Tiempo de juego y distensión, cuando baja la consciencia y aparece la imagen con su luz. Una brisa, un mar, un paseo soleado, a veces bastan para que se cuele esa pieza que andabas buscando, y veas ante ti un nuevo horizonte que ningún péndulo y guadaña puede amenazar. Tiempo de gloria y dispersión, cuando nadie te busca ni te pide. No es extraño que los verdaderos santuarios del saber -como templos, jardines y bibliotecas- sean lugares que no dejan correr el tiempo, que lo paralizan taponado el bullicio siempre asfixiante de la cotidianidad.
"¿Qué pasó por la mente de Arquímedes
cuando estaba flotando en las termas de Siracusa y gritó su famoso eureka al
tiempo que salía desnudo y brazos en alto, corriendo por las calles de la
ciudad? El matemático Henri Poincaré explicaba cómo, después de trabajar
intensamente en su gabinete sin alcanzar a resolver el problema de las
funciones de Fuchs, salió a dar un paseo y de pronto, cuando no pensaba en
ello, vio la solución. Esta historia se repite: se dice que Isaac Newton
descansaba bajo un manzano cuando vio desprenderse un fruto. Aquel instante
afortunadamente cambió el rumbo de la ciencia y de la humanidad. ¿Cuál es el
secreto de ese instante?" (Carlos García-Delgado, autor de 'El yo
creativo', El País, domingo 2 de abril)