viernes, 31 de enero de 2020

Educación desvitalizada

Una educación sustentada en la imposición puede funcionar, pero sólo eso. Nosotros, sus funcionarios, cada mañana nos vemos abocados a tener que mover los poderosos engranajes de una maquinaria de la que se dice que busca el conocimiento pero que, en realidad, sigue moviéndose, nada más. ¿Pero quién mueve a quién? ¿Y dónde quedó aquel motor inmóvil que desde su soledad podía hacer amigos del movimiento? Decía Borges que el profesor es quien hace amigos del conocimiento, pero hoy día, en nuestros despachos y aulas, y también, por qué no, en los salones y recreos, lugares tradicionales para el diálogo y el esparcimiento, cuando todavía había hogueras existenciales generadoras de reunión, acabamos motorizados por reuniones, protocolos, estandartes, programaciones, programas, mails, informes, proyectos, más mails, y yo qué sé cuántos avisos más cuyo sentido, por todos hoy sabido, es un sinsentido.

¿Llegará el tiempo en que dejemos de topar con cadáveres eidéticos y podamos resucitar la palabra de entre nuestras entrañas? Sí, el eros todavía se despliega en los sublimes momentos en los que uno se convierte en "enseñante de la vida" y entonces, ahora sí, los alumnos, todos a un mismo tiempo, te miran con la avidez necesaria para que la información se transmute en conocimiento. Si algo siento de esta sociedad es que no permita, a sus maestros y directores de almas, ser "enseñantes de la vida" y orientar la palabra a la formación de personas a la altura de su tiempo. Porque cada tiempo, querido lector, tiene su altura. Y una política educativa que ni siquiera levanta la mirada sino que, más bien, se esconde con los engranajes de aquella maquinaria, cumpliendo con sus protocolos, órdenes y currículos, como si ellos fueran la verdadera necesidad, está abocada a practicar el funcionalismo. Nada más.

martes, 28 de enero de 2020

Profesor, ¿por qué habría de intentar algo en esta vida?

La pregunta por el sentido también resuena en la mente de quienes pensábamos que andaban entre tentaciones e islas. Y está bien que lo haga, aunque sea con el propósito de excusarse para no hacer nada (total, me dicen algunos alumnos, como en unos cuantos millones de años seremos polvo flotante, ¿para qué esforzarse en algo?) Está bien que lo haga porque al hacerlo, aunque sea en los momentos de mayor remolonamiento, dejan de ser obedientes y, ahora sí, pasan al mundo adulto (llamo adulto a quien se atreve a ser por sí mismo, y no, como tantos insomnes de un automatismo cada vez más propagado, van y vienen sin saber muy bien a dónde ni por qué)

-Profesor (la alumna es de 4ºESO), ¿por qué habría de intentar algo en esta vida si lo que me habían prometido es, otra vez, un objetivo, una señal, vacíos de realidad? ¿Por qué habría de esforzarme en ser si la vida es, de suyo, algo que está de más, absolutamente gratuito?

Vaya, me he dicho, ya hay una alumna que no ha caído en la tentación mórbida de tantos programadores de masas. Y con la fuerza de quien ve en el prójimo una fuente de interpelaciones, he acabado absorbiendo la atención de mis jóvenes pupilos, muy interesados, por cierto, en asuntos del bien y del mal, de lo mortal y lo divino, que no están tan lejos si no acabamos cegados por quienes deberían iluminar.

Será de estos alumnos (me he vuelto a decir), que quieren saber más, que se rebelan contra los dictados de la monotonía y la hipocresía, de los que, para bien o para mal, luego viva el pensamiento.

miércoles, 22 de enero de 2020

Unas palabras a quienes lo vean venir

A quienes vean venir desde su trinchera otras tantas políticas y programas educativos impostados, como si la educación fuera algo grave que pesara en las mochilas de nuestras autoridades. A quienes los vean venir, con sus inyecciones que acabarán, a buen seguro, atravesando nuestras pieles e infiltrándose en nuestros quehaceres diarios y nocturnos, quizá valgan estas palabras de mi Encuentros y desencuentros:

