viernes, 15 de diciembre de 2017

Lo que calló la diosa de Parménides

El juicio y la memoria no sirven ante lo no escrutado. ¿Cómo se llama al camino que se recorre por primera vez? Habría que diferenciarlo del itinerario, del viaje, de la ruta, todos ellos transitados por turistas y visitantes, que con cámara en mano se dedican al registro y a la constatación "aquí he estado yo". ¿Dónde queda la experiencia de hacer camino, de hacer vivienda? El que transita por primera vez no es. Ya se lo advierte la diosa de Parménides al caminante, que ha de atravesar las puertas para abrirse al juicio y al nombre. Más acá de las puertas, el juicio y la definición no tienen lugar, no pueden tenerlo. Antes de atravesar las puertas, nada es.

Allí se hallan las puertas de las sendas de la Noche y el Día
y las encuadran dintel y umbral de piedra.
Ellas, en lo alto del éter, se cierran con grandes portones
cuyas llaves de doble uso tiene a su cargo Justicia,
pródiga en dar pago.  

Pero lo que se calla la diosa es el sacrificio que conlleva conocer el ser. Una vez atravesadas las puertas el caminante perderá para siempre la experiencia de hacer camino, de hacer vivienda. Al otro lado topará a todas horas con lugares. No podrá dejar de reconocerlos, aunque sea para recordarlos o dejarlos inhabitados. Se relacionará con lo otro llamándolo, refiriéndole un nombre, siempre un ser. Atrás habrá quedado el momento fundacional en el que todavía podía negarse al lenguaje y a los otros. 

No podemos volver a la primera niñez, pero sí hacer que ella vuelva a nosotros. El amor, la poesía, cosas que todos llevamos dentro, son formas originarias de transitar por vez primera. Transita por el amor quien explora terreno virgen, como los intrépidos que hunden la nieve dejando su impronta, o los filósofos que acuñan con nuevos términos las intuiciones nacientes. También el dolor lleva por rutas inexploradas, hasta que ya no puede penetrar más dejando al ser transmutado.

La tradición nos ha instado a apoderarnos de la vida, viendo en ella un flujo que ha de reconducirse, o un campo de posibilidades susceptible de acotarse en el molesto reino de lo debido. La tradición nos ha instado a hacer de la vida un ethos y del pensar una ética. Pero también lo innominado cuenta. También de la vida puede hacerse algo poroso, abierto a lo que ya está ahí, dejándolo entrar, hasta que ya no pueda enseñarnos más.

El dolor es una de esas llaves con que abrimos las puertas no sólo de lo más íntimo, sino a la vez del mundo. Cuando nos acercamos a los puntos en que el ser humano se muestra a la altura del dolor o superior a él logramos acceder a las fuentes de que mana su poder y al secreto que se esconde tras su dominio. 

Ernst Jünger

viernes, 8 de diciembre de 2017

Estoy, luego no soy



Caminar es experimentar esas realidades que insisten, sin hacer ruido, humildemente -el árbol que crece entre las rocas, el pájaro que acecha, el arrollo que sigue su curso- y sin esperar nada. Caminar acalla de pronto los rumores y los lamentos, pone fin al interminable parloteo interior mediante el cual juzgamos sin cesar a los demás, nos evaluamos a nosotros mismos, recomponemos e interpretamos. Caminar acalla el soliloquio infinito en el que emergen los agrios rencores, las estúpidas satisfacciones y las venganzas fáciles. Estoy frente a esa montaña, camino entre los grandes árboles y pienso: están ahí. Están ahí, no me han esperado, están ahí desde siempre. Se me han adelantado indefinidamente, y seguirán estando ahí mucho tiempo después que yo.

Frédéric Gros

viernes, 1 de diciembre de 2017

Ocho segundos

Hay momentos en los que la noche se ve como un refugio, como Lugar Silencioso donde enrollarse sobre sí, incluida conciencia y todo. Las palabras de tu novela van arrebatándote de los restos últimos que han quedado de un día de trabajo. Ya puedes dejar de aferrarte a ti mismo, dejarlo marchar, hacia ninguna parte. Y apenas apagas la luz artificial, aparece el resplandor del sueño que se instala ya para el resto de la Noche. Bendito el sueño que se entremezcla con el último recuerdo.

Hay ocasiones en que el sueño continua la novela, como queriendo anticiparse a las palabras de un autor malogrado. Me ocurrió anoche, cuando el cansancio acabó apagando la conciencia. No voy a describir el sueño en todo su detalle, porque no soy escritor ni naturalista, pero sí lo suficiente para dibujar la idea, siempre la idea, que completa las palabras de la novela que tuve que cerrar.

Así reza el sueño:

"Me encuentro en un lugar exótico y lejano, inhabitado. Rodeado de jóvenes y prometedores escritores, matemáticos, artistas, filósofos..., un hombrecillo, de mirada sabia, nos ha reunido para hacernos una propuesta. Nos pagará y llenará de reputaciones si logramos, en un tiempo máximo de ocho segundos, decir algo que conmueva profundamente al público. Ocho segundos es el tiempo que disponemos para decir y conmover. Uno de los allí presentes se vuelve sobre mí y me dice al oído que él siempre ha sabido lo que decir. Me abraza y se retrae, reiteradamente. Entre risas, me presenta a quien dice ser su amigo, un jovencísimo filósofo, de semblante serio y confiable, que me anima a pasear con ellos. 

Entramos a un museo donde en lugar de cuadros y esculturas hay todo tipo de objetos cotidianos que cuelgan de paredes negras. Moviéndolos ágilmente y combinándolos entre sí, el extravagante escritor nos explica que en el arte vanguardista el espectador se convierte en artista y el artista en espectador. Riéndose y balbuciendo, nos reta a que hagamos una obra en ocho segundos. 

Los ocho segundos comienzan a pesarme. No logro imaginar qué pueda decir en ese tiempo que pueda conmover. Las palabras no son objetos cotidianos que cuelguen de una pared, ¿o sí lo son? Acudo a una gran sala donde se admiten preguntas sobre el funcionamiento del proceso. Escucho a quienes discuten acerca de la presunta compatibilidad entre la elaboración de un discurso y un tiempo tan breve, otro pregunta por la razón de que sea ese el tiempo, y así las manos van alzándose, hasta que, agobiado, me retiro también de aquella gran sala.

Cada vez me pesan más los ocho segundos. No logro pensar qué pueda decir en ese tiempo que pueda conmover. Me pregunto si quizá me queden ocho segundos de vida, y de ahí la razón de que sea ese el tiempo...."

Fin.

El pasaje que estaba leyendo de la novela Sobre los acantilados de mármol, antes de que el sueño me venciera:

En primavera, sin embargo, empinábamos el codo como locos, que tal es la costumbre del país. Nos vestíamos con unas blusas propias de payasos, cuya ropa brillaba como si estuviera hecha con plumas de pájaros, y nos cubríamos el rostro con unas caretas que figuraban cabezas de ave. Luego, haciendo mil cabriolas y agitando los brazos como si fueran alas, bajábamos al pueblo, en cuya plaza del mercado viejo se había levantado el alto Árbol de los Locos. Allí, a la luz de las antorchas, tenía lugar el cortejo de las máscaras. Los hombres iban disfrazados de pájaro y las mujeres, por su parte, lucían hermosos vestidos de otras épocas. Al vernos llegar, ellas nos gritaban mil chanzas, imitando con sus voces la música de ciertos relojes, y nosotros les respondíamos parodiando los chillidos de las aves.

viernes, 17 de noviembre de 2017

En aquel extraño lugar de luces naranjas



Hay momentos que muestran la naturaleza filial de la filosofía. Fue el encuentro que, con motivo del Día Mundial de la Filosofía, tuvo lugar ayer en la Taberna Urbana de Zaragoza. Reunidos en torno a un mismo propósito pudimos compartir nuestros pareceres sobre asuntos que a todos, como seres de un mundo que no alcanzamos a comprender, nos incumben. Es, de hecho, un fenómeno extraño el que aconteció ayer. Tras la intensidad de las palabras y aquellas luces naranjas podía entreverse el fondo filial de la filosofía, en ocasiones escondido bajo las máscaras de las academias y la búsqueda exhausta de novedad. Se dijeron verdades, pero también mentiras, algunas vanas, otras forzadas, pero poco importa si lo eran, a la luz del ardor de aquella intensidad. En encuentros como el de ayer, las palabras dicen más de quien las enuncia que de ellas mismas, de ahí que el vínculo prevalezca sobre el convencimiento, la philia sobre la sophia.

