A mi madre, también hecha de luz
La aceleración que espera afuera es más tenebrosa que la caverna de Platón, pues esta escondía al menos una promesa de luz y de verdad. Tanto ha castigado aquella nuestros corazones que ahora, atosigados y atolondrados, ya no sabemos clamar sosiego. ¿Cuándo nos convirtieron en sobrantes y reciclados? ¿Cuándo hicieron de nosotros velocímetros de nuestro cuerpo? Es algo que ni las mejores escuelas nos supieron explicar.
José Antonio Porcel, Ventana
De niño, en las noches de tormenta, cuando los cristales recobraban su fragilidad en la casa del pueblo, la luz solía "irse" (así decía mi abuela, "ya se ha ido la luz", y lo decía porque sabía que tendría que volver), y nos quedábamos todos reunidos en torno a una vela que, por lo general, no tardaría en consumirse. La majestuosidad del momento radicaba en su poder para desplazar nuestras diferencias y protegernos de la oscuridad de las cosas. Una de aquellas noches, como digo, cuando el miedo más apretaba y miraba a mi abuela ensombrecida, pensé que si Dios existía tendría, a la fuerza, que estar hecho de luz.
La aceleración que espera afuera es más tenebrosa que la caverna de Platón, pues esta escondía al menos una promesa de luz y de verdad. Tanto ha castigado aquella nuestros corazones que ahora, atosigados y atolondrados, ya no sabemos clamar sosiego. ¿Cuándo nos convirtieron en sobrantes y reciclados? ¿Cuándo hicieron de nosotros velocímetros de nuestro cuerpo? Es algo que ni las mejores escuelas nos supieron explicar.
José Antonio Porcel, Ventana
De niño, en las noches de tormenta, cuando los cristales recobraban su fragilidad en la casa del pueblo, la luz solía "irse" (así decía mi abuela, "ya se ha ido la luz", y lo decía porque sabía que tendría que volver), y nos quedábamos todos reunidos en torno a una vela que, por lo general, no tardaría en consumirse. La majestuosidad del momento radicaba en su poder para desplazar nuestras diferencias y protegernos de la oscuridad de las cosas. Una de aquellas noches, como digo, cuando el miedo más apretaba y miraba a mi abuela ensombrecida, pensé que si Dios existía tendría, a la fuerza, que estar hecho de luz.
6 comentarios:
Qué maravilla de escrito. Me ha encantado.
Qué suerte tener cerca en nuestras vidas a esas hacedoras de luz.
Precioso.
Muchas gracias. Sí, una gran suerte. Un fuerte abrazo.
Gracias por recuperar un recuerdo que también es él mío. La luz se ha ido, porque esa era siempre la frase, y nos quedábamos todos muy quietos mientras mi madre buscaba la vela.Y cuando por fin la encendía, nos sentábamos alrededor del brasero huyendo de esa oscuridad que nos hacía acercarnos y mirar de reojo las sombras.Gracias
Qué bonito lo que cuentas. Me alegro de haberlo iluminado. Un fuerte abrazo
Yo he vivido la experiencia como niño y luego, cuando creía haberla olvidado, en mi pueblo adoptivo siendo ya padre. La magia de la luz se hace patente cuando nos falta, y saboreamos temerosos cada ser iluminado, y a ella misma con embeleso.
Así es. Gracias
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