Cada individuo tiene una forma mental que le hace afín de ciertas imágenes, de ciertas ideas, de ciertos contenidos sentimentales. Lo que él ve, lo que él siente, lo que él piensa tal vez no lo piensan, ni lo sienten, ni lo quieren otros; pero él, como instrumento único, arranca ese trozo de realidad indestructible de lo real y por medio de la palabra lo comunica al hermano, al amigo, el cual a su vez vierte sobre el primero su pensamiento, su sentimiento, su visión del mundo. De esta manera se forma en el intercambio social lo que llamamos un pueblo, que es una peculiar manera de afinidad con ciertos trozos del mundo. Cada pueblo tiene un talento personalísimo para descubrir ciertas verdades características, crear ciertas bellezas, para cumplir ciertos actos heroicos. Por eso, cada pueblo ha depositado en el acerbo común de la humanidad una parte de ciencia, de moral, de arte. Van extendiéndose, pues, esas verdades particulares de individuo a individuo y de pueblo a pueblo, formando la humanidad. La humanidad, de cierto, no es más tampoco que una limitación, la más ancha para nosotros, pero una limitación de estructura. Ella no ve toda la verdad, ve muchas verdades, pero no todas las verdades. Para eso sería menester que otras humanidades, con otras estructuras, ampliaran el poder de acaparar verdades que sólo en pequeña parte puede conseguir la humanidad. Si hay un ser o un sujeto –no digo que exista-, en el que se integraran todas las verdades posibles y todas las facetas y haces que la realidad pueda tener, ese ser, principio integral de toda verdad, sería lo que llamamos Dios. (Ortega y Gasset, Introducción a los problemas actuales de la filosofía)
Pero la ciencia como sistema de verdades descubiertas (y por tanto posibles) necesita del sentido, de la significación de las palabras, de la de los números y sus construcciones. La condición de toda verdad (y de toda falsedad) es la inteligibilidad. Una verdad ininteligible, ¿puede considerarse como tal? Por tanto, la infinidad de verdades posibles precisa de una sola condición de inteligibilidad, lo mismo que cada color precisa al menos de una misma propiedad (o conjunto de éstas) para ser visto o cada valor de una misma condición para ser estimado. Fuera de toda intelección no hay verdad posible, porque no hay sentido posible. Así, si hubiera tal Dios, que entendiera todo lo inteligible, no sería tan distinto de nosotros y seguramente tan limitado como nosotros.