viernes, 30 de noviembre de 2018

Educación emboscada

Las escuelas, corrientes y legados suponen ya una decidida voluntad de poder. Nietzsche lo supo decir tan bien que acabó encasillándose como el filósofo de los martillazos. Y es a martillazos como suelen explicarse las lecciones de Filosofía, y supongo que las de Física o las de Música. Dando palos de ciego. Diréis que los problemas que ocuparon a Aristóteles ya habían preocupado a Platón, y que el discípulo no hace sino continuar la filosofía de su maestro. Pero esto lo decimos porque ya nos han enseñado esa historia, como el niño que juzga la mentira porque ya ha interiorizado lo que le pasa a los mentirosos.
 
Pero la historia, como las escuelas y corrientes, presupone una decidida voluntad de poder. ¿Y qué historia nos están enseñando para que creamos que el pensamiento avanza conforme a la lógica de la herencia y el legado? Los maestros orientales, por el contrario, no se servían de ninguna historia para aprender. Quien recibía la enseñanza la mantenía consigo secretamente, hasta que otro, debido a su propia necesidad, descubría ante sí a un auténtico maestro. Y así, la enseñanza avanzaba silenciosamente, por derecho propio. Bajo ninguna circunstancia el maestro decía que era el sucesor de Fulano o de Mengano. La enseñanza ya se había recibido, de ahí que el soporte y el legado fueran prescindibles.
 
Es esta labor de los maestros orientales la que, sin duda, también hacemos los occidentales, y es debido a que se hace secretamente que no es reconocible por las autoridades educativas ni, en muchas ocasiones, por los propios compañeros. Y la hacemos como padres, profesores, pedagogos y seres humanos. Es esta educación subterránea, emboscada, que penetra en los corazones y mentes de quienes tenemos delante, la que puede germinar, secretamente, en otros nuevos maestros.

martes, 27 de noviembre de 2018

Quedarse sin hora

La vida -se dice- es resistencia. Piense el lector en la actividad más sencilla que se le ocurra y verá que se hace frente o contra algo. Respirar y alimentarse, contra el tánatos; llegar aprisa, contra la impuntualidad; educar en valores, frente a la indisciplina; hacerse viejo, frente a la soledad. Vivir resistiendo casi se ha convertido en el imperativo categórico de un mundo de imperativos. ¿Dónde queda la existencia volátil, ligera, apoyada si cabe en las sustancias segundas de los conceptos? ¿Habrá terminado el tiempo para practicar lo que los sabios de Atenas aconsejaban como la verdadera felicidad? Hay relojes que dan la hora, y otros que te dejan sin hora. ¡Pero si estos son los mejores! Sin hora no hay nada que atender, o respecto de lo que llegar puntual, o que solucionar, o que mandar. Unos días atrás los maestros zen aconsejaban desprendernos de lo vano, porque sólo entonces podemos contemplar, que en su filosofía consiste en vivir contemplando. En gerundio. Sin objeto.


Piense el lector en la actividad más felicitante que haya vivido y verá que nada le dio las horas.

viernes, 23 de noviembre de 2018

El códice de hilo grueso azulado

Me dispongo a dar una ponencia ante un grupo selecto de oyentes. El soporte del discurso es un códice de hilo grueso azulado cuidadosamente entrelazado y hecho de extraños símbolos amarillos. La lectura no puede ser fluida y sí interrumpida por cada símbolo que hay que interpretar. Al tiempo, uno de los catedráticos organizadores interrumpe el acto y me insta a abandonar la mesa.

Mientras espero ser sustituido envuelvo cuidadosamente el códice.


Sueño de la noche del 22 de Noviembre

jueves, 22 de noviembre de 2018

La monja que vaciaba el río a cubazos

Cuando la monja Chiyono estudiaba zen con Bukko de Engaku, era incapaz de retener durante largo tiempo los frutos de la meditación.
Por fin, una noche iluminada por la luna, acarreaba agua en un viejo cubo reforzado con una tira de bambú. El bambú se rompió, el fondo del cubo se desprendió ¡y en aquel momento Chiyono quedó liberada!

