Ni siquiera esa voluntad, a la que Jünger llama a gritos en su Emboscadura como último reducto de defensa contra el pensamiento nihilista del que se alimentan los totalitarismos, puede salvar la humanidad, la personalidad, de quienes sufrieron los días de horror en los campos de exterminio de Auschwitz, tal como lo testimonia Primo Levi en su inquietante relato Si esto es un hombre, que recomiendo vivamente a todo lector y que, sin llevar leídos más que cuatro o cinco episodios, no puedo evitar ya comentar.
Incluso el caer terminantemente enfermo, que pudiera librar al prisionero, automatizado ya por las órdenes y prohibiciones de la maquinaria del Lager, de trabajos forzados; o la ensoñación, que esporádicamente nos eleva alejándonos de la realidad, se convierten en esta situación en el peor de los remedios. La única forma de afrontar con lucidez la condición de prisionero en el Lager, por lo que llevo leído, parece ser la consciencia de que no hay solución, de que no hay ya nada qué hacer, de que ya se ha perdido todo, incluso a uno mismo:
"El Ka-Be es el Lager sin las incomodidades materiales. Por eso, al que todavía le queda un germen de conciencia, allí la recupera; porque durante las larguísimas jornadas ya vacías no se habla de otra cosa que de hambre y de trabajo, y llegamos a reflexionar en qué hemos sido convertidos, cuánto nos han quitado, qué es esta vida. En este Ka-Be, paréntesis de relativa paz, hemos aprendido que nuestra personalidad es frágil, que está mucho más en peligro que nuestra vida; y que los sabios antiguos, en lugar de advertirnos 'acordáos de que tenéis que morir' mejor habrían hecho en recordarnos este peligro mayor que nos amenaza. Si desde el interior del campo algún mensaje hubiese podido dirigirse a los hombres libres, habría sido éste: no hagáis nunca lo que nos están haciendo aquí."
Primo Levi, Si esto es un hombre.