"Si consideramos la práctica de la enseñanza como ejemplo, y lo mismo que se dice de esta podría decirse de otras prácticas como la medicina o la política, observamos una diferencia decisiva entre el modo como en la antigüedad el maestro acogía a sus discípulos y la manera como hoy día el profesor recibe a sus alumnos. En la antigua Grecia discípulo y maestro se sentían participantes de comunidades políticas con proyectos comunes, y las escuelas que nacían en las grandes polis griegas no tenían sentido fuera de aquellos proyectos. En el momento en que la actividad pedagógica, o cualquier otra actividad, se encontraba ya integrada en un proyecto común, discípulo y maestro se sentían obligados a adoptar una posición respecto de su compromiso para con la comunidad. Fuera una comunidad de ciudadanos atenienses, de políticos o de científicos, el individuo, sintiéndose ya parte activa de aquella, comprendía que debía asumir una determinada actitud en y para la comunidad, avivándose su compromiso y sentido de la responsabilidad. Sin embargo, la instrumentalización y mercantilización que actualmente rigen las relaciones humanas en el ámbito educativo, por las que el alumno es muchas veces reducido a cliente o convertido en consejillo de Indias de un sinfín de programas experimentales, lejos de favorecer aquel compromiso para con la comunidad, acaban atomizando y aislando a los individuos entre sí.

No es extraño, en este sentido, que cualidades valorables en la enseñanza tradicional, como la confianza, la paciencia y la escucha, estén siendo reemplazadas por otras encaminadas al cumplimiento de objetivos y estandartes de eficiencia y rentabilidad. Frente a la confianza, por ejemplo, que otorga el maestro al discípulo, las sociedades del hiperconsumo dirigen la producción hacia mercancías confiables y compradores confiados. La confiabilidad, frente a la confianza que necesita de la donación y la gratuidad, se puede fabricar, comprar e intercambiar. Tampoco la vida acelerada que imponen las sociedades posindustriales deja tiempo a virtudes aptas para la enseñanza como la paciencia. La absolutización del valor de la exactitud y de la puntualidad, la preeminencia del objetivo sobre el deleite de la búsqueda, la exigencia de precisión en todos los ámbitos de la vida, incluso en los destinados al esparcimiento libre, impacientan al espíritu más sereno. Finalmente, frente a la escucha, que brinda al prójimo la posibilidad de abrirse y descubrirse, las modernas políticas educativas parecen atender únicamente a la capacidad atencional y a métodos de control y medición de la misma con el único propósito de aumentar el rendimiento del alumno.

En estos contextos donde la digitalización y mercantilización de contenidos experienciales desplazan al diálogo y otros movimientos de aproximación, como la escucha y el acogimiento, urge retornar a actitudes basadas en el don y la generación. Si las «éticas de la autenticidad» sirvieron en el pasado siglo para desmantelar –o, al menos, evidenciar- los factores alienantes de sociedades cada vez más falsificadas, las «éticas del don» pueden contribuir a recuperar el sentido de prácticas fundamentales para la comunidad como la «escucha» y la «espera». La creación de espacios que devuelvan el sentido a experiencias como el diálogo, la proximidad o el acogimiento, y que visibilicen y reconozcan la labor del donante, puede ser fundamental para ir reconquistando el territorio colonizado por el capital y la mercancía. Precisamente, el hecho de que el guía espiritual, presente en el padre, el amigo o el maestro, se encuentre al alcance de cada uno, convierte al director de almas en el arma más poderosa para reconducir, desde otro lugar, nuestro tiempo. Quizá entonces cualidades tan humanas como la confianza, el apego o el pudor, que van perdiéndose con la pantallización del mundo, recuperen su lugar natural."

viernes, 17 de enero de 2020

Generaciones

A mi grupo de 4º de ESO de Filosofía,
 
En las antípodas de lo esperado, allí donde el conocimiento aún es posible, una alumna en clase de Filosofía pensaba en voz alta: cuando la filosofía habla de la felicidad se hace desde la presunción de que la vida es una o está fragmentada en unidades sucesivas -los instantes-. Pero la vida ni es una ni está fragmentada. ¿O no hay experiencias que generan vida y otras que la quitan? Sí, obcecados por el resultado y los objetivos nos quedamos sin experimentar la intensidad de la vida.
 
Y es verdad. Enseguida pensé en el primer amor, vivido secretamente por temor a que el tiempo acabara con él. Y en la primera luz que, colándose por la cortina, mortalizó para siempre al sol. Y en la primera medianoche con su cielo estrellado y su luna refulgente. Y en el primer mar, que todavía en las noches de invierno aparece envolviendo cuerpos y corazas. Y en todo ello, a un sólo tiempo. Y pensé que perdiendo estas experiencias, dejándolas ir, nos perdemos para siempre.

sábado, 11 de enero de 2020

¿Por qué fuimos los elegidos?

