domingo, 29 de enero de 2017

Seres inquietos

El Evangelio según san Juan comienza diciendo que en el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios. El Verbo es Palabra, logos, discurso. Y todavía está presente en nuestra cultura la presencia del lenguaje como condición de sentido y significación. No es la palabra la que significa, sino que es por la palabra por lo que las imágenes significan. El idealismo moderno eleva esta idea a su máxima potencia y llega a afirmar que todo son significaciones, de forma que, si excaváramos, veríamos que no hay nada tras ellas. La intuición de un fondo de sentido descubre que en definitiva todo son lenguajes: la ciencia, la técnica, la música, la poesía, los sueños, son formas de manifestarse aquel fondo primordial imperecedero, de cuya existencia solo hay indicios.

El problema de esta doctrina es que no se puede sustentar, pues el núcleo, la semilla, el elixir, aquello cuyo conocimiento la sustentaría, queda intacto, inaprehensible. Cualquier aprehensión presupone lo que se pretende aprehender. Estamos demasiado presentes para que el objeto se haga presente. Este problema, de imposible solución, ha llevado al diseño de alternativas basadas y construidas en torno al límite del conocimiento. Si no podemos alcanzar el elixir, al menos podremos averiguar por qué.

Otra postura, quizá menos explorada, es la de admitir que lo primero no es la Palabra, que la Palabra no es más que otra forma de responder a una situación determinada. El lenguaje, la razón, el discurso, son formas de afrontar una situación originaria que demanda una respuesta. Estamos demasiado acostumbrados a que en las novelas de aventuras se nos diga que hay un mapa que conduce al tesoro, que ese tesoro esconde las mayores riquezas, que tenemos los recursos necesarios para descubrirlo... En esta situación de encontrase náufrago, que tantos relatos asumen como punto de partida, se responde con la espera, la fe, el tesón, el esfuerzo..., y, finalmente, con el conocimiento para llegar al tesoro. Pero el conocimiento no es más que una respuesta posible, lo mismo que la precipitación, la renuncia, o la quietud.

Quizá, después de todo, esté en nuestro sino inquietarnos por las cosas.

viernes, 27 de enero de 2017

Entre la obediencia y el deseo

Siempre he creído en la posibilidad de hacer del deseo una obediencia y de la obediencia un deseo. Cuando prevalece uno de los polos, el otro se difumina hasta prácticamente desaparecer. Es lo que ocurre cuando aturullamos a nuestros alumnos con normas y principios sin darles ocasión a que enciendan su deseo. Tampoco el polo opuesto es deseable, cuando desaparecemos como autoridad y nos comportamos como meros sujetos pacientes de sus vicios y caprichos. Ya recomendaba Aristóteles vivir en el límite (que no al límite), o próximo a él. De otra forma, seguro acabamos alcanzados por el dolor, en cualquiera de sus formas.

Sin embargo, como profesores, no es fácil muchas veces medir y encontrar esa zona limítrofe que a tantos filósofos ha encantado. La madre de Goethe la creyó encontrar en aquellos cuentos inacabados que estimulaban a su hijo a darles un final. Algunos profesores desconfían de ella, imponiendo a sus alumnos un camino demasiado acotado para ser recorrido. Los hay, también, que pretenden explotar la creatividad del alumno dejándola a su suerte, como si ésta naciera por ciencia infusa cual milagro de alguna fuerza misteriosa.

Más bien, quizá debamos hacer caso a los sabios consejos del filósofo peripatético y trabajar, como profesores, desde el límite: autorizando al alumno a dar rienda suelta a su deseo y haciendo de éste la mejor herramienta para su aprendizaje.

sábado, 14 de enero de 2017

El reclamo del otro

Siempre he recelado de quienes no saben escuchar. La escucha no es un arte ni un hábito, sino el resultado de una determinada actitud respecto del otro. Quien escucha ve en el otro alguien merecedor de ser escuchado. La escucha es una actitud ética. Su contrario no es la desatención, sino la desconsideración. Alguien puede desentenderse de lo que «se dice», pero no por ello dejar de considerar a quien habla. Por lo mismo, la consideración al otro no conduce necesariamente a una actitud atenta, aunque sí predispone a ella. La escucha sólo admite una forma, frente a la desconsideración, que se manifiesta como multiplicidad.

Una de las formas como se exterioriza la actitud desconsiderada consiste en ver al otro desde una categoría determinada. La reducción se hace a partir de unas creencias previas y, generalmente, con vistas a la obtención de poder. Por ejemplo, ahora que con los cambios legislativos venideros en educación va reavivándose el debate sobre lo que debe ser considerado conocimiento y lo que no, hay ya políticos, científicos, filósofos que, con vistas a poder organizar y gestionar el conocimiento, reducen éste a «conocimiento contrastable», como si lo «no contrastable» no contara. También están los pragmatistas, los historicistas, los positivistas, falsacionistas, idealistas, que resultan igualmente del encasillamiento y se refieren al otro habiendo dirigido ya sobre éste su propulsión a encasillar.

Siempre he recelado de quienes se autodenominan o imponen una determinada etiqueta identitaria, pues este hecho, el de autodefinirse, es ya consecuencia de aquella propulsión. Nietzsche lo explica recurriendo a la «voluntad de poder»; la cual, en el mejor de los casos, puede sublimarse hacia fines permitidos. Otros hablan de impulsos, fuerzas o pulsiones. Por mi parte, me resisto a pensar que no podamos dejar al otro que nos reclame:

Un hombre dirigió al anciano una pregunta muy concreta: «Padre, cuando durante el oficio divino vemos a hermanos que se duermen, ¿qué os parece? ¿Les damos un golpecito para que estén bien despiertos durante las vigilias?». La respuesta del anciano fue también muy concreta: «Te lo puedo asegurar: cuando durante el oficio divino veo un hombre que se duerme, pongo su cabeza sobre mis rodillas y le dejo descansar». (Apotegma de un padre del desierto, que recoge Josep Maria Esquirol en La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad)