El mal se presenta de tantas formas que a
veces es difícil descubrir los ángeles que nos rodean. En ocasiones incluso se
molesta en disfrazarse, como el lobo de nuestros recuerdos, y entonces no lo
vemos venir, o si lo vemos, nos avergüenza vernos engañados y preferimos que
siga su parodia. Otras se presenta a lo bruto, sin previo aviso, y de pronto lo
que creíamos horizonte se hunde para siempre. Pero cuando alguien
descubre a un ángel, a este hay que cuidarlo, y cuidarse de que esté bien, sin
atosigarlo, no vaya a molestarse. Ángeles los hay sobre las ventanas, en los
sueños de los niños, o en los museos de las noches iluminadas. Los hay también en
quienes nos rodean, aunque muchos no lo saben y se pavonean de lo que en verdad
son defectos. Los hay solitarios y que prefieren las multitudes, gráciles y
toscos, esbeltos y diminutos. Los hay bellos y feos, aunque para la gran mayoría pasan desapercibidos.
A veces, sólo a veces, un ángel te mira, y te implora.