Un volver a empezar, como nacer otra vez, aunque ahora
saldrás por un sucio agujero y no habrá llanto ni alegría, en el bosque estarás
solo.
Tu frente no hace línea en el mapa, estás en su retaguardia,
caíste dentro de la alambrada, en la zona del olvido y nadie cuenta ya contigo.
Atado de pies y manos, enjaulado, te aferras a un sueño
imposible, inalcanzable, eres preso de ti mismo y acabarás muerto o pilotando
hacia Berlín con la bodega cargada, y volverá a girar la moneda, cara o cruz,
pero nunca llegarás a Piccadilly.
Cuando tu uniforme se pudre dentro de un sucio barracón, y
el huracán sigue soplando ahí fuera, comprendes que la libertad del mañana se
esfumó en la tormenta y sólo queda montar lío aunque sea sin pistola.
Tus deseos quedan reducidos a sentirte útil dentro del
anonimato, a ser un grano de arena en medio de una montaña, y llegó la hora cavar
un túnel, de ser una gota.
Sabías el final pero sólo te quedaba intentarlo, hasta
alcanzar lo inevitable, y lo intentaste, y te regalaste ese maravilloso
instante, ese último suspiro consciente, ese latido honrado, calmado, tuyo.
Samuel Porcel Dieste
2 comentarios:
Hermosa reflexión, y en efecto, había que intentarlo, más allá de las consecuencias. Por eso la pregunta final de si valió la pena (tantas muertes, tantos sacrificios) está demás. Tan inevitable es el resultado como el propósito. Buen texto.
"Ese maravilloso instante, ese último suspiro consciente, ese latido honrado, calmado, tuyo"
El instanter es, así, infinito, eterno.
La asfixia, los latidos deshonestos, enajenados son días de calendario tachados, o no, en la pared, pero que sólo se borran con la acción hacia la libertad.
De nuevos, gracias, Sam.
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