Estamos en lo que algunos dirían que es el origen del arte. Cánticos en los balcones, llamadas al otro lado, siluetas al trasluz de las ventanas, siempre mirando fuera de los adentros, como moluscos con las anteras erizadas hacia la luz. No, no somos primero seres, y luego sociables, como si antes de topar con el otro pudiéramos ser algo: sustancia, pensamiento, voluntad, o yo que sé qué. El otro, aunque sea insinuado, alucinado, siempre fue anterior a los secretos que sólo en las noches de ninguna parte nos atrevimos a desvelar. Eso es, somos, y compartimos incluso el ser.
Es aquí, en la comprensión del otro, donde radica el origen del arte, y seguramente de la ciencia y la filosofía. Por eso, quizá ahora, ahora que el aislamiento se ha convertido en norma, nos abrase un poco más la necesidad del otro y la reconozcamos como el verdadero bien.
Segundo día