La pregunta por el sentido también resuena en la mente de quienes pensábamos que andaban entre tentaciones e islas. Y está bien que lo haga, aunque sea con el propósito de excusarse para no hacer nada (total, me dicen algunos alumnos, como en unos cuantos millones de años seremos polvo flotante, ¿para qué esforzarse en algo?) Está bien que lo haga porque al hacerlo, aunque sea en los momentos de mayor remolonamiento, dejan de ser obedientes y, ahora sí, pasan al mundo adulto (llamo adulto a quien se atreve a ser por sí mismo, y no, como tantos insomnes de un automatismo cada vez más propagado, van y vienen sin saber muy bien a dónde ni por qué)
-Profesor (la alumna es de 4ºESO), ¿por qué habría de intentar algo en esta vida si lo que me habían prometido es, otra vez, un objetivo, una señal, vacíos de realidad? ¿Por qué habría de esforzarme en ser si la vida es, de suyo, algo que está de más, absolutamente gratuito?
Vaya, me he dicho, ya hay una alumna que no ha caído en la tentación mórbida de tantos programadores de masas. Y con la fuerza de quien ve en el prójimo una fuente de interpelaciones, he acabado absorbiendo la atención de mis jóvenes pupilos, muy interesados, por cierto, en asuntos del bien y del mal, de lo mortal y lo divino, que no están tan lejos si no acabamos cegados por quienes deberían iluminar.
Será de estos alumnos (me he vuelto a decir), que quieren saber más, que se rebelan contra los dictados de la monotonía y la hipocresía, de los que, para bien o para mal, luego viva el pensamiento.