La televisión no sólo atrae la atención, la dirige, la conduce por caminos preconcebidos. La televisión nos dice qué mirar, cuándo mirar, a qué atender y a qué no atender. Cuenta con el flujo continuo de la vida anímica para ejercer su dominio sobre la atención. Pronto querrá también someter las sensaciones táctiles y olfativas. Este aparato, al servicio de los fines del capitalismo, se ha convertido en una máquina de producción de emociones:
La televisión nos tantaliza, quedamos como prendados de ella. Este efecto entre mágico y maléfico es obra, creo, de exceso de la luz que con su intensidad nos toma. No puedo menos que recordar ese mismo efecto que produce en los insectos, y aun en los grandes animales. Y entonces, no sólo nos cuesta abandonarla, sino que también perdemos la capacidad para mirar y ver lo cotidiano (...) Al ser humano se le están cerrando los sentidos, cada vez requiere más intensidad, como los sordos. No vemos lo que no tiene la iluminación de la pantalla, ni oímos lo que no llega a nosotros cargado de decibeles, ni olemos permufes. Ya ni las flores los tienen. Ernesto Sábato, La resistencia