Quienes contamos con el privilegio de asistir al encuentro pudimos dar nombre a nuestras inquietudes, definir nuestros pareceres, entender lo que nos pasa, abrigarnos con ello de palabras que no siempre se encuentran en las bibliotecas y los centros de trabajo. Ayer, hablando del rendimiento y presentando mi alternativa quijotesca del asunto, entendí que nadie jamás ya podría salir rendido de aquel extraño lugar de luces naranjas.

sábado, 28 de octubre de 2017

Verdad onírica

Escucho un fuerte ruido entrecortado. El ruido forma parte de mí. Soy ruido que está a punto de desaparecer. Comienzo a  distanciarme y veo que el ruido procede de mi televisor. Me distancio todavía más y compruebo, ya relajado, que procede de mi viejo televisor.

Así reza el sueño que tuve la pasada noche, y que rememora la intuición que ya tuviera Empédocles con aquello de las fuerzas de la Concordia y de la Discordia. Sí, como en el sueño, el ser recupera su individualidad por la distancia. El agua vuelve al agua, el aire al aire, y así con cada uno de los elementos. De aquella mezcla donde todo se confunde, por la distancia, gracias a ella, cada ente recupera su individualidad, vuelve a su ser, o su ser vuelve a él. Esta es precisamente la idea del sueño, sólo que, además, el sueño habla del sosiego de quien recupera su identidad. ¿Pero cómo podría ser de otro modo? Esta idea, que la distancia sosiega y pacifica es lo que andaba buscando para concluir mi trabajo sobre el exceso y la dispersión. Gracias, sueño.


Por turnos prevalecen en el curso del ciclo,
se amenguan mutuamente y se acrecientan por turno 
        prefijado,
pues sólo ellos son reales, mas en su mutuo recorrerse
se tornan hombres y especies de otros animales.
Unas veces por Amistad concurriendo en un solo orden del 
        mundo, 
otras por el contrario separados cada uno por su lado por la 
        inquina del Odio,
hasta que, en uno combinados, acabe por surgir en lo 
        profundo el todo.
De esta forma, en la medida en que lo uno está habituado a 
        nacer de lo múltiple
y en la medida en que, a su vez, al disociarse lo uno, lo 
        múltiple resulta,
en ese sentido nacen y no es perdurable su existencia.
Mas en la medida en que estos cambios incesantes jamás 
       llegan a su fin,
en ese sentido son por siempre inmutables en su ciclo.


Empédocles de Acragante, Acerca de la naturaleza

martes, 24 de octubre de 2017

...

HOMBRE QUE VUELVE TARDE A CASA


La luz roja del semáforo,

como un oeste eléctrico que lucha por sobrevivir a las nieblas impuras de la ciudad,

me guía a casa.

Atrás quedan las olas envolviendo a las sirenas,

y sus cantos que guardo,

tras el silencio amarillo de la cena,

me llevarán, dulces, al camino del sueño.



Miguel Porcel

23 DE OCTUBRE DE 2017

domingo, 22 de octubre de 2017

sábado, 21 de octubre de 2017

Sueño filosófico

Había rasgado las nubes y de ellas liberado fuerzas que debían permanecer contenidas. Un despliegue de coches y helicópteros policiales se lanza a mi captura por las calles de la ciudad.

Mi madre, sentada sobre la cama que me soporta, allí donde las sirenas y las hélices no pueden llegar, me pregunta: Hijo, ¿por qué lo has hecho? Con lágrimas en los ojos le confieso que no lo sé. Entonces, como habiendo escuchado mi confesión, los coches y helicópteros se disipan y desaparecen de la ciudad. Apesadumbrado, comprendo que ya jamás podré saber por qué lo hice.


Sueño de la pasada noche de Octubre

jueves, 12 de octubre de 2017

Palabras viejas

La última palabra debe ser la más vieja, la más sabia. Sí, también las palabras envejecen, solo que nunca mueren, y por eso rebrotan incansablemente y nunca terminan de anquilosarse. Pero la última, la que pongamos ahí delante, en el folio en blanco, en la frase inacabada, en la intuición naciente, debe ser la más vieja, la más sabia.

La filosofía, diría que el conocimiento todo, es camino, hecho a base de palabras, de vanos intentos por llegar a algún sitio, pero que, precisamente por ello, nos permiten seguir haciéndolo. Hay quienes mueren sin haber comenzado a andar. Los hay que dicen ser avezados caminantes y no han pasado de la máscara, o de la cáscara, como dirían los sabios Ludwig Wittgenstein o Guillem Martínez. Hay que olvidarse de ellas, que son trasiego, sombras de opiniones, vanos intentos de disimular el fruto. Hablemos con gravedad, hagamos camino, permitamos a esa palabra vieja, sabia, tener un lugar.

jueves, 5 de octubre de 2017

Deja que cada uno hable

Tarea del maestro es hacer confiable el conocimiento. Con mensajes alarmantes como "esto es muy difícil", "es imposible que entendáis nada", "te falta madurez", y un largo etcétera, no conseguiremos más que animadversión y recelo en nuestro auditorio. Como la diosa de Parménides, debemos invitar a nuestros alumnos a adentrarse en el mundo de las ideas, de los textos, de las emociones. Hay que invitarles, seducirles, tentar su curiosidad, que ya está ahí. Demasiado habituados están ya a toparse con barreras, límites y trampas. Tampoco la impaciencia es buena consejera. Otra condición para que acontezca la enseñanza como encuentro es la paciencia. La paciencia va a hacer que el alumno se abra a sí mismo, se decida a sí mismo. Decisión, es lo que a veces falta. Una escucha paciente puede liberar, redimir, curar al otro.

Demos entonces tiempo a nuestros alumnos, que demasiado lleno tienen ya el suyo con tanto tuit, whatsapp y "me gusta":

Deja que cada uno hable: tú no hables, porque tus palabras 
les quitan a los hombres su figura. 
Tu entusiasmo difumina sus fronteras: 
cuando tú hablas ellos ya no se conocen a sí mismos, sino que son tú. 

(Carl Hanser, El suplicio de las moscas)

domingo, 1 de octubre de 2017

Comunidades y redes sociales

Hay quienes todavía siguen pensando los fenómenos del siglo XXI con categorías del pasado. Y el problema no es pensar a destiempo los fenómenos, sino pretender que estos se ajusten a categorías caducas. Presiento que es el caso del fenómeno de los grupos y redes sociales, que ya no funcionan según los principios que hasta el presente han articulado las comunidades. Por definición, una red no contiene, sino que filtra, selecciona, y desecha. No podemos esperar de las redes sociales lo que hemos esperado de las comunidades. Las redes cazan, atrapan, se tejen, se hilan, se propagan, porque no encuentran resistencia. Nada se les resiste, pues enseguida encuentran acomodo en el «me gusta» o en los objetos digitales. Las redes están hechas del mismo material de lo que pretenden captar, de ahí que avancen sin limitación y no encuentren confrontación. Todo se acomoda a la vista, al registro, a la caza.

