¿Para qué queremos alumnos que memoricen la teoría hilemórfica aristotélica o la teoría epicúrea del placer? ¿Acaso ellas, o cualquiera de sus teorías gemelares, amistosas o enemigas, sirven para el fin de la filosofía: pensar el presente? ¿Y para qué queremos alumnos "brillantes", de diez, que cuiden la última coma y citen de memoria diez o doce obras de cada autor? ¿Para qué los queremos si todavía no han empezado a andar ni "hacer camino al andar"? Los políticos y pedagogos de turno, da igual el sesgo, se excusan justificando la importancia de la memoria, y de conceptos y esfuerzos previos, curiosamente todos mesurables y clasificables; pero no podemos, no debemos, basar todo su aprendizaje en el ejercicio de estas facultades. Habrá que preparar a nuestros alumnos para el tiempo de hoy, y digo yo que hay mucha filosofía después de Nietzsche, Ortega o de Hannah Arendt. Porque su tiempo no es el nuestro, ¿o acaso vivimos cercados de absolutismos como la Razón, o de dogmatismos y totalitarismos como el nacionalsocialismo? Que no, que su tiempo no es el nuestro, y ya no regresaremos a él.
Una historia de la filosofía, o mil, están bien, si queremos eludir errores e infortunios del pasado, pero la filosofía es otra cosa. La filosofía, si de algo se ocupa, es de pensar, y del pensar, y mejor que sea sobre algo cercano, que nos incumba; a ellos, nuestros alumnos, y a nosotros, sus docentes, compatriotas y padres. ¿Por qué no enseñar a ser mejores ciudadanos en lugar de tanta pamplina sobre cómo deberían ser los ciudadanos mejores? Pasemos a la acción, y dejémonos de tanta propedéutica y de tanta monserga.