El tiempo no se agrupaba en horas, y apenas había paredes que colgasen calendarios. De hecho, no había agrupamientos. De ningún tipo. Y un extenso pasillo acogía laboratorios, trascriptores, bibliotecas y jardines, más allá de los cuales se adivinaban ciudades de adultos ajenas a cualquier forma de verdad.
Debía ocupar un puesto relevante, pues los alumnos acudían a mí a enseñarme sus resultados o a preguntarme cuestiones de logística. De pronto, me sentí parte de aquello.
Sueño de la Noche del 22 de Julio