Es el sentir del tiempo el que carga y
descarga de valor a las palabras. Un tiempo de penuria y enfermedad añade valor
a palabras como «salud», «curación» y «asilo», mientras que otro de paz y
prosperidad extiende el campo de referencialidad a palabras como «progreso», «capital»
y «gestión». En cada contexto, en cada conversación, tendrán que escucharse estas
palabras. Surgirán derivados, neologismos, relacionados con aquellas. Apenas
habrá fenómenos que no sean nombrados por ellas. Cada época tiene su sentir;
cada sentir, su cortejo de significados.
Si hay una palabra de la que nuestro tiempo es
deudor es la palabra «exceso». Vivimos en la época del exceso. Hay, valga la
redundancia, un exceso de «exceso». Como diría Goethe, el exceso es un
protofenómeno, quizá, el protofenómeno.
Hay exceso de cantidad, de ofertas, de turismo, de información, de mensajes, de
whatsapps, de velocidad, de datos, de almacenaje, de rendimiento, de capital, de
“me gusta”, de prohibiciones, de permisividad… Casi todo lo que hoy en día
existe en nuestro mundo es «excesivo», y cualquier falta (por ejemplo, de
tiempo, de energía) lo es siempre como consecuencia y en relación al exceso (de premura,
de exigencia de rendimiento) La falta necesita del exceso como el oxígeno del
agua.
La forma de tratar con el exceso no es la
orientación o la dirección. ¿Acaso puede reconducirse el flujo de agua producido por
un desbordamiento, o pueden guiarse las acciones en un momento de desenfreno? El exceso supone descontrol, desbordamiento,
dispersión. Y lo disperso, lo que se desparrama, lo que avanza
descontroladamente hacia todas las direcciones, no admite la posibilidad de la
orientación. Tampoco alguien, en dispersión, puede hacer pie para elegir la
dirección a seguir. Los Führer y
soberanos han necesitado de algo que dirigir o sobre lo que gobernar. Para elegir
primero es necesario estar en situación de elegir.
¿De qué pueden servir, por
tanto, las éticas de fines?, ¿de qué puede servir aquel modo de pensar que
busca, ante todo, proveer a la vida de un rumbo y de un ritmo? Necesitamos
contar con otro tipo de acciones para afrontar el exceso. Paradójicamente, no es
de medida, de equilibrio, de razonabilidad, lo que ahora necesita el mundo. Un
mundo disperso, en dispersión, no puede hallar medida, razón, dirección.
Necesita, más bien, de una acción que limite, que ponga freno a la dispersión. Y
es que, en ocasiones, hay que aguardar a que termine de producirse la catástrofe para empezar a reparar los daños.
4 comentarios:
David, me parece una entrada genial, verdaderamente genial. Clara, sencilla y profunda. No puedo más que darte la razón.
Hace pocos días, comentaba con unos amigos que me sentía absolutamente asfixiada con la cantidad de información. Como consecuencia, toralmente incapaz de poder reflexionar ante tanta variable.
De verdad, felicidades por una reflexión tan
aguda.
Ahora bien, la pregunta quizá sea hasta dónde ha de desmoronarse el mundo para que podamos hablar de catástrofe.
Muchas gracias, Verónica. Eres muy amable. En efecto, todo tiene su límite, incluso lo ilimitado, más allá del cual solo queda el caos o la catástrofe. Por eso creo conveniente practicar una ética que ponga freno al exceso. A veces pienso que estamos en un momento intermedio, transitorio: demasiado tarde para reconducir el mundo, pero todavía pronto para evitar que todo se nos vaya de las manos... Un abrazo
Me da miedo, lo confieso, porque tu último párrafo es demasiado certero. Esa acción finalizadora, ese desenlace necesario hacia el que nos aproximamos... no puedo contemplarlo, analizarlo sin más, sin implicarme vitalmente (sobre todo porque soy padre).
Reparar daños implica restaurar, volver a una situación, si no igual, lo más parecida a la anterior. Los daños son tal porque preferimos la realidad antes de ser alterada por ellos. Y ahí está el temor que siempre albergamos hacia lo nuevo, hacia el cambio.
Esa falta de dirección, ese estar desnortados, choca con las posturas hoy llamadas integristas, que tienen clara, precisamente, la dirección (no hace falta análisis racional sobre ella, mejor si no lo hay, estará más clara). Unido a la dispersión de nuestro decadente occidente, tanto mayor cuanto más concentrados estamos los ciudadanos en el plano geográfico, permite realizar, por ejemplo, acciones como los atentados recientes.
Tienes mucho hilos de los que tirar. Adelante.
Bien escrito -si señor- y pleno de contenido. Muy orteguiano, ¡y eso me gusta!
Un abrazo
Gracias por tan sugerentes apreciaciones. Si de una reflexión tan breve puede deducirse todo lo que tú has dicho, algo de enjundia debe tener. Pensaré en ello y sí, algo escribiré sobre el tema. Un abrazo, y gracias de nuevo.
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