Por el contrario, las comunidades -científicas, filosóficas, religiosas, políticas- nacen de «lo otro», de lo extraño, de lo que confronta y por ello necesita ser afrontado. Lo asombroso, lo extraño, lo coactivo, nos sobrecoge, nos paraliza. Provoca una ruptura, una muerte en el discurso. La experiencia de extrañamiento nos hace tomar contacto con nosotros mismos. Sabemos que no somos eso. Sabemos que nos compete saber qué es eso. «Lo extraño» funda comunidades, frente a «lo dado», que forma redes y grupos sociales. Una comunidad es la respuesta a una necesidad de reunirse en vista de algo incomprensible o intolerable. De ahí que las comunidades contengan, reúnan, aglutinen, subyazcan a cualquier revolución. Por la comunidad nos encontramos, a diferencia de las redes por las que nos visitamos.  Los lazos que tejen la red social son muy distintos de los vínculos que nos unen a una comunidad. Los primeros igualan, mientras que los comunitarios reúnen. Estamos todo en lo mismo. Lo igual, a diferencia de lo mismo, no conoce diferencias. Cualquier punto es idéntico al resto. La parte se iguala al resto. En cambio, lo mismo admite diversidad. A lo mismo puede llegarse de diferentes maneras.

Una reflexión al hilo de La expulsión de lo distinto (Byung-Chul Han)

sábado, 23 de septiembre de 2017

Una aproximación a la filosofía de Josep Maria Esquirol

Hace unos meses supe que el filósofo Josep Maria Esquirol había obtenido el Premio Nacional de Ensayo 2016 por su libro La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad. Mi alegría fue doble: había sido un filósofo el ganador y el filósofo era Josep Maria Esquirol. Su pensamiento, generoso, siempre amigo, con el tiempo ha ido convirtiéndose para mí en uno de esos órganos con los que Goethe aseguraba ver el mundo. Es uno de esos filósofos cuyas ideas comentas allí por donde vas, que te acompaña en las noches de tormenta y en los días de sol refulgente. Es de esas personas  -pensaba mientras lo leía- que hacen del pensamiento una forma de vida, que entregan cuanto son a los demás en forma de pensamiento.

Tenía que contactar con él, hacerle llegar mis felicitaciones, aproximarme a su pensamiento con una entrevista que descubriera algunos de los secretos de su Resistencia íntima. Muy agradecido, asintió en concedérmela, y ahora la prestigiosa Revista Ábaco la publica en su número 91-92 dedicado al centenario de la Revolución rusa. El número, conformado por casi una veintena de artículos de prestigiosos especialistas multidisciplinarios, incursiona en la profunda huella social, cultural y política que todavía permanece tras los cien años de la Revolución rusa.




Adelanto la entradilla de la entrevista, que, completa con el número, puede adquirirse desde aquí:


Pregunta: Su libro, La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad, nos invita a vislumbrar los cimientos que, aunque provisionales y precarios, logran soportar la vida y las relaciones humanas. Es un viaje iniciático hacia lugares olvidados por la filosofía moderna y la tecnociencia actual: la primera, demasiado preocupada en buscar fundamentos firmes y seguros; la segunda, demasiado obstinada en reducirnos a consumidores anónimos. Su libro es una invitación a mirar, a mirar al otro con la «proximidad» necesaria para que se nos revele en su cualidad de «prójimo».

Respuesta. Sí, en efecto, es una llamada a mirar atentamente; a prestar atención. Atención y respeto están muy estrechamente vinculados. Incluso puede decirse que coinciden. Prestar atención no sólo, ni prioritariamente, significa agudizar la percepción y nuestra capacidad cognoscitiva, sino conseguir un cambio de actitud, a modo de un despertar y una vigilia de nuestro sentido moral. Si prestamos atención a los demás y a las cosas que nos rodean, acabaremos teniendo una actitud respetuosa para con la mayor parte de todo ello. Se dará una “aproximación” que convertirá a los demás en “prójimos”, y a las cosas y a las situaciones en la “familiaridad de la vida”.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Revolución y utopía

Comienza la V Olimpiada aragonesa de Filosofía, que esperamos despierte, si cabe, mayor interés que en ediciones pasadas. En vista del enorme éxito de participación del curso pasado, y de acuerdo siempre con las bases de la Olimpiada nacional, mantendremos el formato y las modalidades de la edición pasada, con lo que los alumnos de Dilema y Ensayo realizarán in situ las pruebas clasificatorias para la fase final. Además, este año contamos con todo un equipo de profesores que, generosamente, se ha ofrecido a colaborar en la organización de este evento. El blog seguirá siendo el vehículo fundamental de comunicación con los centros participantes, e iremos colgando en él el calendario con las fechas más significativas o las novedades que pudieran surgir.

El tema elegido, en un año en el que se se celebra el centenario de la Revolución rusa, es "Revolución y utopía". Se trata de un tema abierto, abordable desde muchos puntos de vista, y que aúna la tradición filosófica y la actualidad política. Revolución y utopía pretende ser un horizonte de reflexión sobre el que tratar cuestiones relacionadas con un mundo que parece más revolucionado que revolucionario. Como repite Slavoj Zizek, muchos hablan del fin del mundo pero nadie del fin del capitalismo: ¿Será que ha terminado el tiempo de las revoluciones? ¿Será que ha entrado en crisis la imaginación como productora de utopías? ¿Será que ha entrado en crisis la utopía misma? ¿Será que ya no hay quienes puedan asumir la tarea de transformar el mundo? ¿Pero a quién corresponde diseñar los modelos de transformación social: a los políticos, a las mayorías, a los intelectuales...? ¿O será que las revoluciones siguen produciéndose, solo que de manera distinta, casi silenciosa, imperceptible, hasta que ya no nos queden ojos para reconocerlas?



La comunidad anfitriona de la V Olimpiada Filosófica de España es Extremadura y tendrá lugar los días 4 y 5 de mayo de 2018.

Nuevos premios, nuevas oportunidades, nuevas experiencias, os esperan si os animáis a participar en esta estimulante aventura que es la Olimpiada filosófica. Pronto anunciaremos el calendario de actuación para que, tanto profesores como alumnos, vayáis preparándoos para esta nueva edición.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Actas del II Congreso internacional de la Red española de Filosofía

Ayer tuve la oportunidad de presentar mi trabajo De la frontera a la intemperie. Un recorrido filosófico por las diferentes formas de habitabilidad en el II Congreso internacional de la Red española de Filosofía. Fue para mí una experiencia inolvidable y desde aquí agradezco nuevamente a los asistentes y ponentes por su escucha atenta y recomendaciones. Aquí  podéis leer el conjunto de trabajos recopilados en las Actas, una buena muestra de que la filosofía no da la espalda a nuestro presente.

viernes, 11 de agosto de 2017

Exceso de «exceso»

Es el sentir del tiempo el que carga y descarga de valor a las palabras. Un tiempo de penuria y enfermedad añade valor a palabras como «salud», «curación» y «asilo», mientras que otro de paz y prosperidad extiende el campo de referencialidad a palabras como «progreso», «capital» y «gestión». En cada contexto, en cada conversación, tendrán que escucharse estas palabras. Surgirán derivados, neologismos, relacionados con aquellas. Apenas habrá fenómenos que no sean nombrados por ellas. Cada época tiene su sentir; cada sentir, su cortejo de significados.

