Que sí, que antes usábamos rodilleras, y camisas de cuadros que se adentraban bien en los pantalones de chándal. Otros tiempos. Años 90. Años de despreocupación, cuando no importaba la hora y no había pantallas que hechizaran. Daba igual porque no había relojes salvo el que marcara el sol o la entrada de la noche cuando jugábamos a “pillar 2”. Claro que no había ruido para todos y alguno siempre se quedaba fuera. Jefes y subjefes eran los que a lo sumo regían el orden de las “cabañetas”, cuando fumábamos con cerillas de paja, y nos tumbábamos sobre sacos y cuerdas al abrigo de lo demás. No había pantallas pero había refugios, eso sí. Diríamos que el mundo era demasiado grande como para no tener algo nuestro, en forma de intemperie, desviado del camino, y de las estrellas, lo suficiente como para reconocerlo solo nosotros. Ahí que íbamos, a celebrar que íbamos, aunque alguno se quedara sin ruido. Años 90. Principios. Con o sin rodilleras.