La intoxicación también nos entra en casa, no se engañen, solo que las mascarillas para la de siempre no se ponen a la venta. De hecho, nunca se llegaron a fabricar. Que sí, lo sé, podríamos vivir sin televisores, tabletas, móviles, dispositivos, aplicaciones, plataformas, ¿pero quién puede querer llevar esa vida ahora? La pedagogía del buen uso quedó obsoleta y ya nadie se traga eso de que "somos dueños de nuestros actos". Atrévete a querer por ti mismo, es lo que debería haberse profesado cuando todavía se veían las letras de neón y había personas de carne y hueso que en las películas de acción se jugaban el tipo. Ahora es todo por ordenador y el mundo lo hacen los informáticos, como diría el especialista Mike del bar de Warren (Death Proof).
José Antonio Porcel, Azul
Se advirtió que éramos número cuando ya sólo sabíamos numerar. Demasiado tarde. No se trataba de leer más, sino de que no nos leyeran, para lo cual habíamos de cerrar las tapas y quedarnos a oscuras, como cuando de niños nos encerrábamos en un armario para no ser descubiertos o corríamos campo a través para llegar a ningún sitio. La emoción de la escucha, es lo que se ha perdido. ¿Pero hay de qué encerrarse? Me pregunto qué se dirán los amantes de la naturaleza ahora que los microorganismos están condenadas a ser los malos de la película. ¿Se atreverán a profesar su entusiasmo en las terrazas de julio? ¿Hasta cuándo esperará Netflix a comprar la serie de los nuevo Covid animados para el horario infantil? Cuando todavía podía hablarse me decía una alumna que el egoísmo aleja a la conciencia de la verdad, y que por eso solo los niños pueden amar de verdad. Qué razón tenías. En fin, adoro a las personas que se atreven, de verdad, a bajar las persianas y a soñar con los oídos bien abiertos. Os adoro. Sois mis héroes.
José Antonio Porcel, Azul
Se advirtió que éramos número cuando ya sólo sabíamos numerar. Demasiado tarde. No se trataba de leer más, sino de que no nos leyeran, para lo cual habíamos de cerrar las tapas y quedarnos a oscuras, como cuando de niños nos encerrábamos en un armario para no ser descubiertos o corríamos campo a través para llegar a ningún sitio. La emoción de la escucha, es lo que se ha perdido. ¿Pero hay de qué encerrarse? Me pregunto qué se dirán los amantes de la naturaleza ahora que los microorganismos están condenadas a ser los malos de la película. ¿Se atreverán a profesar su entusiasmo en las terrazas de julio? ¿Hasta cuándo esperará Netflix a comprar la serie de los nuevo Covid animados para el horario infantil? Cuando todavía podía hablarse me decía una alumna que el egoísmo aleja a la conciencia de la verdad, y que por eso solo los niños pueden amar de verdad. Qué razón tenías. En fin, adoro a las personas que se atreven, de verdad, a bajar las persianas y a soñar con los oídos bien abiertos. Os adoro. Sois mis héroes.
4 comentarios:
Qué bueno, David. Esa intoxicación que nos está desbordando por momentos. Me sumo a bajar las persianas y a soñar con los oídos abiertos. Que este confinamiento nos abra un poco más las ventanas de la mente, porque de momento creo que las está bloqueando y no precisamente por un virus.
He estado pensando mucho sobre esta cuestión, pero de un modo mucho menos poético que tú.
Como siempre, genial el leerte.
Muchas gracias. A mí también me encanta leerte, y aprender de ti. Un fuerte abrazo
No lo es, ya lo se, pero me quedo con la literalidad de "con los oídos bien abiertos"
Siempre he amado los relatos orales, las canciones nacidas de una garganta próxima, aunque sea destemplada, los susurros cómplices y todos los gestos que van con ellos, ojos, boca, frente, cruce de miradas. Nada de esto tienen las redes, aunque vayan acompañadas de imagen. Dan más sed que la que quitan, saturan.
Estoy con vosotros.
Y tanto.... los gestos, la voz, el aliento, la llama, siempre apagándose. Insustituibles. Gracias
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