Si hay una palabra de la que nuestro tiempo es deudor es la palabra «exceso». Vivimos en la época del exceso. Hay, valga la redundancia, un exceso de «exceso». Como diría Goethe, el exceso es un protofenómeno, quizá, el protofenómeno. Hay exceso de cantidad, de ofertas, de turismo, de información, de mensajes, de whatsapps, de velocidad, de datos, de almacenaje, de rendimiento, de capital, de “me gusta”, de prohibiciones, de permisividad… Casi todo lo que hoy en día existe en nuestro mundo es «excesivo», y cualquier falta (por ejemplo, de tiempo, de energía) lo es siempre como consecuencia y en relación al exceso (de premura, de exigencia de rendimiento) La falta necesita del exceso como el oxígeno del agua.

La forma de tratar con el exceso no es la orientación o la dirección. ¿Acaso puede reconducirse el flujo de agua producido por un desbordamiento, o pueden guiarse las acciones en un momento de desenfreno? El exceso supone descontrol, desbordamiento, dispersión. Y lo disperso, lo que se desparrama, lo que avanza descontroladamente hacia todas las direcciones, no admite la posibilidad de la orientación. Tampoco alguien, en dispersión, puede hacer pie para elegir la dirección a seguir. Los Führer y soberanos han necesitado de algo que dirigir o sobre lo que gobernar. Para elegir primero es necesario estar en situación de elegir. 

¿De qué pueden servir, por tanto, las éticas de fines?, ¿de qué puede servir aquel modo de pensar que busca, ante todo, proveer a la vida de un rumbo y de un ritmo? Necesitamos contar con otro tipo de acciones para afrontar el exceso. Paradójicamente, no es de medida, de equilibrio, de razonabilidad, lo que ahora necesita el mundo. Un mundo disperso, en dispersión, no puede hallar medida, razón, dirección. Necesita, más bien, de una acción que limite, que ponga freno a la dispersión. Y es que, en ocasiones, hay que aguardar a que termine de producirse la catástrofe para empezar a reparar los daños.

domingo, 6 de agosto de 2017

La fragilidad soportada

La razón es tan endeble, tan frágil, que nos cuesta soportarla cuando tenemos que acudir a ella. No sé a vosotros, pero a mí me supone un enorme suplicio acudir a razones para explicar el motivo de casi cualquier decisión. A nadie (salvo quizá a los niños o a los locos) se le ocurriría preguntar por qué nos hemos enamorado de tal o cual persona o por qué andamos encorvados, pero no mostramos reparo en inquirir los motivos por los que alguien se ha mudado de residencia, dedica su tiempo libre a escribir artículos de filosofía o ha decidido estudiar chino. Y, sin embargo, todo va de lo mismo, todo forma parte de la misma trama. ¿Qué va a poder justificar la razón si ella también ha formado parte del entramado?

Las apetencias no obedecen a razones, sino las razones a apetencias. Estos días, por ejemplo, porque me apetece leer a Luciano Concheiro y escribir sobre la "cultura del exceso", puedo justificar a mis semejantes mi opción por la lectura. De hecho, el abanico de razones que uno humanamente puede dar, todas endebles y apenas soportables, funciona únicamente como forma de dar sentido a las acciones ante el otro. Una vez escuchados los motivos de quien tengo en frente, sus acciones adquieren un sentido. Ya puedo dirigirme a él. Se ha convertido en un semejante. Lo mismo que el saludo, la felicitación o el pésame, la necesidad de justificarnos sirve al interés común de sociabilidad. Es, como tantas otras formas culturales de aproximación, una manera de constatar al otro que algo compartimos, aunque sea ese suplicio de tener que soportar un sentido a las cosas y a las acciones.

sábado, 22 de julio de 2017

En el espacio del pensar

Problematizar una realidad, reducirla a su aspecto problemático, es una forma de poder. Quien está detrás se cree con la autoridad suficiente para ver el problema y legitimar los esfuerzos orientados a su solución. La educación en España es un problema, se dice, pero con la mirada puesta en un determinado ideario o plan de acción. Nadie ve problemas si no hay una voluntad de reducir y apropiarse de la realidad. Sin embargo, lo que no ve el poder, en cualquiera de sus máscaras, es que lo real no es visible (y menos, abordable) con el prisma del problematismo. Lo que ve quien quiere ver problemas son problemas, pero esto, precisamente, gracias a que la realidad no es problemática. Si la realidad lo fuera, no haría falta agudizar la visión con lentes o prismas. A nadie que se queda sin oxígeno se le ocurre consumir su energía en decir que le falta el aire. Lo que hace es buscar aire, no declarar que le falta. Por tanto, la pregunta no debe ser por qué es un problema la educación en España, sino "por qué se ve como un problema." Es algo que podrían abordar aquellos que tanto se afanan en idear caminos y soluciones.

Sin embargo, este ideario sólo revelaría el origen causal de determinada tendencia social y política que, lejos de reparar, busca afianzar su poder. El poder es voluntad de poder. El poder busca sólo su acrecentamiento, de ahí que no es por la vía del poder como podamos llegar a la enmienda y la reparación. Decíamos en la entrada anterior, desde una visión más próxima al fenómeno, que la educación es un encuentro, como el arte, la religión o la magia. Es un encuentro por el que se lleva al límite al pensar, por el que se pone al alumno ante la disyuntiva de ejercitarlo o renunciar a él. De ahí que, tras el encuentro, el alumno, ya vuelto sobre sí, entiende que el conocimiento es una empresa respecto de la que debe pronunciarse, si forma parte de ella, y entonces procura el ejercicio del pensar, o la rechaza, y sale de los rieles del aprendizaje y la enseñanza. Esta es la disyuntiva sobre la que todos, en tanto que seres humanos, dueños de nuestro pensar, debemos, tarde o temprano, pronunciarnos. Pero mientras sigamos poniendo empeño en idear y solucionar, como si la educación fuera problemática o contuviera aspectos problemáticos, no haremos más que alejarnos (y alejarles) de aquella disyuntiva, quedándonos fuera para siempre del espacio público del pensar.

jueves, 6 de julio de 2017

Encuentros

Esta entrada la dedico a mis alumnos de 1ºBACH B/C

Desconfío de los métodos y las doctrinas. Se han construido por la presunción de que todos los casos son iguales, de que la singularidad no es relevante ni resta efectividad a aquéllos. Pero un grupo de alumnos es un grupo de seres singulares, con su idiosincrasia particular, su historia, su situación, sus expectativas... No deberíamos buscar métodos o doctrinas allí donde no hay lugar para aplicarlos. Pretenderlo asemejaría a querer tender un puente sobre los océanos o cavar un túnel bajo los desiertos... Por el contrario, deberemos permanecer atentos, vigilantes, a esa singularidad, no con el fin de integrarla a la nuestra, sino de prestar al alumno la oportunidad para que confíe en nosotros, sus profesores.

Un alumno que levanta la mano para preguntar es un alumno que, si lo hace con honestidad, confía en que sepamos acoger su pregunta. En ocasiones, no es tanto la respuesta lo que busca como que podamos anidar su pregunta. Otro alumno que después de clase pasea alrededor de la mesa del profesor lo hace, en muchas ocasiones, porque espera que te acerques y le escuches. Incluso hay alumnos que confían su porvenir, parte de su felicidad, a nosotros, y esperan que sepamos aconsejarles sobre aspectos de su vida que trascienden el ámbito de lo académico.

