A mi madre, que nunca la dejaré de visitar
Me encontraba paseando por la avenida de Madrid en Zaragoza. Era otro tiempo, futuro. Lo notaba en las casas, los escaparates, la luz. La estética se había vuelto prescindible. Nadie parecía reparar en el proceso de descomposición que corroía las paredes y las aceras. En los escaparates solo se veían luces, destellos, que permitían intuir la existencia de nuevas necesidades para mí desconocidas. No había nada que mostrar. La imagen se había independizado del objeto. A los lados veía escaleras metálicas que no llevaban a ninguna parte. Parecían fragmentos de un pasado remoto. El Sol estaba más cerca, pero no hacía demasiado calor. Era como si hubiese perdido fuerza. Por un momento pensé que el hombre había descubierto el secreto de la gravedad, ahora regulada a su voluntad.
Me dirigía a visitar a mi madre, que ya vivía sola. En el trayecto pensaba lo inhóspita que se había vuelto la ciudad. Tenía ganas de verla. Aprieto el paso.
Sueño de la noche del Viernes Santo.