respondió:

No es por el agua por lo que voy, que es diferente a la que ahora corre. No es por el placer de atravesar el camino, cuyas piedras y surcos son ya otros. Tampoco por la sombra del olmo que me da descanso. 

¡Ni el Sol es el mismo que el de aquel día!


sábado, 25 de septiembre de 2021

¿Trans? humanismo

Comparto esta interesante reflexión sobre el tema que ocupa a nuestra novena edición olímpica de Filosofía. El tema.... Transhumanismo: ¿mejora o fin de la especie? La pregunta... ¿Pero siendo humanos podemos ir más allá de lo humano? La persona.... un estudiante de dieciocho años.



HACIA UNA IDENTIDAD GLOBAL

La pérdida total de la identidad individual en la elongación gradual del tiempo de vida.

El avance tecnológico desmesurado permite, por suerte o por desgracia, que la esperanza de vida sea cada vez mayor. El deseo de todo transhumanista culmina en alcanzar la muerte de la muerte, es decir, vivir, si se puede denominar de tal forma, eternamente. Un mundo en el que el envejecimiento sea una enfermedad curable, donde no haya muerte que separe a los amantes, donde ya no sea necesaria la prisa, ni los horarios, donde el tiempo ya no sea más que un lastre del pasado.

A simple vista, esta propuesta puede parecernos una auténtica utopía, un mundo ideal, el sueño de cualquier mortal, pero, querido lector, hemos de tener cuidado con lo que deseamos, pues, en primer lugar, esto no se trata de una película irreal ya que es probable que en un futuro se pueda materializar, y para continuar, hemos de analizar detenidamente las consecuencias, en su mayoría nefastas, de vivir para siempre. En concreto, es menester analizar cómo se forja nuestra identidad personal y lo fácilmente que ésta puede ser destruida al habitar en esa infinitud temporal.

En resumidas cuentas, la vida y la muerte son las dos caras de una misma moneda, no hay una sin la otra. En el momento en que nacemos, dejando atrás factores biológicos y circunstanciales, que obviamente son plenamente relevantes, somos potencialmente capaces de ser, de convertirnos en una multiplicidad de cosas. Partiendo de que nuestro tiempo es limitado, somos conscientes de nuestra propia finitud, nos moldeamos decidiendo entre el gran abanico de posibilidades presentes. Estas decisiones, desde las más insignificantes como el “outfit” del día, a otras de cierta relevancia como qué profesión ejercer, con quién compartir nuestra vida o si tener hijos, son las que nos definen como individuos, las que moldean nuestro yo en potencia, alcanzando actos, aunque éste nunca llega a culminar, a ser una obra de arte terminada, adquiere cierta forma que hace posible diferenciarnos del resto de individuos. Toda decisión tiene su coste de oportunidad, lo que podríamos haber sido y no somos. Todo ello también forma parte de nuestra identidad.

Los motivos que nos impulsan a perseguir ciertos objetivos y descartar los demás constituyen un gran misterio. Quizá sea esa vocación de la que habla Ortega y Gasset, favorecida o dificultada por la circunstancia. Quizá haya cierto determinismo independiente de toda elección contenido en nuestro ser (suponiendo la existencia del mismo) previo a la experiencia. Quizá también intervengan imposiciones culturales, familiares, educacionales…

A grandes rasgos, nuestras decisiones nos definen y la causa primordial del imperativo de tomar dichas decisiones no es más que la muerte (y de la conciencia del ser humano como ser mortal), de habitar el mundo por un periodo de tiempo con un principio y un fin (y ser conocedores del mismo), de la efimeridad de la existencia.

Dicho esto, supongamos que la tecnología dispone de los medios requeridos para alcanzar la eternidad humana, que la muerte ya no forme parte de la vida, que los humanos quedemos redimidos de las limitaciones biológicas y nuestro tiempo disponible se eleve a infinito.

Nuestra identidad individual carecería de forma, las decisiones ya no constituirían un imperativo, podríamos serlo todo. Todos podríamos serlo todo, yo no sería más que una multiplicidad de yoes, al igual que tú, y que todo ser existente. Residiríamos así en el infierno de lo igual, donde el yo quedaría diluido en una masa con el resto de seres. Se formaría una única identidad, la Identidad del Todo, completamente en acto, pues llegaría un punto que esa infinitud de posibilidades expiraría. Imagino una gran masa de seres idénticos, incapaces de crear más de lo creado, de forzar lazos con el otro, pues el otro ha desaparecido; la curiosidad por lo desconocido, el eros, el enamoramiento, el anhelo de conocimiento… hechos que nos hacen vibrar y amar la vida, todos esfumados.

