Uno de los legados que nos ha dejado la obra del pensador alemán Ernst Jünger lo constituye su análisis de los diferentes mecanismos de poder que, a su juicio, utilizaron las clases sociales burguesas y los totalitarismos políticos del siglo pasado. El interés de retomar ahora su análisis se debe a nuestra sospecha de que hoy día se están reproduciendo esos mismos mecanismos de poder en diferentes ámbitos sociales, como la economía de mercado, la política o la educación. El análisis de Jünger de comienzos de los años 30, en este sentido, puede ayudarnos a comprender la naturaleza y el origen de estos mecanismos y fundamentos del poder que han permanecido durante casi un siglo prácticamente inalterables.
Durante esos años, en su ensayo El trabajador (1932), Jünger entiende la Ilustración como un proyecto científico y político cuya meta última consiste en alcanzar una sociedad fundamentalmente buena, segura y razonable. Este proyecto sólo es alcanzable racionalizando la Naturaleza, es decir, categorizándola conforme a los principios lógicos de la razón y reduciéndola a normas y leyes susceptibles de ser conocidas por la razón. Al mismo tiempo, Jünger concibe la burguesía como la clase dominante que busca precisamente extender a todos los ámbitos el dominio de la racionalidad. Como reitera el autor en sucesivas ocasiones, lo característico del hombre burgués no es su afán de seguridad, sino el carácter exclusivo de éste, de ahí que en todo momento el burgués demande de la razón que lo proteja y asegure frente a aquello que, por su naturaleza, puede constituir un objeto de amenaza a su integridad. En efecto, en esta situación de incertidumbre e inestabilidad, y ante las continuas amenazas procedentes de la Naturaleza (irrupción de la fuerza de los elementos, de la enfermedad, de las guerras y pasiones humanas), la mejor manera de protegerse consiste en tratar de someter aquello que por su constitución puede convertirse en objeto de desazón y descontrol.
Jünger inicia en este momento su análisis del mecanismo fundamental de dominio, en este caso, del dominio que despliega el burgués destinado a secar las fuerzas internas y orgánicas de figuras como las del Soldado procedente de la guerra del 14 o la del Trabajador heredero del soldado prusiano, educados ambos en el dolor y el sacrificio, en la sangre y en la exaltación. El autor entiende, en este sentido, que la forma más poderosa de dominio consiste en negar el derecho a ser, a existir, de todo aquello que pueda constituir un objeto de amenaza, de ahí que, de acuerdo con este principio, el hombre burgués, educado en la escuela de Ilustración, trate de dominar a los soldados, criminales, poetas, amantes, y en general a aquellos trabajadores alemanes educados en la escuela de la pasión, del peligro y del sacrificio, negándoles el derecho a actuar conforme a su naturaleza dionisíaca, elemental, es decir, procurando que sientan, piensen y se comporten de acuerdo con las normas y pautas racionales que les son impuestas por la clase burguesa dirigente de tradición racionalista e ilustrada.
No nos interesa ahora detallar la forma como en la obra de Jünger se concreta esa forma de dominio de la clase burguesa ni las consecuencias para el trabajador. Lo interesante aquí es comprender que la naturaleza del dominio burgués, tal como la interpreta el pensador alemán, consiste en juzgar todo lo existente por el mismo rasero de la Razón y en categorizar todo de acuerdo con los esquemas propios de la concepción moderno-ilustrada de la Naturaleza. Así, la estrategia que emprende el burgués de racionalizar todo cuanto existe conduce a tachar de irracionales aquellos comportamientos que amenazan su seguridad y bienestar y, en último término, le lleva a legitimar la condena y persecución de dichas actitudes.
Pensamos que esta misma estrategia de dominio, por la cuál se pretende anular el derecho a ser de aquello que se pretende dominar, traducible, como hemos visto, en un reduccionismo ontológico propio de los idealismos, todavía la podemos observar hoy día, aunque matizada, en algunos ámbitos de la existencia y de la experiencia humanas. Pensemos, por ejemplo, como ya lo hemos hecho en algún otro post de este mismo blog, en el camino que hoy marca la educación con sus programas de ‘Educación para la Ciudadanía’ o de 'Educación ético-cívica', en los que se demanda que el alumno acepte y asuma sin discusión los fundamentos de la psicología experimental, de la sociología y de la política de tendencia cívica e ilustradora, sin concebir la posibilidad de discutir dichos fundamentos abriéndose a debates filosóficos, es decir, sin permitir al alumno ni al profesor iniciar cualquier discusión crítica y argumentativa. Hoy día, quizá más que nunca, el camino marcado en la educación, al servicio de la política imperante, es el de la aceptación, desechando la posibilidad de la discusión crítica y reflexiva, anulando por tanto otros discursos que no consistan en la mera aceptación del programa establecido, y evitando con ello la posibilidad de que los fundamentos que sostienen el sistema educativo imperante se tambaleen. O pensemos, en el ámbito de la economía de mercado y de consumo, en la cantidad ingente de mensajes procedentes de los medios de comunicación de masas que nos incitan a comportarnos de acuerdo a una serie de parámetros culturales predeterminados (estéticos, sociales, económicos….), demandando de nosotros actitudes y valores que en la mayoría de las ocasiones no se ajustan a nuestras verdaderas preferencias y deseos y que conllevan irremediablemente a un estado de frustración crónica.
Quizá hoy más que nunca se trasluzca esa forma de poder, que hace ya casi cien años describía Jünger en sus ensayos, en algunos ámbitos tan importantes de nuestra sociedad como la educación o la economía de consumo. Esta forma de dominio se traduce al final en la imposición de opciones, de caminos, que acaban siempre beneficiando al poder político y económico establecido y terminan por anular el derecho fundamental a la libertad singular, a esa otra realidad que demanda de nosotros nuevas experiencias y alternativas vitales.