viernes, 27 de septiembre de 2013

Invitación

Os invito a leer la presentación del nuevo número de la Revista Ábaco sobre el papel de los espacios públicos en la construcción de la identidad cultural, desde un enfoque sociológico, político, y humanístico. Tengo también el gusto de colaborar en él con mi pequeña contribución filosófica que muy gustosamente os animo a leer y discutir:
 
Espacios Públicos. Conflicto y convivencia.

Espacios Públicos. Conflicto y convivencia.

Revista ÁBACO Nº 75

Cuando las plazas y espacios públicos se diseñan adecuadamente, la gente los utiliza como parte esencial de su vida y de su historia personal y colectiva. Juegan un papel crucial en el desarrollo de la sociedad y en la calidad de vida,  a la vez que en la proyección externa y centralidad de las ciudades.
Muchos lugares emblemáticos (Puerta del Sol en Madrid, la plaza de Estambul o la Plaza Tahrir, como ya lo fueron la plaza de Tiananmen en Pekín,  la Plaza de las Tres Culturas mexicana o  la Plaza Roja moscovita) son espacios donde se plantean dialécticamente y se hacen visibles hechos y situaciones de convivencia y conflicto. Las convocatorias se realizan hoy de forma novedosa por medio de las redes sociales y han llegado a ser eje central de protestas, luchas y reivindicaciones como escaparate mediático del mundo.


La destrucción del Parque Gezl, posiblemente el último gran parque del centro de Estambul en la plaza Taksim, generó un movimiento sin precedentes de protesta en esa ciudad y en Turquía que tuvo repercusión mundial. Esta ocupación del espacio público trataba y luchaba por evitar que los bulldozer arrasaran y destruyeran el emblemático reducto ciudadano. Las consecuencias motivaron una crisis política que puso en jaque al propio gobierno turco. Esta protesta fue crisol y catarsis del malestar ciudadano ante la crisis económica, social y civilizatoria. Los ciudadanos exigían ser partícipes ante decisiones importantes que afectaban a su entorno y a la ciudad en la que viven.
El «Project for Public Spaces», organización que analiza los atributos de los espacios públicos necesarios para que sean considerados «un buen lugar», elabora criterios a la hora de proyectar, construir o vivir en un lugar en base a: confort, accesibilidad, actividades y socialización. Y según su criterio, las mejores plazas serían: Piazza del Campo en Siena; la Gran Place de Bruselas; Rynek Glowny en Cracovia, Polonia; la inevitable Trafalgar Square de Londres; la Federation Square de Melbourne en Australia, Pioneer Courthouse Square de Portland, Oregón; el Hotel de Ville en París; la Old Town Square de Praga; la Piazza Navona de Roma y en el caso español, la Plaza de Santa Ana de Madrid. Al repasarlas, uno pensará que no están todas las que son, aunque sí, en nuestra opinión, las que están cumplen ese arquetipo de plaza pública, elemento central, simbólico, cultural y de relación social de los ciudadanos con el que nos identificamos.
 

Un ejercicio sano sería reflexionar si alguna plaza de nuestra ciudad o pueblo tienen también esos valores que trascienden de lo local a lo global, al menos en nuestro imaginario y vivencia.
En ocasiones, por sensaciones de miedo, violencia e inseguridad los espacios públicos se transforman en aparatos de vigilancia que van convirtiéndose en «no lugares», empleando la acepción que popularizó Marc Augé. La ciudad cambia a peor a medida que el espacio público va desapareciendo, muchos casos en Latinoamérica así lo atestiguan.
Desde el universo virtual, tal como comenta la arquitecta brasileña Natalia de Carli, en un excelente trabajo y reflexión sobre la idealización del espacio público latinoamericano, la explosión de movimientos sociales está haciendo visible ante el mundo sus aspiraciones, protestas y propuestas, ya sea en Grecia, Portugal, España, París, Turquía, China, Inglaterra o Egipto, todo parte de una misma agitación que sacude el orden establecido, con la protesta ante injusticias sociales, manipulación y desinformación de un buen número de medios de comunicación, la especulación financiera y la oposición ante un sistema económico y político que tiene grietas indeseables por todos lados.  Una idea subyace y avanza en este camino, la conversión de los espacios de miedo en lugares de esperanza. 