El hecho de confiar en alguien, que no se logra con métodos y doctrinas, es una de las condiciones para convertir la clase en un encuentro. Este es, para mí, el sentido de la enseñanza: hacer de cada clase un lugar para que unos cuantos, cuantos más mejor y siempre acompañados, podamos encontrarnos. No se trata, naturalmente, de un encuentro físico, social o cultural, por lo que no hay barrera física, social o cultural que pueda dificultarlo. En ese encuentro el alumno comprende que el pensamiento es algo accesible a todos y que a todos, de una u otra manera, nos incumbe. El encuentro, en este sentido, sirve al alumno para que, durante unos momentos, se sienta integrante de una humanidad un poco más comprometida.

miércoles, 5 de julio de 2017

Pensar la impresencia

Decía Descartes aquello de pienso, luego soy, con fe y fervor casi religiosos, después de la epifanía que luego marcará toda la modernidad. Descartes llamará a esta revelación el primer principio de su filosofía, el soporte sobre el que ahora sí podrá montarse todo un sistema de ideas, teorías y saberes. Pero es más bien Descartes quien se apoya en el yo soy. El yo, al que le impone la cualidad de ser, como antes había hecho Parménides con el Ser o Platón con la Idea, actúa de muleta con la que Descartes ya puede echar a andar. El yo soy es, ni más ni menos, una construcción, un artificio, sobre el que uno puede o no sostenerse. Algunos nietzscheanos, por ejemplo, desconfiaron tanto en el yo soy que acabaron viendo en Descartes un impostor y en su principio una impostura.

El yo, el Ser, la Idea, la Forma, Dios,... son, en todo caso, construcciones que invitan a la adhesión o a la herejía. Se dice: Dios (no) existe y sé cómo demostrarlo, como si Dios fuera el punto de partida. Más bien, como ya intuyera Nietzsche del yo soy, Dios, como tantas otras deidades, es una respuesta a una misma situación de punzante falta. Sí, andamos necesitados de yoes, de Ideas, de dioses, precisamente, porque no los tenemos ni nos son presentes... Quizá, después de todo, estén ahí para aliviar el dolor de la impresencia, la carga de no poder ver más que el contorno del paisaje.

viernes, 30 de junio de 2017

La negación afirmada

Para mi padre, de quien tanto aprendo

La negación la introduce el sujeto. Decimos: Dios no existe. Y luego lo demostramos. Pero ya hemos introducido la negación. Parménides estableció la negación como la condición de posibilidad del (des)conocimiento ("Y es que no podrías conocer lo que no es -no es alcanzable- ni tomarlo en consideración") La negación es, digámoslo así, la antesala de fantásticas teorías, algunas de ellas capaces de embaucar a los más incrédulos o de desilusionar a los más ilusos. 

Pero la negación la introduce el sujeto. Es, quizá, la condición del pensar. Pensar algo supone haberlo opuesto al resto de cosas. Si pienso que "mañana hará frío" es porque sé que "mañana no es hoy". 

Por ello hay que escuchar con cautela los argumentos teológicos, o metafísicos, sobre la inexistencia de Dios o del alma. Digo con cautela, porque se montan sobre un artificio, una muleta, diría yo. Y esta muleta es la negación, sin la cual no podríamos ni pensar ni esgrimir argumentos. 

Los empiristas trataron vanamente de fundamentar el origen de la idea de negación en la comparación. Si comparo "este hoy" con "mañana" descubro que no son idénticos. Sin embargo, bien pensado, cualquier ejercicio de comparación ya supone haber introducido la idea de negación. En efecto, si comparo "este hoy" con "mañana" es porque ya sé lo que es o significa "ser hoy", y, como decíamos, cualquier definición precisa de la negación.

Mucho me temo que nos hemos preocupado del ser y de lo positivo, pero poco del no ser y lo negativo.

miércoles, 28 de junio de 2017

Una reflexión al hilo de Barry Lyndon

Cada vez estoy más convencido de que los manuales de Filosofía, y la academia en su conjunto, con aquello de que "somos sujetos y dueños del porvenir", nos han llenado de ideas que, aunque muy fundamentadas, resultan impulsoras y legitimadoras de prácticas engañosas. Advierte Alain de Benoist que los totalitarismos políticos del pasado siglo responden al mismo esquema que la Ilustración, sólo que aquellos, en lugar de venerar a la Razón, entronaban a los Estados totales. Pero ambos, Ilustración y autoritarismo, pretenden erigir el porvenir histórico sobre el cimiento de la autonomía de la voluntad. Es de la "buena" voluntad de donde ha de extraerse la sustancia histórica. 

Sin embargo, como decía, cada vez creo menos en los personajes y más en las personas, con sus vilezas, sus bondades y desmesuras, y sobre todo con su forma de estar, siempre situada, y además en un mundo que no ha terminado de elegir. Nadie nos pidió permiso y, sin embargo, aquí estamos, aquí y ahora

Aquellos manuales, ya contados por nuestros abuelos, nos han hecho creer que somos un propósito, o cuando menos un resultado, y que por eso hay que alentar la esperanza con la imaginación y avivar el pasado con la memoria. Pero lo que callaron, o parecían no saber, es que también la esperanza y el recuerdo son hijos de la pasión, del aquí y ahora, de ese otro tiempo que no conoce el perdón.

viernes, 9 de junio de 2017

Éticas del camino y éticas de la barrera

Llamamos éticas del camino a aquellas que ponen un cauce a la vida. Trabajan sobre ésta como el escultor hacer con su bloque de mármol o el escritor con la hoja virgen. Su pretensión consiste en ir definiéndola, asignándole unos rieles por donde debe circular, y entonces terminarla en una vida buena, por virtuosa, sabia, placentera, correcta... Los filósofos clásicos, pero también los modernos Rousseau y Kant, procuraban esculpir la vida para hacer de ella algo digno, bueno, merecedor de ser vivido. De ahí que este tipo de éticas suelan ir acompañadas de unas reglas, de un procedimiento que, como la regla y el pincel para el artista, sirven de medio conductor a aquellos que consienten en recorrer el camino ya fabricado. Lo mismo que el artista espera del otro que aprehenda lo tallado, el filósofo confía a los demás su camino.

En cambio, llamamos éticas de la barrera a aquellas que, ante un exceso de caudal o de actividad, se afanan en situar diques alrededor. Trabajan más allá de los lindes del camino, fuera de ellos, porque todavía no lo hay. No les interesa la escultura, sino contener el mármol bruto. Es, digámoslo así, una tarea previa, necesaria, a cualquier intento de modelado. Más presentes en los libros sagrados que en los manuales sobre cómo ser felices, no reflexionan sobre la acción o los modos posibles de vivir, sino sobre la inacción o los modos del no vivir; y es que, en ocasiones, antes de guiar y dictar, se hace preciso prohibir y delimitar.

sábado, 3 de junio de 2017

Un sueño filosófico

Una lluvia de grandes torbellinos se extiende a todo el cielo, mientras veo resquebrajarse bajo mis pies la última de las montañas. Un padre espiritual, montado sobre uno de los grandes tornados, me anima a que alcance el vórtice diciéndome las siguientes palabras: "Recuerda que allí donde está el peligro, crece también lo que salva. Fíjate en los primeros cristianos, que convirtieron el hambre, la enfermedad y la escualidez en la ocasión para ennoblecer la vida."

jueves, 1 de junio de 2017

Sueños

Me encuentro en un barrio de calles mojadas y usadas. El cielo gris ennegrece el aire que parece no existir. En torno a las calles se alzan fachadas desgastadas, incapaces ya de abrigar cualquier forma de intimidad. No hay iglesias ni plazas que orienten la ciudad. Una mujer, apoyada de pie sobre una cama desnuda de gigantescas proporciones, lee a solas un libro bajo la tenue luz.

No logro entender el origen de esa pulsión a huir de lo íntimo.

viernes, 19 de mayo de 2017

Retiro voluntario

He de reconocerlo: los clásicos me inundan, me atrapan, hasta el punto de provocarme momentos de retiro voluntario. Una semana es la lectura de Epicuro, otra la de Carlos García Gual comentando a Epicuro, otra la Sinfonía nº3 de Gustav Mahler, o los diálogos de Hannah y sus hermanas de Woody Allen..., ¿quién será la próxima vez? Son, sin duda, los mejores momentos del día. En ellos me siento en paz con el mundo, apenas éste me afecta, me reclama. Los teléfonos no pueden sonar. Los televisores dejan de emitir sus ondas invisibles. En esos momentos, como debía sentir Amancio Prada cantando a San Juan de la Cruz, estás a solas, sin tener que rendir cuentas a nadie, sin tener nada que decir. Sólo escuchar, sólo leer. Son la cura contra la ambición, la esperanza o el remordimiento, todas ellas enfermedades del tiempo, del paso del tiempo. Por la piedra el tiempo no pasa. La piedra es tiempo. 