La mirada del otro también quedaría anulada, pues las diferencias entre el otro y yo no son más que superfluas y materiales. Ya no hay otro que juzgue, que analice, que observe, que quiera, que odie.

Todo lo descrito apunta hacia un futuro distópico y lejano, completamente inalcanzable a día de hoy. Pero la defunción de la identidad personal no sólo puede alcanzarse a través de esa eternidad, sino mediante otros mecanismos como la modificación genética. La perversión del ADN a través de la imposición de mejoras en la inteligencia, las capacidades físicas y emocionales… llevará a un futuro repleto de genios. Al fin y al cabo, ya no podrá distinguirse el genio del resto pues todos los nacidos lo serán. Caemos así de nuevo en la misma barbarie de la anulación de la individualidad.

Repito, es de gran importancia analizar nuestros deseos. Jugamos a ser dioses, es más, tratamos de serlo encarando a la muerte y venciéndola, sin ni siquiera saber qué hacer una tarde de domingo. El descarte nos aterra; la elección, la imposibilidad de abarcarlo todo nos parece detestable, olvidando que es lo que nos permite ser únicos, diferentes, especiales. El yo y el otro, al igual que la vida y la muerte, se requieren.

Noa Manero, Estudiante de 1º de Filosofía

viernes, 17 de septiembre de 2021

Apología de la caverna

Creo que va llegando el momento de implorar una vuelta a la caverna, a esa luz de la que las sombras son reflejo y a esas paredes que en la primera infancia hacían de segunda piel. Empeñada en que las cosas deben resultar para existir, esta sociedad de nuestros días -cada vez más entorpecida- nos está haciendo leer el «mito de la caverna» como la historia de una conquista, de la que sólo el prisionero que la consigue merece la pena. Pero como me decía una buena alumna el otro día de 4º de la ESO, el prisionero no parece buscar la luz para conquistarla, movido por un fin o un propósito preestablecido, sino que la busca movido por una necesidad. Y añadía que el mito de la caverna es la historia de una necesidad. Es la necesidad de todo aprendiz, es la necesidad que subyace a cualquier forma de aprendizaje. Y es que -sobre esto hay que escribir largo y tendido- aprender no consiste en un proceso de acumulación y superación de etapas, o de objetivos, o de resultados, sino que es aventura incesante, incierta, imperdurable, quizá hacia algo de lo que sólo sabemos que necesitamos.



domingo, 12 de septiembre de 2021

Otra vez el cursillo para sexenios

He escuchado recientemente que un sindicato ha conseguido que los sexenios sean reconocidos a los interinos de educación sin mediar la intervención (y el costo) judicial. Me alegro por todos, salvo por los que sigamos teniendo que formarnos sin que nadie reconozca esta formación. Si el hábito hace al monje el amor al conocimiento hace al profesor, y mucho me temo que nuestras autoridades competentes se hallen desprovistas de medios y voluntades para valorar este amor. Por otra parte, un amor que es el combustible de cualquier educación, y de cualquier sociedad. Me atrevería a decir, incluso de las que luego han resultado ser malogradas o perversas. 

Un amor que no es reconocido salvo por las semillas que luego germinan en algún que otro estudiante bendecido. Un amor que solo el esfuerzo y la vocación continuadas sabe alimentar, incluso en lugares silenciosos que tan bien describe Handke. Un amor que es también amor a las palabras, y a los gestos, y a que los otros se entusiasmen como quien entra a escena. Sin embargo, mucho me temo que seguiremos en las mismas y no habrá sindicato alguno que pueda, siquiera que intente, que el esfuerzo y la vocación continuados, traducibles en frases elegantes, en buenas recomendaciones, clases entusiasmadas, debates en pasillos, correos intempestivos, lecturas apasionadas, publicaciones en revistas..., sean valorados por algún tipo de autoridad.