Este número de Ábaco se planteó, en principio, como una reflexión desde la antropología urbana sobre investigaciones desarrolladas en los últimos tiempos por un equipo del IMEDES (Universidad Autónoma de Madrid) sobre conflictividad y migración en contextos locales, especialmente en aquellas cuestiones que afectasen a la convivencia y mediación en la realidad social. Es así que varios investigadores publican sus artículos en el monográfico: María Adoración Martínez, Joaquín Eguren, Paloma Gómez, Carlos Peláez o Juan Ignacio Robles. Pronto esta idea se amplió para tratar de ofrecer al lector una visión actualizada, transversal  e interdisciplinar de los espacios públicos y esos ejes que transitan por nuestra vida cotidiana día a día.
En esta contribución a lo que representan los espacios públicos se plantean cuestiones importantes como que sean agente de movilización política y ciudadana, el caso de la Plaza Tahrir  en El Cairo que los profesores Asunción Aneas, profesora de la Universidad de Barcelona   y Abdelsalam Basha,  traductor y periodista egipcio, tratan en primera línea y directa visión. También el análisis desde la geografía como es el caso italiano que aporta la profesora Mirella Loda de la Universidad de Florencia sobre mercados públicos, o bien el del profesor Carlos Manuel Valdés  que trata del entorno rural con los montes públicos  y el procedente de la Universidad Técnica de Lisboa de la Universidad Carlos III de Madrid, Miguel Silva Graça, que aporta casos de espacios públicos urbanos portugueses y europeos , que complementan ese tratamiento multidisciplinar de un asunto de tan candente actualidad, donde se reflejan en los espacios públicos de convivencia y a la vez de conflicto, un crisol de contradicciones, aspiraciones, frustraciones  y sueños de la gente, buen reflejo de la crisis económica y social en que vivimos.
Siempre habrá que relacionar las condiciones de civilidad y vida pública, siendo esencial para la democracia el reivindicarlo El espacio público como intento de validar las prácticas sociales de percibir y crear un proyecto colectivo y a la vez de apropiárselo desde el punto de vista personal y vital.
 

Como es habitual en Ábaco, aparte de la monografía, otras secciones plantean desde cuestiones de Filosofía de la Técnica en Heidegger y Jünger con David Porcel, hasta la crítica y crónica cultural de Alberto Humanes sobre la Exposición en Roma de los becarios de la Academia de España, o bien el Obituario que Ignacio Fernández del Castro escribe ante la muerte de Eugenio Trías. Estrenamos también una nueva sección que dedicaremos a nuevas iniciativas dentro de las industrias culturales o creativas. En esta ocasión, dedicada a Hector Jareño y su proyecto, reconocido y premiado recientemente. En próximos números iremos dando cuenta de otros emprendimientos que reflejen talento, innovación y creación en la economía de la cultura.
 

Nos queda desear el haber acertado con el tema y planteamiento de la revista y ofrecer, como siempre, el canal de interacción a suscriptores, amigos, lectores y autores para tomar iniciativas, debatir, criticar y proponer ante este medio y herramienta de reflexión y análisis social que aspiramos sea Ábaco.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Tarea de la universidad

En su libro autobiográfico Adiós a la universidad. El eclipse de las humanidades, el profesor Jordi Llovet alude a la visión que el filósofo  Friedrich Schleiermacher (1768-1834) tenía de la universidad, para quien ésta debía "despertar el ideal de la erudición (Gelehrsamkeit) en los jóvenes de noble espíritu ya provistos de un conocimiento en materias muy diversas; ayudarles a dominar el saber en el campo particular de conocimiento al que quieren dedicarse, de modo que, para ellos, se convierta en una suerte de segunda naturaleza el considerar cualquier cosa desde el punto de vista de la erudición, y ver cualquier materia concreta no aisladamente, sino en sus eruditas, estrechas conexiones, relacionando constantemente esta materia individual con la unidad e integridad del saber (cursivas nuestras), de manera que a lo largo de toda su formación aprendan a ser conscientes de los principios de la erudición, y, así, adquieran, por sí mismos, la habilidad de llevar a cabo la investigación, lograr innovaciones y presentarlas a los demás generando conocimiento merced al estudio de tales cosas por sí mismas. Esta es la tarea de la universidad." (en p.52, 53)

