Se ha dicho que Sed de mal (1958) es una película sobre la traición, y es que los personajes se traicionan unos a otros sin importarles el sentido de la ley, de la integridad, de la amistad: Orson Welles encarna el detective Hank Quinlan, tachado de corrupto y de padecer un incurable alcoholismo, cuyos métodos policiales más que dudosos son fatalmente descubiertos por su fiel amigo (Akim Tamiroff); el policía Mike Vargas (Charlon Heston) traiciona los procedimientos administrativos y policiales para obtener pruebas que inculpen los métodos utilizados por el detective Quinlan en sus investigaciones; éste transforma a su conveniencia los escenarios del crimen añadiendo pruebas falsas para culpar a los criminales... Indudablemente la traición, tema fetiche en la filmografía de Orson Welles, está muy presente en el desarrollo de la cinta.
En la entrevista que el director neoyorkino Peter Bogdanovich realiza a Orson Welles en Ciudadano Welles (Grijalbo Mondadori S.A. Barcelona, 1995), éste declara que el personaje del detective Quinlan actúa en todo momento desde fuera de los dominios de la ley - la que regula la sociedad, se entiende - porque sólo así puede llevar a cabo sus investigaciones con éxito. Este personaje, en efecto, se otorga el derecho a juzgar de culpables a los presuntos sospechosos basándose en el sola fuerza de su intuición. Quinlan se guía por la intuición, dejando a un lado las reglas del juego policial públicas. Se sitúa al margen de éstas. Se erige por tanto como monarca supremo en un mundo en el que los derechos y deberes no tienen para él ninguna significación, no le atan ni vinculan a nada, tan sólo pueden favorecerle o entorpecerle. Es su intuición y no otro el único criterio del que hace uso para juzgar sin miedo a errar a los sospechosos. Y por un fiel sentido de la justicia hace todo lo posible para incriminar a los sospechosos que cree culpables, manipulando y tergirversando pruebas, ya que los procedimientos ordinarios de la justicia común resultan en muchas ocasiones insuficientes para culpar a los sospechosos.
La película deja claro que la experiencia y la intuición de Quinlan son armas más poderosas y eficientes que los métodos policiales usuales a la hora de inculpar con éxito a los criminales. En este sentido queda claro que el detective contribuye a los fines últimos de la ley y al bien de la sociedad, pero incumpliendo con ello el conjunto de las leyes que regulan la vida de los ciudadanos, criminales o no. Enseguida por tanto se plantea el problema de la legitimidad del uso de estas armas y de su validez, de si debe ser castigado (como al final ocurre) o no este personaje que actúa de acuerdo a los fines de la ley por medio de procedimientos prohibidos. En este caso, ¿el fin justifica los medios?
3 comentarios:
Es interesante el problema que planteas, y no se me había ocurrido ver así la película. Creo que en ningún caso el fin puede justificar los medios y nadie puede situarse por encima de la ley, aunque lleve razón, ya que la ley la elegimos democráticamente.
El fin no debe justificar los medios, no puedes atropellar a 10 personas por atrapar a un asesino (por ejemplo). Por otro lado, nadie tiene derecho de aprovecharse de su oficio para castigar a otros injustamente, por muy "gamberros" que sean, si son penalizados que lo sean por sus cargos, por cosas que realmente hayan hecho.
Por el resumen que haces, parece un libro interesante.
En este libro, en concreto en la entrevista referida a esta película Sed de mal, Orson Welles defiende vuestra postura, alegando que nadie, aunque sea en nombre de la justicia y de la verdad (aunque lleve razón), puede vulnerar los procedimientos existentes para descubrir y pensalizar a los presuntos culpables. Otra cuestión es que no deban revisarse estos procedimientos y su validez, ver en qué pueden fallar o cómo deben mejorarse para abordar nuevos casos. Es, por ejemplo, lo que hacen muchos científicos cuando se encuentran con que el uso de procedimientos científicos usados hasta el presente ha conducido a teorías erróneas.
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