Hay viejos amigos que dejan de serlo, y amigos
que se hacen viejos. En los primeros el tiempo ejerce de guadaña, como el
péndulo de Poe, imperdonable, implacable, oxidante. Son los que a tu paso se
convierten en unos simples saludados, con quienes te une recuerdos de un pasado
compartido, pero que, tras ponerlos sobre la mesa, queda un ¿y ahora qué? A
estos viejos amigos, después de algún reencuentro fortuito, les ves, preguntas
por su vida, pero sabiendo que cabalgáis en trenes distintos, y enseguida sobreviene
un sentimiento de extrañeza y lo mucho que ha cambiado Fulanito. Pero hay
también amigos viejos, que el tiempo, por dentro, no envejece. Son los amigos
que sobreviven al péndulo, con quienes puedes darte un buen chapuzón en el
mismo río, a la misma hora, casi en el mismo lugar. Son los amigos por los que
el tiempo no pasa, y basta un brillo, una mirada, para descubrir que apenas
nada ha cambiado, que sigues siendo el mismo de siempre que busca abrirse paso
en un mundo que nadie acaba de entender muy bien. Con estos amigos nació algo
bello, fulgurante, inmortal. El alma se abrió para ti, y tú para él, o para
ella, y entonces entreviste que nadie –ni el tiempo con su guadaña- os
arrebataría ese momento de luz compartida. Son los amigos que no mueren, y pueden
pasar décadas que quedan ahí. Poso inmemorial. Ríos en los que nos podemos
bañar dos veces seguidas, y no tan seguidas.
viernes, 19 de agosto de 2022
Viejos amigos y amigos viejos
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