No hay nada como contar historias para enseñar algo. Obstinados en lenguajes y códigos universales, plataformas y contenidos agotados, cerrados como el ser parmenídeo, olvidamos con facilidad que la narración es la fuente de cualquier forma de conocimiento. Se cuenta que la madre de Goethe dejaba inacabados los cuentos para que el joven poeta los rehiciera a su antojo, y que las grandes ideas se han formado siempre en camino hacia alguna parte, en movimiento, quizá porque entonces el viento impulse las voces a resonar en el bosque.
El caso es que manuales y currículos nos instan a continuar obedientes los contenidos doctrinales, como si el pensamiento estuviera encapsulado en una especie de lanzadera que a hombros de gigantes unos cuantos privilegiados hubieran sabido capturar, cuando el conocimiento, si algo tiene, es capacidad para seducir, paralizar, transformar, a quien lo recibe. Siempre a la intemperie. Quizá en una estación de tren, como cuenta George Steiner a propósito del libro de Celan; quizá en un cuartucho emboscado con dos o tres sillas de madera, como compartió Thoreau en sus noches de soledad; o quizá en los decorados que mandó construir sir Hitchcock en el Greenwich Village de James Stewart, a propósito, dicho sea de paso, de escarmentar a los grandes mirones y fisgones contemporáneos.
Siempre a la intemperie, sin alarmas que puedan interrumpir el momento, sin propósitos que puedan escamotear el camino. Ahí donde el aire puede transportar las palabras y ese alma escondida llevárselas para siempre: "Y de inmediato llegamos a uno de los grandes temas: el de la oralidad. Antes de la escritura, en la historia de la escritura y como desafío a ella, la palabra hablada era parte integrante del acto de la enseñanza. El Maestro habla al discípulo. Desde Platón a Wittgenstein, el ideal de la verdad viva es un ideal de oralidad, de alocución y respuesta cara a cara. Para muchos eminentes profesores y pensadores, dar sus clases en la muda inmovilidad de un escritorio es una inevitable falsificación y traición." (George Steiner, Lecciones de los maestros)
2 comentarios:
Veo que sigues emboscado, entimismado, que no es mal camino.
La oralidad, de la que habla Steiner, siempre me ha parecido fundante de la narración, de toda narración escrita. El encuentro cara a cara es más vivo y creativo que el de la letra escrita, porque tiene una viveza, una proximidad ausente en los textos. Y en la relación maestro discípulos nunca podrá ser sustituida.
Estupenda reflexión.
Salud.
Gracias, es como dices. Algo escribiré al respecto. Un abrazo
Publicar un comentario