En un reino no muy lejano llegó a oídos de un rey la noticia de un niño que cada día caminaba hasta una misma fuente. Los pastores de la noche le veían atravesar los mismos valles a la caída del Sol. Los ángeles aguardaban escondidos mientras bebía su sorbo de agua. Y las mujeres asomadas, mientras el río corría, lamentaban cada mañana que no entrara a su puerta.
Y el caso es que llegó a oídos del rey que aquel niño se había hecho hombre caminando cada día a la misma fuente. Siguió el curso de los años y el rey, siendo tan viejo que apenas podía sostenerse, mandó llamar al "hombre que acude a la misma fuente a beber de su agua."
¿Por qué cada día acudes a la misma fuente a beber de su agua? - Le preguntó.
El hombre, que ya era casi tan anciano como el rey, le respondió:
No es por el agua por lo que voy, que es diferente a la que ahora corre. No es por el placer de atravesar el camino, cuyas piedras y surcos son ya otros. Tampoco por la sombra del olmo que me da descanso.
¡Ni el Sol es el mismo que el de aquel día!
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