viernes, 12 de febrero de 2021

Murió el acontecimiento

Si algo está poniendo de manifiesto la pandemia es que ya no hay acontecimientos como los de antes. Y no porque los de ahora sean menos virulentos, avasalladores o devastadores. Los lobos siguen acechando en la noche que nadie ve. Tampoco porque ahora seamos más capaces de conjurar el Dolor y la enfermedad, como si el uniforme de la técnica pudiera protegernos de aquello que la mueve. Murió la Verdad. Eso sí que tuvo que ser un acontecimiento, con mayúsculas, como la llegada a la Luna, la división del átomo o la gripe española. No como los de ahora, que solo acontecen.

Porque…, ¿hay algo que hoy congregue a su alrededor? ¿Algo que sea motivo de verdadera celebración? ¿O de veneración? ¿O de expectación? ¿O de horror? ¿Está siendo esta pandemia un Acontecimiento? La pandemia se ha radiado, televisado, seguido, escenificado, controlado, llorado, documentado, consumido, explotado, sobreexplotado... Se ha hecho de ella un nuevo espectáculo. Desde el primer momento se ha puesto al servicio de la «segunda consciencia», ésa que dentro de la gran maquinaria funciona como el ojo artificial responsable de registrar los datos para luego rellenar las estadísticas y las páginas de los telediarios. Se ha hecho de ella un participio. Se ha adjetivado, calificado, clasificado, ocupando el lugar sustantivo el ojo clasificador. En ningún momento el Acontecimiento ha sido protagonista de nada. Los cuadros no la situarán en el centro de la escena. En su lugar se dibujarán estados anímicos, yoes vociferando, gráficas compitiendo; en el mejor de los casos, el estado en que se encuentra la lucha. Murió el acontecimiento.

“Ha de ser grande el poder capaz de someter al ser humano a las mismas exigencias que se le hacen a una máquina.” (Ernst Jünger, Sobre el dolor)



                                  Murió la Verdad, Francisco de Goya

4 comentarios:

Anónimo dijo...



El mundo se ha paralizado por completo. Nuestras vidas se han hundido en un bache tan profundo que parece que no se ve ni la luz. Miramos a nuestro al rededor y no sentimos ni pasado ni presente ni futuro, estamos entre muros, muy gruesos, completamente opacos. Quizá los muros estén en nuestros ojos, en nuestra mente. Ya no observamos, solo miramos. Miramos una realidad devastadora, sin salida, amenazante, insegura, encarcelada. Se nos ha olvidado que estamos vivos, y vivir implica sentir. Ahora mismo no nos estamos permitiendo eso. No nos permitimos estar felices, disfrutar de aquellos momentos que nos llenan, por minúsculos que sean. La situación ha conseguido dominar nuestro ser, ha edificado dichos muros en nuestra mente y nos ha encarcelado. Tenemos que derribarlos. Está claro, la contingente realidad es aterradora, pero nuestra vida debe continuar. No podemos olvidar el resto de problemas que rigen el mundo, no podemos olvidar que entre tanta oscuridad, hay momentos de luz, y nuestro deber es disfrutarlos sin culpa.
El virus no es La Verdad, encima una supuesta verdad cuantificada, emitida, distorsionada, televisada, representada por los medios. La Verdad es que estamos vivos, y la única forma de darnos cuenta es aniquilar los muros y observar el mundo. Ser solidarios con los demás y con nosotros. Encontrar otra forma de felicidad, sin sometimiento, sin estadísticas, sin miedo, sin muros.

M. A. Velasco León dijo...

Hoy el acontecimiento acontece en tanto que es espectáculo. Me temo que los análisis y augurios de Debord siguen vivos y coleando.
Los aplausos y salidas al balcón formaron parte de una pandemia que debía ser espectáculo para acontecer. Y con el añadido actual de ser registrado y multiplicado mediante el teléfono móvil. Espectadores, actores e improvisados directores se confundían por todas partes. Y en ello seguimos.

David Porcel Dieste dijo...

Maravillosa reflexión, Noa: "Quizá los muros estén en nuestros ojos, en nuestra mente. Ya no observamos, solo miramos. Miramos una realidad devastadora, sin salida, amenazante, insegura, encarcelada. Se nos ha olvidado que estamos vivos, y vivir implica sentir." Ese olvido es, diría yo, el problema de nuestro tiempo.

Un fuerte abrazo,

David Porcel Dieste dijo...

Efectivamente, querido Miguel, en eso seguimos. Y me pregunto: ¿cuánta es la cantidad de espectáculo que podemos llegar a soportar?