Para conmemorarlo, escribió un poema:

De una y otra manera traté de salvar el viejo cubo
Puesto que la tira de bambú se debilitaba y amenazaba
con romperse.
Hasta que al final cayó al fondo.
¡No hay más agua en el cubo!
No hay más luna en el agua!


En este relato, que lleva por título Si no hay agua, no hay luna, Chiyono trata de salvar el cubo y retener el agua con la luna reflejada, pero ni el agua pertenece al cubo ni la luna pertenece al agua. ¿Por qué tratar de salvarlos entonces? Al dejar caer el agua se ha liberado del propósito de aferrarse a lo vano, y ahora ya podrá mirar la luna y contemplar el río.


Reflexión del 22 de Noviembre

martes, 20 de noviembre de 2018

El sonido que no se pudo escuchar

El maestro Mokurai, tras batir las palmas y escucharse el sonido de ambas manos, pidió a su protegido Toyo que mostrara el sonido de una sola mano. Toyo hizo una reverencia y fue a su habitación para reflexionar sobre esta cuestión. Y como vio que no daba con el sonido salió al mundo para descubrirlo, pero fuera donde fuera no lo hallaba. Al fin entendió que no es por el contacto como llegaría a comprender cuál es el sonido de una sola mano.

¿Y cómo sonamos cuando también nos encontramos solos y fuera de los nuestros? ¿Tendremos que trascender todos los sonidos, como hizo Toyo, para comprender que nuestro sonido es también insonoro? ¿O tendremos que buscar el contacto con lo semejante para sentirnos sonar de nuevo? Sí, cuando el recuerdo del hogar todavía llama a la puerta buscamos al próximo, y comprobamos que todavía resuena nuestro corazón, al amparo del otro, también combatiente, también algo frío.

Reflexión del 20 de Noviembre

domingo, 18 de noviembre de 2018

Fascinación por el progreso

El progreso puede definirse como el paso de lo necesario a lo posible. Donde antes nos precipitábamos al vacío ahora podemos navegar, donde antes podíamos recorrer veinte kilómetros ahora avanzamos dos mil, donde antes no podíamos ahora podemos. No vamos a entrar aquí en el reverso del progreso, en los manidos debates de si el progreso en realidad esconde una faz oculta y oscura, como aquellos muñecos de apariencia entrañable que se volvían diabólicos en la noche, o las dobles máscaras que aterraban a nuestros ancestros. Tan sólo, advertir que aquellos que hacen del progreso una religión, esto es, que convierten la Ciencia y la Técnica en objeto de veneración,  viven todavía en ese estadio infantil de fascinación. La ilusión consiste en pensar que a través del progreso el ser humano puede escapar a su destino. Pero el lobo que todos portamos acabará imponiéndose a las precauciones del hombre. De eso no hay duda.


La ilusión consiste en pensar que el porvenir nos pertenece, cuando somos, también nosotros, pertenencia. El cuerpo nos ata, nos retiene, nos vincula, de una forma tan umbilical que sin él no seríamos. Pensamos en la muerte como la disolución del yo, como si la muerte fuera asunto que sólo nos incumbiera a nosotros. Se discute si la muerte es liberación o condena, cuando no somos nada para ella. En realidad, no hay avance. Se mueven las ruedas, las saetas, las luces, no la fuerza que las anima. Se mueve el transeúnte, el internauta, no lo que les impulsa a vivir aceleradamente. Seguimos en el mismo sitio, anclados, plantados, perteneciendo a la tierra y a sus leyes. Hay quienes quieren escapar de la aleatoriedad, de la temporalidad, incluso de la mortalidad, pero haciendo uso de medios corruptibles y temporales. No, las fuerzas progresivas no pueden contrarrestar las regresivas. ¿Cómo podría contrarrestar el progreso aquello de lo que se sirve? La novedad del primer reloj mecánico no consistió en su capacidad para contrarrestar la fuerza de la gravedad sino en generar la ilusión de que había sido contrarrestada. No es más que eso, ilusión.

sábado, 17 de noviembre de 2018

Si miras, mira abiertamente

Si amas, ama abiertamente

Veinte monjes y una monja, que se llamaba Eshun, practicaban la meditación con cierto maestro zen.
Eshun era muy hermosa aunque tenía la cabeza rapada y su hábito no la favorecía.

