Te mueves un poco, todo muy inocente, tu
nombre acaba en una agenda, todo de oídas, ha comenzado el proceso.
Una vieja máquina de escribir balbucea tus
iniciales, un sello, también negro, aquí no hay color, machaca tu destino.
No hay fotografía, no saben nada de ti, pero
estás condenado y es la hora del teatro, un drama, ya lo verás.
Te liquidarán por mucho que ahora lo dudes,
sólo es cuestión de tiempo, te harán coger un sucio tren, te harán llegar a la
última estación, la antigua, y no te dirán nada nuevo, y seguirás estando
preso, y recibirás una citación y creerás un poco en ellos.
Acudirás y bajo un frío ártico encajarás la
primera paliza, en eso consistirá el juicio, para eso te llamaron.
Los golpes innecesarios son siempre los más
duros, los más crueles, ellos conocen el oficio.
Pedirás perdón sin saber el motivo, nunca
entendiste los cargos, conservas tu inocencia, pero la innombrable maquinaria
de piedra te seguirá torturando un poco más, no habrá piedad.
Y te dicen que se está haciendo justicia, y lo
hacen sin gritar, sin aspavientos, como si todo fuese normal, como si ellos
fuesen los buenos, y te hacen dudar, y te lo están quitando todo.
Te han tenido encerrado durante meses, acompañado
solamente por el miedo, y ahora que no te quedan fuerzas, ahora que sueñas con
un minuto más, aunque sea de mentira, ahora ya no quieren alargar la pantomima
y recibes la última carta.
Lo harán a escondidas, posiblemente de noche.
Y en sus lápidas sí habrá flores, y datos y
fechas y nombres y apellidos, y hasta un pequeño retrato.
Y nunca te pedirán perdón.
Samuel Porcel Dieste.
"Cuando los pacíficos pierden toda esperanza, los violentos encuentran motivos para disparar", James Harold Wilson.
1 comentario:
Sencillo y estremecedor, odiar es muy fácil y devolver la dignidad puede no llegar nunca. Gran relato.
Salud
Manuel Marcos
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