Durante este curso he dado con tres ensayos que, por su rigor y claridad, constituyen una excelente introducción a la historia de la filosofía, en concreto, al pensamiento de Platón, Descartes y Kant. Se trata de tres escritos pertenecientes a la obra de Ortega y Gasset, recién editada en Taurus y muy recomendable para cualquier estudioso de la filosofía. El primero de ellos, de apenas unas quince páginas, se titula Las dos grandes metáforas y se encuentra en el Tomo II. Allí Ortega detalla las dos grandes concepciones del conocimiento que recorren la historia de la metafísica occidental hasta el racionalismo, haciendo hincapié en la ruptura que lleva a cabo Descartes al considerar por vez primera el yo como la realidad fundante del conocimiento y del ser. En el segundo de los textos, Reflexiones de centenario 1724-1924 (Tomo IV), Ortega caracteriza de una manera magistral el nuevo papel que atribuye Kant al sujeto en la adquisición del conocimiento. Por último, en sus Lecciones del curso 1930-1931 (Tomo VIII), encontramos un pasaje (pp. 457-463) que aclara el distanciamiento de Platón respecto a una tradición filosófica que había considerado el ser de las cosas como un ente determinado o abstracto.
Os dejo con un fragmento de las Lecciones:
Ahora bien, el idioma vulgar que contiene en boceto todas las ciencias posee también una psicología. Y esa psicología espontánea del lenguaje llama a todo ese caer yo en la cuenta ahora de lo que ya antes tenía y era, recuerdo, reminiscencia. He aquí el término que Platón elegirá para aclararnos lo que el hombre hace para conocer: acordarse. ¿Cabe nada más opuesto a la recepción, a la percepción? Así, en el Menón nos dirá formalmente: La investigación y el saber no son, en definitiva, más que reminiscencia (81 d) Concretemos, pues: cuando yo trato de saber si alguien es justo tengo primero que averiguar lo que es la justicia, y eso no lo puedo aprender de ese alguien ni de ningún otro hombre. Tengo que desentenderme de los datos que me llegan de fuera y recogerme en mí mismo, ensimismarme y solo conmigo, descubrir en mí el concepto de justicia. Conocer es, pues, ensimismarse; esto es lo que el hombre tiene que hacer para saber. Una vez que ha hecho esto, una vez que poseo el ser-justicia, vuelvo hacia fuera y puedo decidir qué hombres y en qué medida son justos, qué cosas son blancas, qué cuerpos son cuadrados (...) Los cuerpos, por ejemplo, no tendrán tamaños determinados, no serían cubos o pirámides o esferas si yo no aplico a ellas la geometría, si yo no las traduzco o transformo en formas y medidas geométricas. Pero esta geometría la pongo yo, viene de mí, es obra de mi labor íntima, de mi ensimismamiento. (pp. 461)
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