Varios monjes estaban secretamente enamorados de ella, y uno le escribió una carta de amor,
insistiendo en que tuvieran una reunión privada. Eshun no respondió.

Al día siguiente el maestro dio una conferencia al grupo, y cuando hubo terminado, Eshun se levantó.
Dirigiéndose al monje que le había escrito la carta, le dijo:

-Si de veras me amas tanto, ahora ven y abrázame.

(Cuento zen)

La otra mañana, para tratar el asunto del origen del rechazo y la discriminación a lo diferente, mis alumnos de valores éticos vieron el cortometraje de Tim Burton Frankenweenie (1984), muy recomendable, pues apenas dura veinticinco minutos y da tiempo a pensar sobre él. Una de mis alumnas lo tenía bien claro: el origen del rechazo de los vecinos al perro de Víctor se debe a la falta de amor. Y es el amor hacia su perro, añadía, lo que mueve al niño a pensar y a construir la técnica de revivificación. Es el amor lo que mueve a las personas a hacer el bien. De su falta, por tanto, sólo podrá esperarse el mal. Esta lectura de la alumna me hizo pensar que quizá nuestra relación con el amor haya cambiado.


Sí, ella podría tener razón. El amor hizo a la criatura y, con ello, al creador. Por lo mismo, el amor hace al discípulo y al maestro, al enfermo y al médico, al usuario y al inventor. El amor nos sitúa en comunidad, hace comunidad, mientras que su falta la disuelve. El error es pensar que la relación entre el amor y aquello que de lo que de él se deriva es una relación de causalidad. No se enseña porque primero se ama, ni se ama porque primero se enseña. Uno no causa el otro, sino que lo necesita. La enseñanza necesita del amor y el amor de la enseñanza. Sanar, enseñar e inventar suponen y potencian el amor. Lo suponen porque nacen del compromiso, la entrega y la dación, como el abrazo que demanda la monja del cuento. Y lo potencian porque quien lo recibe se sentirá para siempre agradecido.

El asunto es que hoy día, integrados en poderosos sistemas y prácticas cosificadores, no parece que hagamos las cosas por amor, con lo que ello conlleva, que dejamos de hacer cosas. Producimos mucho sin hacer nada. Si la sanación necesita del amor, que la constituye, a falta de éste ya no habrá sanación. Y lo mismo puede decirse de la enseñanza y la invención. En efecto, ¿puede haber amor entre un médico y sus informes, un profesor y sus clientes, un gestor y sus recursos? Quizá en esta situación, teniendo que proceder desamorosamente, la receta no sea, como tanto se dice, cultivar o sembrar el amor a nuestro alrededor, como si el mundo que nos rodeara fuera fértil y nosotros portáramos sus semillas, sino hacer lo posible para no originar aquello que sólo puede alejarnos del amor.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Cansancio existencial

En un momento de El tercer hombre se dice que Harry Lime no envejeció, sino que fue el mundo el que envejeció en torno suyo. El significado, contra el sentido común, no apunta a formas egocéntricas de entender la realidad humana. Más bien, pone sobre la mesa un hecho: que el mundo no se ha hecho a medida de nadie. Con sus costumbres, sus pesares y sentires, la sociedad -ya sea en forma de asociacionismos, institucionalismos o amiguismos- funciona como fuerza de reclamo con vistas a hacerse más fuerte y acrecentar su poder. Sin embargo, la opción por la subyugación no forma parte de aquellos que no soportan perder su centro, y que luego son clasificados de rebeldes o insurgentes. Sólo que en realidad no se han rebelado contra nada. Querían que los dejaran en paz. Vivir en paz.
 
