Pensaba en mi propia muerte como en una de las grandes bienaventuranzas celestiales, que marcarían el inicio de la eterna noche de bodas. ¡Cómo se rebelan todos contra ella y, sin embargo, qué llena está de buenas intenciones! Empecé a rastrear sus huellas en todos los rostros, descubriendo sus besos en los surcos y arrugas de la vejez. ¡Se me aparecía eternamente renovada! ¡Qué colores tan exquisitos eran los suyos! Sus miradas fulguraban con tal poder de seducción que hasta el más fuerte acababa rindiéndose ante ellas.
La otra parte, Alfred Kubin
2 comentarios:
Hermoso pasaje, David.
Si estás interesado por los secretos de la muerte te recomiendo La muerte de Iván Ilich de Tolstoi y La muerte de Jankélévitch.
Saludos.
Gracias por la recomendación
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