domingo, 2 de diciembre de 2018

Dioses infinitos

Mucho se ha hablado de Dios, y poco de la experiencia que lo ha propiciado. Es una pena que el problema teológico se haya centrado en la cuestión de su presunta existencia o inexistencia, o en sus variantes, como las relaciones entre lo finito y lo infinito, o el yo y su Absoluto. Si la teología es una ciencia o no, más bien, es una cuestión secundaria, de origen filosófico, lingüístico o incluso político. En cualquiera de los casos, una cuestión de segundo orden. Sartre anduvo cerca con aquello de que "Si Dios no existiera, nada cambiaría", y su filosofía de la existencia expresa ya una experiencia visceral, profunda, quizá huida del tiempo histórico. Y es que lo revelado nunca es Dios, ni ninguna otra morphê, sino, en todo caso, uno mismo experimentando algún tipo de Ser Supremo. Me imagino al místico como a un Don Juan enamorado de su propio enamoramiento, afanoso en revivirlo una y otra vez.

Más bien, en cuestiones existenciales, diría que nos encontramos absolutamente perdidos y absolutamente solos, sin ninguna referencia respecto de la que el extravío y la soledad puedan ser relativos. Quien todavía puede perderse atravesando una montaña o un bosque nunca está absolutamente perdido, sino en relación a un sistema de coordenadas debidamente conocido. Pero en lo que respecta a la existencia, a nuestro lugar en ella, a un presunto sentido de las cosas, sí lo estamos. La religión, con sus dioses y disquisiciones, infinitos en número y naturaleza, es, sin duda, el síntoma más evidente de este hecho.

7 comentarios:

Robin de los bosques dijo...

Precisamente me preguntaban dos alumnos el otro día sobre el origen de la religión. Uno de ellos se reconocía absolutamente ateo, el otro decía que era creyente. El chico ateo le preguntó al otro compañero qué era lo que sentía al creer en Dios, su compañero le respondió que se sentía acompañado y tranquilo. El otro, con una claridad pasmosa para su edad dijo: "los ateos estamos solos. Nuestra vida es mucho peor".
Sería tan bonito poder creer.

David Porcel Dieste dijo...

Así es,un sentimiento de abrigo y amparo puede envolver al religioso, pero siempre compartiendo con su compañero ateo su condición de estar a la intemperie. Ambos, todos, nos encontramos envueltos de misterio.

Esther Ventura dijo...

Es bonito creer, te lo aseguro, y cualquiera puede hacerlo... El que cree no pierde nada aunque fuera un error, pero el que no cree, comete un error irremediable si creer es lo correcto

David Porcel Dieste dijo...

Gracias por tu comentario, Esther. Pero también el ateísmo se sostiene en determinadas creencias. De hecho, no creo que pudiéramos vivir sin creencias. Sólo que el ateo cree que no hay seres todopoderosos ni almas inmortales. Y créeme que también puede encontrarse en ello mucha paz y sosiego. En cualquier caso, creo que esas creencias beben de algo más fundamental, de una realidad más radical, que apunta al misterio que nos envuelve, a la absoluta y radical inestabilidad que, paradójicamente, nos sostiene.

Anónimo dijo...

Robbin de los Bosques dijo...

Esther, es posible que quien no crea no lo haga por elección. No creo que un sentimiento tan profundo como es la fe en Dios se pueda elegir. Tal y como lo vivo a nivel personal es como un don que no me ha sido concedido. Ya ves, hay fe en mi incredulidad, qué paradójico.


No obstante, la creencia, como dice David, es consustancial a la vida.

M. A. Velasco León dijo...

Unamuno es fiel a la necesidad vital de Dios y la creencia en su realidad prescindiendo de la teoría teológica. Especialmente en "Del sentimiento trágico de la vida" donde quedan patentes la pérdida y el miedo existenciales en que todos navegamos.
El comentario de Esther Ventura sigue fielmente la propuesta pascaliana de la apuesta -cree por si acaso- esquivando la incomodidad existencial de la duda, que tan bien nos muestra ese hombre bueno, martir y ateo de la novelita del mismo don Miguel.

David Porcel Dieste dijo...

Sí, muy certera la apreciación