Son momentos sólo interrumpidos por el reloj. Es la hora de recoger, de volver al mundanal ruido, al momento de los timbres, de las bocinas, del griterío. Trafican las máquinas, pero también las palabras, los gestos. Incluso el lenguaje se ve infectado. Por eso, son los mejores momentos.

Retiro voluntario.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Sueño de la Noche del 2 de Mayo

Para Ana Belén, allí donde nacen los sueños:

Me encuentro ante un canal de agua cristalina, pero oscura, porque no hay luz. Al otro lado, muy al otro lado, se adivina un final. Sin miramiento mi hermano se arroja y veo que se aleja con aplomo. Sé que el siguiente soy yo, pero una mujer, extrajera, me alerta de que tenga cuidado. No logramos entendernos y ella se despide gritándome que no tenga miedo, que está todo debidamente preparado. Descubro que el canal consiste en una superficie líquida que se posa sobre montañas de arena, y avanzo deslizándome sobre ésta, impulsándome con los brazos. Sin embargo, el canal pronto comienza a llenarse de agua y veo bajo mi cuerpo utensilios, inmuebles, casas, ciudades enteras, cubiertas bajo el manto del agua oscura. Pienso que es una pena que estén cubiertas, y sumerjo la mano para tocarlas. Alcanzo la orilla, e intuyo que a lo lejos mis padres van acercándose. Me doy la vuelta.

Ante mí aparece una playa infinita, bajo un sol radiante que a todo alcanza, con sus costas, sus arrecifes, sus fragmentos de roca todavía no descompuesta, y con un océano más presente que nunca. Un amigo me espera y andamos juntos. Hablamos de la vanidad de las cosas, mientras un puñado de arena se escurre entre sus dedos. Sin embargo, en ese momento, me parece que lo más vano es nuestra conversación y me invade un profundo aburrimiento. Por fin, se reencuentra con un grupo de amigos y acaba dejándome de lado.

Decido entonces adentrarme en la playa. Pronto me veo rodeado de una marabunta de turistas. Apenas sé donde quedarme. No encuentro lugar donde esperar, donde estar, donde encontrarme. Hay filas llenas de veraneantes, bañados en crema, que esperan afanosos a que alguien abandone la playa para ocupar su lugar. Todo está lleno, demasiado lleno. Todo está de más. Son las cinco porque un turista a mi lado acaba de preguntar la hora. El tiempo humano está de más, pienso.

Debo encontrarme con ella, no puedo esperar mucho más. Al fin la veo a lo lejos moviendo los brazos con fuerza. Lleva puesto el abrigo blanco que había elegido para ella. Me apresuro a reunirme. La abrazo, y nos alejamos.

domingo, 30 de abril de 2017

Los objetos de Panizza

Podríamos decir que los cuentos de Oskar Panizza testimonian el desbordamiento de aquello que no puede contener ya la razón. La ciencia y la ética modernas, con su sujeto y su objeto prefabricados, debidamente dispuestos, pueden contener todo aquello que resulta de la misma naturaleza que ellos. El objeto ya está ahí para ser conocido, asimilado. El objeto ya está enjaulado antes de echarle el lazo. Lo mismo ocurre con el sujeto, que ha sido concienzudamente preparado para que sepa echar el lazo y éste alcance el objeto. El sujeto puede fallar, desviarse, sí, pero no puede más que seguir intentándolo, porque está para eso, para intentar apresar el objeto.

Los "objetos" de los cuentos de Panizza no se prestan a ser sujetados, y es que no están domesticados. Pertenecen a otro orden, a otra naturaleza, de ahí que el entendimiento y la voluntad poco o nada puedan hacer frente a ellos. No han resultado de un ejercicio de fabricación, deliberada y concienzuda, como la sustancia aristotélica o el fenómeno kantiano. Dormitan ferozmente, hasta que salen a escena e irrumpen -que no interrumpen- en la vigilia. La interrupción supone no salir de las tareas que nos ocupan. Queda integrada en la situación. La irrupción, sin embargo, implica cambiar de escenario, más exactamente, tener que abandonar el teatro. En ese momento todo te refiere, todo te llama, quedas expuesto, fuera de la posición desde la que hasta ese momento habías podido juzgar el mundo, incluso reírte de él.

“¡Y de repente llegó! De repente, en medio del aire claro que se agitaba a nuestro alrededor, como paños azules en medio del mar azul transparente como el cristal, surgió un barco. Un vapor impetuoso. Totalmente iluminado por el sol de mediodía. Iba tan rápido como nosotros. Justo delante de nosotros. De color pajizo como un limón. Pintado como ya nadie puede pintar un barco. Y ya que íbamos casi a la misma velocidad, me equivoqué en cuanto a su verdadero movimiento. Y con las oscuras piezas superpuestas como verrugas –las ventanillas de los camarotes-, se acercó el monstruo de color chillón, como un sapo amarillo, un anfibio enorme y venenoso.” (Oskar Panizza, El sapo amarillo)

jueves, 27 de abril de 2017

De la frontera a la intemperie

En sentido metafísico, ¿qué significa vivir a la intemperie? ¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Qué implicaciones tiene en nuestra relación con el mundo? ¿Y en nuestra relación con los otros? ¿Con qué posibilidades contamos ahora para habitar el mundo? ¿O acaso es el mundo el que nos habita? ¿Qué mundos son los inhabitados? ¿Y los inhabitables?... Son algunas de las preguntas que abordamos en nuestro trabajo titulado De la frontera a la intemperie: un recorrido filosófico por las diferentes formas de habitabilidad, enmarcado en el II Congreso internacional de la Red española de Filosofía, titulado "Las fronteras de la humanidad", que tendrá lugar los días 13, 14 y 15 de septiembre en la Universidad de Zaragoza.

Lo que nos ha impulsado a participar es el deseo de comprender la relación entre ciertas experiencias primordiales, sucedidas históricamente, y diferentes formas de habitar el mundo. Andaba dándole vueltas a la cuestión de cómo han de concretarse ciertas experiencias fundamentales en el mundo histórico cuando se me ocurrió ensayar esta propuesta, que confío suscite algún interés en oyentes y lectores. No está en nuestra mano agotar el conjunto de experiencias primordiales y sus correspondientes concreciones en la historia, pero creemos urgente clarificar aquellas experiencias con vistas a entender mejor el sentido y la diversidad de las formas de habitabilidad con las que el ser humano ha ido apropiándose del entorno. Pensamos que un análisis de la influencia de dichas experiencias en el individuo puede ayudar a entender mejor el sentido de las actuales construcciones y las posibilidades de habitabilidad del hombre de hoy.

Aquí podéis consultar toda la información relativa a la temática del congreso, programa, inscripción, organización...

martes, 25 de abril de 2017

Finales de la IV Olimpiada de Filosofía de Aragón

Fue toda una experiencia ver a nuestros alumnos aragoneses defender sus trabajos con motivo de la celebración de la final de la IV Olimpiada de Filosofía de Aragón el pasado 19 de Abril en la Facultad de Filosofía. Los alumnos finalistas mostraron un vivo interés por exponer clara y razonadamente sus diferentes posturas en relación a las cuestiones planteadas, y podemos dar fe que harán un buen papel en la fase nacional que tendrá lugar el próximo viernes 5 de Mayo en Murcia. Sólo queda desear mucha suerte a nuestros campeones y agradecer nuevamente a todos los participantes y colaboradores en este magnífico ejercicio filosófico.

