Los actuales programas educativos orientados al fomento del bilingüismo en los centros de enseñanza primaria y secundaria, así como la metodología en que se apoyan, se fundamentan en el hecho de considerar como medio vehicular para la adquisición de conocimientos de diversas especialidades una lengua extranjera, que no domina ni quien imparte la materia ni quien la recibe. Mi tesis es que dichos programas son eficaces pero no eficientes, es decir, consiguen el propósito de que el alumno adquiera un nivel más avanzado de la lengua extranjera, pero a costa de conseguir consecuencias no deseadas. Veamos qué consecuencias son estas y por qué se producen:
El supuesto erróneo que a mi juicio pone en cuestión la eficiencia de dichos programas consiste en considerar que la lengua es, en esencia, un medio o un vehículo para la impartición de conocimientos, y no un fin en sí mismo. Es decir, la falacia de base consiste en suponer que el lenguaje se comporta como un medio para expresar una serie de ideas distintas de él mismo, cuando en realidad el pensamiento no se distingue ni puede separarse de la manera como está expresado o articulado. Así, una mala explicación de la teoría del ser de Parménides conduce irremisiblemente a la incomprensión de dicha teoría. El pensamiento se construye en y con el lenguaje, no es algo que pueda ser separado de éste.
Así, si concebimos, como lo hacen los actuales promotores de la secciones bilingües, que el papel del lenguaje es el de soportar o conducir el pensamiento - a modo como el cauce de un río lo hace con su caudal -, es natural que lleguemos a la conclusión equivocada de que ese pensamiento puede ser llevado o soportado indistintamente por cualquier lengua, nativa o extranjera, sin que por ello pierda ninguna cualidad. Ahora bien, si, como realmente ocurre, entendemos que el lenguaje y el pensamientos son inseparables, habremos de asumir que el pensamiento expresado en una lengua extranjera en proceso de aprendizaje adolecerá de carencias y limitaciones respecto de un pensamiento expresado en una lengua nativa plenamente asimilada tanto por el profesor como por el alumno. Por tanto, el verdadero problema consiste en saber si queremos que nuestros alumnos aprendan más inglés a costa de limitar y mermar sus posibilidades de comprensión, o, por el contrario, preferimos que potencien éstas volviendo a los métodos tradicionales de aprendizaje del inglés, que, por otra parte, tampoco se han mostrado ineficientes.
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