Para Ana Belén,
Los días de confinamiento pueden alargarse más de lo esperado y uno, aunque tiene sus redes y estímulos con los que conectarse con el mundo exterior, no puede evitar sentirse enclaustrado con los enseres de siempre. En las voces de muchos resuena el mensaje de que necesitábamos parar y este encierro servirá para pensar y proyectarnos hacia un mundo mejor, más pausado, más reflexivo..., pero mi sensación es que, mientras la naturaleza va liberando a sus ballenas y delfines de un confinamiento que le ha durado siglos, seguimos como el primer día aguardando el pistoletazo de salida, abriendo la prensa diaria a ver si algún lumbreras nos alegra el café con eso de que en julio podremos volver a las playas y volver con los nuestros a los bares.
No, la vuelta sobre sí mismo y la generosidad son una cuestión de hábito, de trabajo, de vigilancia constantes, "porque una golondrina no hace verano, ni un solo día, y así tampoco ni un solo día ni un instante bastan para hacer venturoso y feliz" (Aristóteles). El confinamiento no guarda consigo la llave de ninguna revolución humana. La llave hace mucho que la hemos tenido, y sigue aguardando en quienes pasaban desapercibidos e inadvirtiendo cuanto nos rodea. Hace años que descubrí que la vida es demasiado valiosa como para desperdiciarla desocupándola con nimiedades o conversaciones vanas. Hace años que consagré la vida a cuanto más amaba dejando a la luz abrir mis ojos y a mis sueños cerrarlos. La vida hay que cantarla, no agotarla, llegando a sus rincones, explorando sus recovecos, sin perder mucho tiempo en reivindicar la que nunca tuvimos. La vida algún día se apagará, y entonces el recuerdo de aquella luz se desvanecerá para siempre.