Aquí podéis ver los enlaces a los vídeos finalistas y seleccionados.

Aquí podéis ver el vídeo con las 20 fotos finalistas y seleccionadas.

¡Enhorabuena a los ganadores!



Modalidad de Ensayo:

1º Clasificado: Lucy Barton Betés (IES Medina Albaida, 2º BTO)

2º Clasificado: María Pardillos Celeméndiz (IES Félix de Azara, 2º BTO)

3º Clasificado: Clara Cariñena Lozano (IES Luis Buñuel, 1º BTO)




Modalidad Vídeo filosófico:


1º Clasificado: Pablo Ibáñez Salvo (Colegio El Pilar Maristas)

2º Clasificado: Diana Campos Borraz (Colegio El Pilar Maristas)

3º Clasificado: Daniel Prieto Gómez (IES Tubalcaín)



Modalidad de Dilema:

1º Clasificado: Nuria Barquinero del Toro (IES Tiempos Modernos, 4ºESO)

2º Clasificado: Sofía Pérez Gracia (Colegio Condes de Aragón, 4º ESO)

3º Clasificado: Claudia Rodríguez Guasch (IES Avempace, 4º ESO)


Modalidad Fotografía filosófica:

1º Clasificado: Lucía Alfaro Vicente (IES Medina Albaida)

2º Clasificado: Marta Casanova Corredera (IES Medina Albaida)

3º Clasificado: Cristina Urieta Lozano (Colegio alemán San Alberto Magno)











Fdo: Miguel Ángel Velasco y David Porcel (Organizadores de la Olimpiada de Filosofía de Aragón)

jueves, 20 de abril de 2017

Momentos gordianos

Estos últimos días me he visto envuelto en una serie de circunstancias que, más dadas que elegidas, me han hecho descubrir nuevas sensaciones, nuevas emociones, hasta el momento sólo intuidas. En la vida hay momentos que, por su extrañeza, se convierten en nudos gordianos capaces de abrir la vida a nuevos horizontes. El momento del enamoramiento, de la pérdida (siempre de ti mismo), del desconcierto, son ejemplos de ello. La existencia de tales momentos constituyen siempre un nuevo punto de partida, pueden llegar a transformar nuestra relación con los demás, pueden incluso llegar a arrebatarte, a aniquilarte hasta que no quede nada de ti.

Mi nudo gordiano, durante estos días, ha sido el descubrimiento de lo incierto. Soy persona de certezas, no porque las tenga, sino porque las busco, aproximarme lo más posible a ellas, siempre con obstinación. Y, normalmente, la vida me provee de herramientas para ello. La filosofía, por ejemplo, siempre me ha provisto de una lógica, de un sentido, aunque sea en forma de crítica o superación. Después de años de dedicación, puedo decir: es cierto que Kant, Shopenhauer, Ortega o Jünger se equivocaban. Y andaría en las mismas si mi formación hubiera sido matemática o económica.

No hay que confundir lo incierto con lo desconocido. Mientras que lo desconocido se presta a ser descubierto, está ahí aguardando una respuesta, lo incierto no admite el descubrimiento, no se desvanece con el conocimiento. Persiste a pesar de él. De ahí que la actitud de quien vive en lo incierto sea la actitud vigilante. De repente, no hay seguridades ni puntos de apoyo, no puedes amarrarte a nada. Casi no puedes confiar en nadie. Cualquiera puede equivocarse. Todo se desvanece a tu alrededor. Incluso la idea misma de seguridad se tambalea. Tampoco hay autoridades. Nadie tiene ya autoridad moral para decirte nada. Te has convertido, sin quererlo, en un vigilante.

Me pregunto, ahora ya en mi sillón, dejándome acariciar por un Sol radiante, siempre generoso, escuchando uno de los conciertos para piano de Mozart, si no es la situación descrita la primigenia, aquella que explica que ahora, después de millones de años de evolución, sólo en determinados momentos, gordianos, podamos caer y no hallar suelo.

sábado, 8 de abril de 2017

Me habían dicho que esto iba de enseñar

Quienes llevan ya una larga trayectoria en esto de la educación en España aseguran que ahora los profesores hacemos de todo, menos enseñar. Recuerdo que cuando entré a formar parte de la profesión, lleno de entusiasmo y vocación, acogía aquellos comentarios con cierto escepticismo y desdén. Me decía, "estos ya están quemados, no deben saber lo que es enseñar." Y ahora, después de unos cuantos años ya dedicado a la enseñanza, voy dándome cuenta de la verdad de aquellas palabras, como cuando escuchábamos a nuestros abuelos decir aquello de "lo importante es estar sanos, tened salud". Hay verdades que necesitan tiempo, tiempo vivido, para ser reconocidas. Ahora resulta que los profesores, voluntariamente, faltaría más, podemos ya administrar medicamentos a alumnos con enfermedades crónicas. Vamos, que se nos ha facultado para medicar, nada más y nada menos. Pero es que ya éramos guardianes, vigilantes, psicólogos, informáticos, instructores, gestores, administrativos, bilingües, agentes de viajes, relaciones públicas, y yo que sé cuántas cosas más.... Todo, menos enseñar.

¿Qué nos está pasando? Cuando entré en la profesión creía que esto iba de enseñar, de leer, de investigar, de estudiar cuanto más mejor, para luego enseñar. Pero ahora, con los años, me doy cuenta que esto va de otra cosa. Pensaba, iluso de mí, que un centro escolar, daba igual cuál fuera el nivel o grado, era una especie de fábrica de conocimientos. Me lo imaginaba como un entramado de relaciones encaminado al desarrollo del conocimiento con vistas a su mejor transmisión. Imaginaba a los profesores paseándose por los diferentes departamentos para ver de qué conocimientos podían servirse para explicar mejor una determinada lección. Imaginaba que, procedentes de familias comprometidas y responsables, como ha sido la mía, los alumnos tendrían ya inculcada cierta disciplina para saber acatar las órdenes y cumplir sus obligaciones. Imaginaba cierta curiosidad innata en muchos alumnos que, con semejante oportunidad que se les estaba brindado, no querrían desaprovechar. En fin, me lo imaginaba como un lugar que ahora, echando la vista atrás, me doy cuenta solo ha existido en mi imaginario.

Menos mal que quedan las noches, esos tiempos muertos, fuera del trajín y del mundanal ruido, a veces en una parada de autobús, otras en el retrete (como lugar de retiro), o postrado en el sofá mientras el viejo Sol se levanta. Ahí es cuando se cuecen esas ideas, que luego, algunas, se transmutan en una lección de vida que quizá posen en ciertos corazones, y quién sabe, si germinarán como en ti lo han hecho.

miércoles, 29 de marzo de 2017

Resumen de la primera jornada de la IV Olimpiada de Filosofía de Aragón

Más de cien alumnos procedentes de más de treinta centros acudieron el pasado viernes 24 de Marzo a la Facultad de Filosofía de Zaragoza a realizar las pruebas de Ensayo y Dilema moral en esta IV edición de la Olimpiada de Filosofía de Aragón. Allí nuestros alumnos tuvieron que darlo todo para abordar las cuestiones que se plantearon en el ensayo o para resolver los dilemas morales. La jornada se vivió con mucha expectación y el interés mostrado en la realización de los diferentes ejercicios hace suponer que será muy difícil llegar a un dictamen claro sobre los ganadores. En torno al martes 4 de Abril se hará público el listado de los alumnos seleccionados (también en las modalidades de Fotografía y Vídeo), quienes a partir de ese día podrán preparar sus respectivas defensas para el encuentro final del 19 de Abril.

