Mencioné en un post anterior la reciente publicación de El nihilismo de Franco Volpi (Siruela, 2007) Este ensayo ilustra con acierto el origen histórico de la idea de 'nihilismo' y sus diferentes interpretaciones tanto literarias como filosóficas. Volpi sitúa la primera concepción filosófica que puede calificarse de 'nihilismo' en la obra de Johann Caspar Schmidt (más conocido como Max Stirner, seudónimo con el que sus amigos le apodaron debido a su amplia frente, en alemán Stirn) La obra de este filosófo que aglutina su pensamiento lleva por título El Único y su propiedad (Valdemar, 2004) En ella prefigura algunas de las intuiciones más geniales de su coetáneo Friedrich Nietzsche, quien no sólo no le menciona en sus obras, sino que además reconoció su temor a que un día le acusaran de haberle plagiado. El nihilismo que se deriva del lema de Stirner, 'Yo no he fundado mi causa sobre nada', no está basado en una afirmación filosófica de la Nada, sino en la negación y el rechazo de toda causa que trascienda la existencia propia e irrepetible de cada individuo concreto. El Único de Stirner rechaza todo modo de vida que se base en el seguimiento de cualquier ideal trascendente a Él mismo. De hecho, gran parte de su obra, es una denuncia implacable y severa contra todo sistema filosófico o movimiento cultural que, como el hegelianismo o la Ilustración, ensalzan valores e ideales trascendentes a la propia persona singular. La crítica de Stirner es clara: el esfuerzo de una vida por materializar un ideal (sea cual sea éste) no sólo es vano (un ideal por su propia naturaleza es inmaterializable), sino que aleja al ser humano de su verdadero derecho a la libertad.
Stirner toma plena consciencia de que una ideología no es más que un conjunto de metáforas, de conceptos y giros gramaticales, sobre el cual el hombre ha proyectado sus más sublimes ¿o ridículas? expectativas y ha erigido como guía de su vida. El acto por el que el Único se desembaraza de la ideología, de las creencias que la sostienen y del modo de vida que la secundan, pasa por tomar consciencia de la naturaleza metafórica, humana, antropomórfica de dichos ideales. El Único, el que vive sólo para sí mismo, secundando sus deseos, intereses y apetencias personales, y no ya los de un Otro (Dios, Humanidad, Estado...) inexistente en cuanto ser para sí, es Único desde el momento que se sabe Único y toma consciencia de que aquellas proyecciones e ideales formaban parte de él y de sus deseos también egoístas: "Se dice de Dios: Ningún nombre puede nombrarte. Esto vale para mí: ningún concepto me manifiesta, nada de cuanto se indica como mi esencia me satisface: son sólo nombres (...) Propietario de mi poder soy yo mismo, y lo soy en el momento en el cual sé ser único. En el Único el propietario vuelve a entrar en su nada creadora, de la cual ha nacido. Todo ser superior a mí mismo, sea Dios o el hombre, debilita el sentimiento de mi unicidad y empalidece apenas reluce el sol de esta conciencia mía. Si yo fundo mi causa sobre mí, el Único, ella se apoya sobre el efímero, mortal creador de sí que a sí mismo se consume, y yo puedo decir: he fundado mi causa sobre nada." (Stirner, 1972:412, cursiva mía)
La consciencia es, pues, el factor liberador de toda exigencia y tarea que se encomienda al hombre desde valores e ideales inventados por él mismo. Es la consciencia lo que nos devuelve a la libertad y a la posibilidad de apropiarnos de nuestros poder y de nuestros actos. El enemigo fundamental de toda ideología no es, por tanto, ninguna otra ideología de pretensiones opuestas, sino la consciencia misma, el acto por el cual toma cada hombre consciencia de que su ideología, su existencia y poder, dependen en último término de sí mismo.
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