Y continúa citando a Schleiermacher:
 
"El verdadero espíritu de la universidad consiste en dejar que reine la mayor libertad en el seno de cada una de sus facultades. Es completamente estúpido ordenar normativamente el orden en que los cursos deben sucederse, o dividir el conjunto de los saberes en sectores delimitados. (...) Ello significaría un acicate al estancamiento; por el contrario, cada dominio científico queda insuflado con una nueva vida cuando otros individuos, sobre todo de formación diferente, retoman su estudio desde sus fundamentos. (...) A ello se debe que la preponderancia de enseñanzas con un título fijo manifieste una mentalidad más escolar que verdaderamente universitaria." (en p. 53)
 
"Si un Estado destruye el centro y la cuna de todo conocimiento y aísla toda empresa científica (...) arrancándola de sus interrelaciones más vivas, entonces la intención, o, al menos, el efecto inconsciente de dicha acción, no será otro que la asfixia de la libertad de la educación superior y de toda suerte de espíritu científico, con la consecuencia infalible del predominio del espíritu profesional y una lamentable estrechez en el conjunto de los estudios (cursivas nuestras). Las propuestas que aspiren a transformar y a diseminar las universidades convirtiéndolas en escuelas especializadas emanan de personas que actúan sin reflexionar y que se hallan contaminadas por un sentimiento pernicioso." (en p. 54)
 
Ese ideal de erudición, de sabiduría, que ha de despertar la universidad es precisamente un referente del que, en nuestros días, el sistema educativo nos va alejando. No es que la universidad, y en general las instituciones educativas actuales, den la espalda a dicho ideal, sino que, con su pretensión de vertebrar y sectorizar el conocimiento, contribuyendo de ese modo a una superespecialización del conocimiento, nos va alejando de él. Apenas podemos ya apreciar su presencia, que no se muestra ni siquiera en forma de ausencia. El verdadero problema, en este sentido, no es tanto que dicho ideal no impulse el aprendizaje como que ya no se tenga constancia de su presencia, máxime cuando en nuestros días las futuras leyes educativas pretenden erradicar todas aquellas disciplinas que tienen que ver con la historia de las ideas, de las concepciones que han resultado de ese espíritu -filosófico- del que habla Scheleiermacher. Y es que ese ideal de erudición es propio del filósofo, del amante del conocimiento, de quien renuncia a la especialización en aras de una comprensión profunda del conocimiento humano, de quien opta por la libertad en lugar de quedarse en el género y la especie, en la plaza y la oferta.

Está claro que las humanidades no sirven para hacer cohetes que nos lleven al espacio, infraestructuras que faciliten las comunicaciones o nuevas vacunas que curen enfermedades, ¿pero quién ha dicho que la legitimidad del conocimiento reside en su practicidad o rentabilidad? No todo el conocimiento está pensado para abrir nuevas posibilidades al ser humano; más aún, no todo el conocimiento necesita de una legitimación para tener lugar. De hecho, hay un tipo de conocimiento que no está orientado a ningún fin, ni siquiera al de resolver problemas. Este conocimiento, por el que aboga Schleiermacher, es el filosófico, que no aspira a ninguna meta -como no sea la de buscar desinteresadamente la verdad-, sino que nace como respuesta a una necesidad, a un afán. Por su parte, la historia de las ideas y de las concepciones del mundo nos enseña que es precisamente este afán de conocimiento lo que permite al científico armarse con todo lo necesario para idear teorías sobre el mundo y el ser humano, que toda revolución científica viene precedida de una comprensión de los principios metafísicos y epistemológicos que toda teoría contiene; en definitiva, que la libertad es el presupuesto del conocimiento.