Aquí pueden verse las pruebas propuestas de Ensayo Dilema moral.








sábado, 25 de febrero de 2017

Reservas secretas

Últimamente me interesan aquellas posiciones éticas que, en lugar de procurar conducir la actividad cognoscitiva y técnica hacia buenos fines, tratan de advertir del peligro de un exceso de actividad. El poema de Parménides se limita a poner bridas epistémicas al conocimiento (cuyo único límite está en el ser, "pues lo que cabe concebir y lo que cabe que sea son una misma cosa") En ningún momento se atisba censura ni reproche morales para quien decide adentrarse en el camino de la verdad. Sin duda, somos herederos de una tradición que, presente ya en el poema del eleata, se ha limitado a censurar el error y la ignorancia. El sabio, dice Platón, es bueno por su naturaleza de hombre sabio.

Muy diferente, en cambio, es la posición de la que parte el Antiguo testamento, para el que el origen del peligro no es la falta de conocimiento sino un exceso de éste, un exceso de voluntad de conocimiento. El sentido del acto prohibitivo a comer del «Árbol del conocimiento» radica en la prevención a conocer demasiado, a querer conocer demasiado. El pecador es castigado por desoír la advertencia y dar rienda suelta a su apetencia de sabiduría. También la historia de la técnica -pienso, por ejemplo, en Los falsos adanes de Ceserani- y la literatura romántica testimonian el miedo a la desmesura, a la invocación de fuerzas sobrenaturales, que a veces alcanza lo trágico.

Todavía en nuestro tiempo atribuimos como causa de los accidentes a una falta de conocimiento o a un error humanos, pero me pregunto si, por detrás y más acá de la voluntad y la intencionalidad, en un ámbito sustraído de lo fenoménico, no hay reservas de poder que esperan no ser profanadas.

domingo, 29 de enero de 2017

Seres inquietos

El Evangelio según san Juan comienza diciendo que en el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios. El Verbo es Palabra, logos, discurso. Y todavía está presente en nuestra cultura la presencia del lenguaje como condición de sentido y significación. No es la palabra la que significa, sino que es por la palabra por lo que las imágenes significan. El idealismo moderno eleva esta idea a su máxima potencia y llega a afirmar que todo son significaciones, de forma que, si excaváramos, veríamos que no hay nada tras ellas. La intuición de un fondo de sentido descubre que en definitiva todo son lenguajes: la ciencia, la técnica, la música, la poesía, los sueños, son formas de manifestarse aquel fondo primordial imperecedero, de cuya existencia solo hay indicios.

El problema de esta doctrina es que no se puede sustentar, pues el núcleo, la semilla, el elixir, aquello cuyo conocimiento la sustentaría, queda intacto, inaprehensible. Cualquier aprehensión presupone lo que se pretende aprehender. Estamos demasiado presentes para que el objeto se haga presente. Este problema, de imposible solución, ha llevado al diseño de alternativas basadas y construidas en torno al límite del conocimiento. Si no podemos alcanzar el elixir, al menos podremos averiguar por qué.

Otra postura, quizá menos explorada, es la de admitir que lo primero no es la Palabra, que la Palabra no es más que otra forma de responder a una situación determinada. El lenguaje, la razón, el discurso, son formas de afrontar una situación originaria que demanda una respuesta. Estamos demasiado acostumbrados a que en las novelas de aventuras se nos diga que hay un mapa que conduce al tesoro, que ese tesoro esconde las mayores riquezas, que tenemos los recursos necesarios para descubrirlo... En esta situación de encontrase náufrago, que tantos relatos asumen como punto de partida, se responde con la espera, la fe, el tesón, el esfuerzo..., y, finalmente, con el conocimiento para llegar al tesoro. Pero el conocimiento no es más que una respuesta posible, lo mismo que la precipitación, la renuncia, o la quietud.

Quizá, después de todo, esté en nuestro sino inquietarnos por las cosas.

viernes, 27 de enero de 2017

Entre la obediencia y el deseo

Siempre he creído en la posibilidad de hacer del deseo una obediencia y de la obediencia un deseo. Cuando prevalece uno de los polos, el otro se difumina hasta prácticamente desaparecer. Es lo que ocurre cuando aturullamos a nuestros alumnos con normas y principios sin darles ocasión a que enciendan su deseo. Tampoco el polo opuesto es deseable, cuando desaparecemos como autoridad y nos comportamos como meros sujetos pacientes de sus vicios y caprichos. Ya recomendaba Aristóteles vivir en el límite (que no al límite), o próximo a él. De otra forma, seguro acabamos alcanzados por el dolor, en cualquiera de sus formas.

Sin embargo, como profesores, no es fácil muchas veces medir y encontrar esa zona limítrofe que a tantos filósofos ha encantado. La madre de Goethe la creyó encontrar en aquellos cuentos inacabados que estimulaban a su hijo a darles un final. Algunos profesores desconfían de ella, imponiendo a sus alumnos un camino demasiado acotado para ser recorrido. Los hay, también, que pretenden explotar la creatividad del alumno dejándola a su suerte, como si ésta naciera por ciencia infusa cual milagro de alguna fuerza misteriosa.

Más bien, quizá debamos hacer caso a los sabios consejos del filósofo peripatético y trabajar, como profesores, desde el límite: autorizando al alumno a dar rienda suelta a su deseo y haciendo de éste la mejor herramienta para su aprendizaje.

sábado, 14 de enero de 2017

El reclamo del otro

Siempre he recelado de quienes no saben escuchar. La escucha no es un arte ni un hábito, sino el resultado de una determinada actitud respecto del otro. Quien escucha ve en el otro alguien merecedor de ser escuchado. La escucha es una actitud ética. Su contrario no es la desatención, sino la desconsideración. Alguien puede desentenderse de lo que «se dice», pero no por ello dejar de considerar a quien habla. Por lo mismo, la consideración al otro no conduce necesariamente a una actitud atenta, aunque sí predispone a ella. La escucha sólo admite una forma, frente a la desconsideración, que se manifiesta como multiplicidad.

Una de las formas como se exterioriza la actitud desconsiderada consiste en ver al otro desde una categoría determinada. La reducción se hace a partir de unas creencias previas y, generalmente, con vistas a la obtención de poder. Por ejemplo, ahora que con los cambios legislativos venideros en educación va reavivándose el debate sobre lo que debe ser considerado conocimiento y lo que no, hay ya políticos, científicos, filósofos que, con vistas a poder organizar y gestionar el conocimiento, reducen éste a «conocimiento contrastable», como si lo «no contrastable» no contara. También están los pragmatistas, los historicistas, los positivistas, falsacionistas, idealistas, que resultan igualmente del encasillamiento y se refieren al otro habiendo dirigido ya sobre éste su propulsión a encasillar.

Siempre he recelado de quienes se autodenominan o imponen una determinada etiqueta identitaria, pues este hecho, el de autodefinirse, es ya consecuencia de aquella propulsión. Nietzsche lo explica recurriendo a la «voluntad de poder»; la cual, en el mejor de los casos, puede sublimarse hacia fines permitidos. Otros hablan de impulsos, fuerzas o pulsiones. Por mi parte, me resisto a pensar que no podamos dejar al otro que nos reclame:

Un hombre dirigió al anciano una pregunta muy concreta: «Padre, cuando durante el oficio divino vemos a hermanos que se duermen, ¿qué os parece? ¿Les damos un golpecito para que estén bien despiertos durante las vigilias?». La respuesta del anciano fue también muy concreta: «Te lo puedo asegurar: cuando durante el oficio divino veo un hombre que se duerme, pongo su cabeza sobre mis rodillas y le dejo descansar». (Apotegma de un padre del desierto, que recoge Josep Maria Esquirol en La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad)