Una ciudad de puntos destellantes me seguía mientras caminaba desprovisto de hogar y mochila. Atravesaba valles y soles, prados y verdes, aguardando solo a encontrar en ella algo de mi insignificancia. De pronto, haciéndose el paisaje pequeño, una casa rota de piedras anaranjadas interrumpía mi paso mientras las paredes se volvían de plástico y la entrada se estrechaba hasta volverse de juguete.
Me esperaba con los ojos abiertos, y reía deshaciéndose la cera de los techos y cayendo los pájaros de los cielos.
