Cuando a los diecinueve vi los Fahrenheit 451 del genial Truffaut en ningún momento pensé que abrir un libro en público podría convertirse en un acto deshonesto, incluso obsceno. Y así es que ha llegado el caso. ¿Por qué? ¿Cómo es que ahora el contacto es algo prohibitivo y, para más inri, la curiosidad es tachada de rareza existencial? Atrás quedaron los libros prohibidos. Ahora esta imagen nos llama la atención, nos invoca a querer colgarla y a querer enmarcarla, como queriendo proteger nuestro tiempo de la tormenta del destino. Que es el de todos. Gracias, Jean-Claude Dewez.