sábado, 11 de septiembre de 2021

Muros obscenos

NUEVO DILEMA. En esta ocasión, de la mano de Milos Formal y de la historia que hay detrás. Se trata de El escándalo de Larry Flynt, con el aliciente de que pasó en la vida real, y además de qué manera. Recuperemos la historia. Un adinerado amante de la parodia y fundador de la revista pornográfica Hustler tiene que buscarse a un abogado para defenderse de la acusación de propagar la obscenidad y enturbiar la mente de los jóvenes. Vamos, invertidamente, un Sócrates contemporáneo. Este es el punto de partida para un controvertido debate sobre los límites del derecho a la libertad de expresión y el modo como la afección emocional y el gusto popular pueden llegar a frenar su ejercicio. La cuestión que late en el fondo si el derecho de un personaje público a protegerse de los daños emocionales que pueda ocasionarle un mensaje paródico debe pesar más que el interés público de permitir que cualquier ciudadano exprese libremente su opinión. Para abrir boca, no se pierdan el discurso que el abogado dio en el Tribunal del condado de Hamilton, Cincinnati, Ohio, 1977.

                     

"Señoras y señores, hoy han escuchado aquí muchas cosas. No es mi intención repetírselas, pero deben volver a ese cuarto y tomar decisiones, y hay una cosa que quiero dejarles perfectamente clara antes de que entren. No pretendo convencerles de que debería gustarles lo que hace Larry Flynt. A mí no me gusta lo que hace. Pero lo que sí me gusta es vivir en un país donde ustedes y yo podemos decidir por nosotros mismos. Me gusta vivir en un país donde puedo coger la revista Hustler y leerla si quiero, o tirarla a la basura si es allí donde creo que debe estar. O mejor aún, ejercer mi opinión y no comprarla. Me gusta tener ese derecho. Me importa mucho. Y a ustedes también debería importarles, denlo por seguro, porque vivimos en un país libre. Es algo que decimos tan a menudo que a veces olvidamos lo que significa. Por eso voy a repetirlo: vivimos en un país libre. Y ésa es una idea poderosa. Es un modo magnífico de vivir. Pero esa libertad tiene un precio, y es que a veces tenemos que tolerar cosas que no necesariamente nos gustan. Vuelvan a esa habitación donde ustedes son libres para pensar lo que quieran de Larry Flynt y de la revista Hustler. Pero pregúntense si quieren tomar esa decisión por todos nosotros, porque la libertad de la que toda la gente de esta sala disfruta está de un modo muy real en sus manos, y si empezamos levantando muros contra lo que algunos de nosotros consideramos obsceno, podría ser que una mañana al despertar viéramos que se han levantado muros en lugares que jamás habríamos imaginado, y entonces ya no podríamos ver ni hacer nada. Y eso no es libertad. No es libertad, así que tengan cuidado. Gracias."

jueves, 9 de septiembre de 2021

Dictadura de los medios

Mi sensación es que los medios han dejado de ser medios y los fines han dejado de ser fines. Echemos un vistazo a cualquier centro escolar de este comienzo de curso. Las reuniones organizativas enfocadas a solventar problemas educativos van siendo desplazadas por otras encaminadas a asegurar que los profesores tienen unas mínimas destrezas para nadar ahora en las nuevas aguas de lo digital. Los problemas ya no son tan humanos porque son tecnológicos, o informáticos, o informativos, y los salvadores ya no pertenecen a ningún departamento didáctico sino a los mal llamados estratégicos. Ahora los profesores no se miden por su capacidad de hacerse comprender sino por el dominio de algún tipo de lenguaje instrumental que les aventaja en la búsqueda de trabajo sin importar su naturaleza. 

Un discurso no robotizado, la inseguridad del primer día, un último consejo antes del estreno, alguien que tropieza, o que enciende su cigarro pensando qué compartirá con sus alumnos, o se detiene en las fotos para imaginar cuáles serían sus anhelos..., sirven de acaricia para lo más intocado. Como agua de mayo, ahuyentan nuestros demonios y nos recuerdan que una vez fuimos novatos, incluso en esto de tener que vivir. Por unos instantes, salimos del mundo vigilado de los datos y llamamientos.

"-La música no mora en los instrumentos más bellos ni tampoco reside en los peores. Los instrumentos más apropiados a la música son, sin duda, los que emocionan pero son perecederos, como los cuerpos que envuelven a los hombres." (La última lección de música de Chang Lien)