Es curioso que una de las preguntas que de niño más me repetía y que, sin remedio, me llevó a interesarme por la filosofía, sea ahora una de las preguntas de las que pienso la filosofía no debería ni plantearse, o al menos no plantearse con la fuerza con la que presume hacerlo. Se trata de la pregunta por el origen de todo, o del ser, o de cuanto existe. Tras años de carrera y estudios opositores me quedé con la sensación de que la filosofía era una especie de saber que debía gravitar sobre ese problema nuclear, como la medicina debía hacerlo sobre la enfermedad o la jurisprudencia sobre la injusticia. Pero el caso es que ya no creo interesantes esas filosofías que se embarcan en la búsqueda de aquellas respuestas. De hecho, dudo que la pregunta haya interesado alguna vez seriamente -o gravemente- a alguien.

Más bien, más que de una precariedad epistémica, de lo que adolecemos es de una precariedad moral. Habituamos a referirnos al conocimiento como una actividad intelectual humanizadora, o un medio de adquisición de nuevas capacidades y competencias, como si la libertad y la voluntad se ampliaran conforme aquel se acrecienta. Pero me da que el conocimiento tiene, en su raíz, un componente liberador, salvífico, incluso emancipador. Me da que lo que mueve al conocimiento no es una falta de él, o una consciencia de una ignorancia, sino una pesada carga que necesitamos aliviar. Lo vemos muy bien en Vértigo de Hitchcock, en la liberación progresiva de la dolencia del vértigo del engañado Scottie. Lo vemos también en el viaje de Roy McBride (Brad Pitt) por Ad Astra, cuyo término también supone el fin de la atadura umbilical. Todas ellas reproducciones y versiones del relato que nos cuenta el Génesis sobre los primeros hombres, quienes sólo después de cargar con el peso de haber arrastrado al dolor y a la muerte a sus semejantes buscan el conocimiento: ¿Por qué tuvo que prohibir Dios? ¿Por qué tuvimos que sucumbir a la tentación? ¿Por qué fuimos los elegidos?


Indudablemente, el conocimiento lleva, en su raíz, la necesidad de liberación. Y es por ella por lo que nace la filosofía.

lunes, 6 de enero de 2020

Repelentes existenciales

¿De qué fuego nació la necesidad de abrigo? ¿Es el fuego lo que llama al fuego? ¿Llegaron los hombres de las altas montañas a desprenderse del último aliento de calidez? ¿Puede la vida desapegarse de ella misma, hasta quizá abandonarse como hace el insecto con el capullo? Y lo artificial, con su arquitectura hostil, ¿será capaz de arrebatar las raíces a lo natural? ¿Podrá negarse a los destechados la experiencia de la intemperie? ¿Llegará a ser la hospitalidad un lujo y lo inhóspito norma?

Son algunas de las preguntas que animaron mi trabajo Encuentros y desencuentros en la sociedad digital que ahora publica generosamente el Número 101/102 de la Revista Ábaco.

Aquí lo podéis obtener

                                 
  "Arquitectura hostil: una ciudad contra los sintecho"

domingo, 5 de enero de 2020

Encuentros y desencuentros en la sociedad digital

No os perdáis la siguiente entrega que la Revista Ábaco dedica al viaje como forma de conocimiento, y en la que, en respuesta a la inquietud que genera el fenómeno global de la conectividad, colaboramos con una reflexión sobre el modo como las sociedades digitales construyen nuevas formas de interacción con sus nuevos "lugares de encuentro y de desencuentro". Seguro que la lectura del número resulta un viaje apasionante.



Lo podéis solicitar en revabaco@gmail.com o por este enlace

jueves, 2 de enero de 2020

El revés de las cosas

Normalmente soñamos, sin más. A veces soñamos que soñamos. Pero muy raramente soñamos que "soñamos y despertamos". Entonces el sueño se convierte en un acto autorreferencial.

En la terraza de un bar de un día apacible la nube se deforma, las horas se desordenan, incluso la llamada se oscurece. En ese momento la camarera me recuerda que también a ella le ha pasado. 

Retomo el paseo y decido trascribir el sueño.

Sueño del primer día del año