El juicio y la memoria no sirven ante lo no escrutado. ¿Cómo se llama al camino que se recorre por primera vez? Habría que diferenciarlo del itinerario, del viaje, de la ruta, todos ellos transitados por turistas y visitantes, que con cámara en mano se dedican al registro y a la constatación "aquí he estado yo". ¿Dónde queda la experiencia de hacer camino, de hacer vivienda? El que transita por primera vez no es. Ya se lo advierte la diosa de Parménides al caminante, que ha de atravesar las puertas para abrirse al juicio y al nombre. Más acá de las puertas, el juicio y la definición no tienen lugar, no pueden tenerlo. Antes de atravesar las puertas, nada es.
Allí se hallan las puertas de las sendas de la Noche y el Día
y las encuadran dintel y umbral de piedra.
Ellas, en lo alto del éter, se cierran con grandes portones
cuyas llaves de doble uso tiene a su cargo Justicia,
pródiga en dar pago.
Pero lo que se calla la diosa es el sacrificio que conlleva conocer el ser. Una vez atravesadas las puertas el caminante perderá para siempre la experiencia de hacer camino, de hacer vivienda. Al otro lado topará a todas horas con lugares. No podrá dejar de reconocerlos, aunque sea para recordarlos o dejarlos inhabitados. Se relacionará con lo otro llamándolo, refiriéndole un nombre, siempre un ser. Atrás habrá quedado el momento fundacional en el que todavía podía negarse al lenguaje y a los otros.
No podemos volver a la primera niñez, pero sí hacer que ella vuelva a nosotros. El amor, la poesía, cosas que todos llevamos dentro, son formas originarias de transitar por vez primera. Transita por el amor quien explora terreno virgen, como los intrépidos que hunden la nieve dejando su impronta, o los filósofos que acuñan con nuevos términos las intuiciones nacientes. También el dolor lleva por rutas inexploradas, hasta que ya no puede penetrar más dejando al ser transmutado.
Allí se hallan las puertas de las sendas de la Noche y el Día
y las encuadran dintel y umbral de piedra.
Ellas, en lo alto del éter, se cierran con grandes portones
cuyas llaves de doble uso tiene a su cargo Justicia,
pródiga en dar pago.
Pero lo que se calla la diosa es el sacrificio que conlleva conocer el ser. Una vez atravesadas las puertas el caminante perderá para siempre la experiencia de hacer camino, de hacer vivienda. Al otro lado topará a todas horas con lugares. No podrá dejar de reconocerlos, aunque sea para recordarlos o dejarlos inhabitados. Se relacionará con lo otro llamándolo, refiriéndole un nombre, siempre un ser. Atrás habrá quedado el momento fundacional en el que todavía podía negarse al lenguaje y a los otros.
No podemos volver a la primera niñez, pero sí hacer que ella vuelva a nosotros. El amor, la poesía, cosas que todos llevamos dentro, son formas originarias de transitar por vez primera. Transita por el amor quien explora terreno virgen, como los intrépidos que hunden la nieve dejando su impronta, o los filósofos que acuñan con nuevos términos las intuiciones nacientes. También el dolor lleva por rutas inexploradas, hasta que ya no puede penetrar más dejando al ser transmutado.
La tradición nos ha instado a apoderarnos de la vida, viendo en ella un flujo que ha de reconducirse, o un campo de posibilidades susceptible de acotarse en el molesto reino de lo debido. La tradición nos ha instado a hacer de la vida un ethos y del pensar una ética. Pero también lo innominado cuenta. También de la vida puede hacerse algo poroso, abierto a lo que ya está ahí, dejándolo entrar, hasta que ya no pueda enseñarnos más.
El dolor es una de esas llaves con que abrimos las puertas no sólo de lo más íntimo, sino a la vez del mundo. Cuando nos acercamos a los puntos en que el ser humano se muestra a la altura del dolor o superior a él logramos acceder a las fuentes de que mana su poder y al secreto que se esconde tras su dominio.
Ernst Jünger
4 comentarios:
Me ha gustado mucho tu artículo, David.
Creo que seguro que tu les das a tus palabras un significado diferente, pero el "juicio y la memoria" como dices, puede que sirvan para anticipar lo no escrutado y casi seguro que la memoria será parte del filtro para conocerlo.
Me parece ver una visión lineal del tiempo en lo que escribes, el dintel como presente, separando lo futuro de lo pasado, pero me pregunto si ese dintel existe, o si más bien es todo un presente. Quiero decir, nada hay antes de atravesar el umbral. Quizá todo es ahora siempre.
Me gusta la idea de la creación como próximo a la experiencia del momento fundacional pero pienso por qué oponer el ethos a la creación. Por qué no hacer nuestra "guarida" y oponerlo al reino de lo debido.
Gracias, robbin, por tan espléndidas apreciaciones. Al hilo de lo que planteas, puede decirse que pasado el umbral comienza el ser, pero también con él el tiempo. Como dice Hawking, la pregunta por qué había antes del Big Bang no tiene sentido. La idea lineal del tiempo ya se da en el cosmos. Fuera de él, el preguntar mismo carece de significación. Con el ethos ocurre algo similar. El ethos es un resultado del pensar, en este caso, sobre la vida, la buena conducta, etc. Pero el pensar ya se hace contando con una red de significaciones que solo encontramos más allá de las puertas. Más acá, no hay ethos ni ética que valga. Sin embargo, precisamente por ello, encontramos lo innominado.
La experiencia de lo innominado es de lo que luego vive el tiempo.
Un abrazo
Un personaje de "El polvo del tiempo" de Angelopoulos narra un sueño:
«En cada brizna de hierba había una gota de rocío que caía sobre la tierra húmeda de vez en cuando, “ese prado -dijo el viejo- es el nacimiento del rio”. Pasaste la mano sobre la hierba húmeda y cuando la levantaste, algunas gotas rodaron hacia abajo sobre la tierra, como lágrimas.»
EL agua de las lágrimas del dolor es la misma que da la vida en la fuente.
Tarkovsky, en "Stalker", nos sugiere ese paso al otro lado del umbral, el paso a "la zona" (como la nomina en la película)que es previo y da sentido. Situado también, como en Parménides, al final del viaje.
Salud
Muy sugerentes las referencias. Gracias por ello.
Un abrazo
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