Una de las experiencias que durante los años escolares más me atemorizaba era escuchar al profesor de matemáticas cantar las notas en alto justo en el momento antes de entregarnos los exámenes. ¿Por qué el resto de compañeros tenía que conocer mis resultados? ¿Y por qué tenían que ser pregonadas empezando por la más alta y acabando por la más baja? Pero, sobre todo, ¿Por qué tenía que medirse la valía del alumno por una nota, o una medida, o un número? La nota no sólo cuantifica un resultado sino que, irremisiblemente, establece una comparación. El alumno que ha obtenido el 10 se desmarca de sus compañeros como el "alumno sobresaliente", mientras que el suspenso siente que no está a la altura de lo que se espera del grupo. Las notas, diríamos, o la técnica anotadora, es una forma de decir lo que vale un alumno en lo que respecta a una asignatura y en relación con sus compañeros.
Actuando así, de lo que este profesor de matemáticas parecía no darse
cuenta es de que estaba pervirtiendo el verdadero sentido de la nota, a saber, el de ser un indicador para el alumno del grado de consecución de los objetivos propuestos y una orientación en su proceso de aprendizaje. En el momento en que
se hace de la nota un fin y, consciente o inconscientemente, como padres
o profesores, hacemos consistir la educación en una empresa orientada a la
optimización de resultados, desoímos el sentido de la nota como indicador y la
dejamos de considerar como instrumento integrado en el proceso de enseñanza y
aprendizaje. En su sentido más perverso, los profesores acaban siendo un
instrumento que utilizan las notas en lugar de ser éstas un instrumento a su
servicio.
“Uno de los problemas de los sistemas de evaluación que utilizan letras y notas es que suelen ser un poco descriptivos y muy comparativos. En ocasiones, los alumnos no saben directamente qué indica la nota que han sacado, y los profesores puntúan sin estar del todo seguros de qué nota poner. Otro problema es que una letra o un número no puede expresar las complejidades del trabajo que ha hecho el alumno y que debe calificarse. Y hay resultados que es imposible reflejar de forma apropiada con este método. Como el eminente educador Elliot Eisner dijo en una ocasión: «No todo lo que es importante puede evaluarse y no todo lo que puede evaluarse es importante».” (Ken Robinson, Escuelas creativas)