 
Las políticas de la integración, que con tanta fuerza penetran en la educación, no funcionan contra quienes mantienen su gravidez intacta y se resisten a circular por los cauces de una sociedad despersonificada y suplantada. Nadie cuestiona que seamos seres sociables, pero sí que la sociedad nos responda con la misma moneda. Damos la mano desnuda para que nos palpen, y ni siquiera nos la niegan. Pero la resistencia tiene un límite, y amenaza con destruir a quien la ejercita. ¿Cuánto tiempo podrán seguir siendo apátridas sin ser destruidos? ¿Hasta cuándo podrán cansarse sin llegar a enfermar? Se preguntan quienes al final renuncian a tener una identidad y encuentran esa paz en vivir de la mano.
 
 
Reflexión al hilo de Cold War
10 de Noviembre

jueves, 1 de noviembre de 2018

Sueños pedagógicos

Todavía los nichos tecnológicos no nos han desplazado de nuestro otro yo, ese que aparece cada vez que la consciencia cierra sus ojos y las estrellas lucen ya sin belleza. Uno, que es soñador, va recopilando en su haber una cantidad lo suficientemente voluminosa de sueños como para conformar un nuevo género onírico. Se trata del género de sueños pedagógicos, y no tanto por su pretensión de enseñar, que también, sino por su temática relacionada con la enseñanza. En este blog ya relataba hace algunos años cómo la corriente del río me arrastraba serenamente hasta la puerta de mi lugar de trabajo, y no hace tanto de aquel primer sueño pedagógico que felizmente me condenaba a sentirme libre en medio de un aula con paredes de pizarra. Pero mucho ha llovido desde entonces, y ya el mosaico, como decía, es lo suficientemente vasto como para desperdiciar el género.

Una gama significativa de sueños pedagógicos la componen aquellos en los que te encuentras perdido entre horarios indescifrables, escaleras que en lugar de subir te hacen descender y aulas que se esconden tras falsas puertas y cortinas. Es frecuente la estampa de un recinto de varias plantas, normalmente blancas, y organizadas cuadriculadamente en torno a un gran recibidor de suelo también ajedrezado, con un portentoso reloj de madera en su centro. Lo curioso del asunto es que el tiempo que brinda el reloj, dispuesto para regular la entrada y salida a las clases, está descaradamente desproporcionado respecto de las distancias que es necesario recorrer, y así, la otra noche, me encontraba teniendo que proveerme de unos patines eléctricos que, al tiempo que aceleraban mi paso, me proveían de alimento con unos extraños brazos articulados. También son frecuentes los sueños que te sitúan al otro lado de la ciudad, cuando descubres que es tu primer día de trabajo del primer destino. Desprovisto de pasado, mapas y medios de transporte, piensas en la excusa que tendrías que dar si alguna vez llegaras. Pero nunca llegas, y si lo haces ya te han suplido. Al hilo, la pasada noche equivoqué el aula y me encontré improvisando teoría general del conocimiento o metodología educativa con alumnos de edad desconocida.


Sin embargo, la sensación asfixiante de los horarios, las prisas y la desinformación -por otra parte, el pan de cada día-, en otras noches deja lugar a la placidez que produce encontrarte conversando con alumnos durante el tiempo de esparcimiento o aprendiendo de sus preguntas infinitamente más sabias -por ingenuas- que las que ahora podrías hacerte. Una alumna desvela el misterio de la vida, y habla del amor, que mueve todo lo humano, mientras corros clandestinos de alumnos  discuten al otro lado de las ventanas sobre cuestiones que rebasan los límites de la inteligibilidad humana. Y entonces, tras sus voces y siluetas, adivinas que el conocimiento sigue sin ti, al otro lado, casi en secreto.