Saber escuchar las piedras, sus quejidos, su belleza. ¿Podría alguien vivir de esa sabiduría? ¿Podría alguien acampar en ella y librarse de la historia? Andantes las visitan, quizá para recordarse que todavía son mortales. O las escalan, para sentirse más próximos a ellas, como quien recorre el cuerpo de la amada para cerciorarse de su pasión. Montaña amada, y abrazada.
Sí, también las montañas se arrugan, y esperan inconscientes el momento de deshacerse. Los relojes, mientras, sincronizan, fijan, regulan, desechan, hasta que ya no pueden dar la hora.
8 comentarios:
Preciosa reflexión. En efecto, las piedras contienen una sabiduría infinita y aunque ya en estado inerte, esperan renacer con las experiencias y sentimientos de los que las visitan.
Aguda reflexión de mi más querida animista.
También ellas, las piedras, tienen una historia aunque no lo sepan. Y es que toda historia, incluida la natural, es siempre nuestra historia, de los amantes.
Salud y gracias.
A ti por tu comentario, como siempre, tan esclarecedores. Abrazos
...y las piedras lo que desean es ser piedras, Borges dixit. Es lo que anticipa el silencio.
Sí, y me da que ningún físico podrá reducir ese ímpetu a ley. ¡Pero qué fácil es ser piedra y qué difícil humano! Abrazos.
Qué bonito, David. La montaña siempre me pareció el único sitio donde era posible trascender. Al menos donde era más sencillo entender su significado.
Sí, y es quizá la gran asignatura pendiente: darla a conocer. La montaña, las nubes, la luz, parecen estar ahí para admirarnos. Un fuerte abrazo.
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